miércoles, 30 de abril de 2008

Deberes del ciudadano bocón

(Todavía no decido si vale la pena seguir escribiendo acá. Pero deshacerse de los tachos puede ser problemático a la hora de saber qué hacer con garabatos como el que sigue).

Típica reunión familiar, laboral, o de viejos (y queridísimos, muchas veces) amigos que comparten pocas taras con uno. Alguien (muchas veces uno mismo, de hecho) narra una situación particularmente extraña o ridícula, o bien una de esas historias de vida que bien podrían pasar por la versión actualizada de una novelita bizantina. La arena está echada, nada más hay que esperar a que el discurso parezca llegar a su final para que se termine de formar la lagaña molesta de una exclamación que todos los que abrimos la boca de más y contamos en el contexto equivocado que no le hacemos demasiado asco a pasar algunas horas manchando páginas en blanco escuchamos más seguido de lo saludable: “¡Pero deberías escribir sobre eso!”

Ante lo cual, claro, uno siempre se ve en una situación un tanto incómoda, en la que el cariño o el respeto impiden decir lo que haría falta. Sí, claro, mañana mismo me pongo a escribir guiones para películas yanquis de clase B, o lo que es mejor, me sumo al curro de los que entienden que hay que “ser actual”, hay que “ser narrador joven” y escribir escrachos casi sin trama en lenguaje fingidamente oral para dar cuenta de situaciones que, eso sí, sólo pueden ocurrir de 1998 a esta parte. Capaz que hasta le puedo agregar algo de sexo y/o dos o tres personajes marginales bien estereotipados, todavía mejor. Por cierto, ese último recurso no vendría mal si me decido por los guiones, tampoco. Seguro que me cuesta menos venderlos.

Sonrisita sin comprometerse, alguna palabra incoherente murmurada a tiempo, un “puede ser” que desliga el tema como un nudo aceitado que se corre para soltar el cambio de tema, para irse bien lejos de ahí, a contar que los horarios de trabajo, que la inflación, o el monotributo que habría que cancelar, o las películas que estrenan la semana que viene.

viernes, 11 de abril de 2008

Sonido de hojas que se arrugan, pero no el de la papelera de reciclaje

Estuve varios días tratando de escribir un post sobre Inolvidables Veladas de Marcelo Cohen, novelita breve que terminé de leer si mal no recuerdo (el tiempo me resulta un tanto amorfo últimamente) a principios de la semana pasada. Todavía tengo la esperanza de poder sentarme con la cabeza bien centrada y escribir algo que se parezca a una reseña al respecto, pero por el momento me rindo. Apenas dejaré asentada mi perplejidad frente a un relato más obvio que película de Hallmark Channel, narrado en un lenguaje pretencioso y con un dejo de moralina posmo (sí, eso también existe, señora), pero que aún así se las arregla para tener momentos sorprendentemente altos, lo suficientemente bien ubicados como para dudar a la hora de decidir si justifican o no todo el resto. O al menos casi.

Por hoy entonces bastará con un post misceláneo, retazos de crónicas desorganizadas.

Como la de ayer, día corto de tan largo, en el que llegué tarde a mi primera salida BAFICI (primera fuera de broma, jamás había ido) y me perdí los primeros cortos de Chacun son Cinéma. Creo que en teoría debí habérmelo perdido completo. Entré a la sala en medio de un caos en el ingreso al cine armado por los que venían a ver la otra película que se iba a proyectar, siguiendo a un tipo que tenía también cara de llegotardeojaláquenohayaempezadoahorario. Una empleada nos pescó, nos miró con algo de lástima y nos urgió: “Entren rápido que no los vieron”. En mi despiste, necesité que me lo dijera dos veces.

Por lo menos valió en algo la corrida. Un par de cortos estuvieron realmente buenos. Una pena el cine (se trata del Atlas Santa Fe, lamentablemente todas las películas que voy a ver las saqué ahí), que tenía un problemita con el proyector (la parte de arriba de la imagen se salía de foco, especialmente si se trataba de planos muy luminosos), y un operador medio dormido que no se daba cuenta cuando los subtítulos en español se tildaban (lo que era a cada rato), con el subsiguiente rechifle general de la pobre gente que no podía seguir los subtítulos en francés que, esos sí, estuvieron ahí todo el tiempo.

También podría decir algo de hoy, uno de esos pocos días del año en los que resulta más cómodo leer en las mesas de afuera de MacPancho que quedarse adentro de cualquiera de los bares que nos viven todos los días. Podría contar que se acercó un muchacho que debe rascar apenas la mayoría de edad, con un pilón de copias de su novelita editada a pulmón. Todavía no me explico por qué gasté $15 en comprársela. Supongo que en parte fue el hecho de encontrar que al menos el primer tramo que llegué a leer (tenía la estrategia de prestarlos un rato para que uno decidiera) daba muestras de estar por lo menos algo mejor escrito que algún que otro bodrio (¿)narrativo(?) incluido en alguna antología muy irregular de cuyo nombre no quiero acordarme. O tal vez habrá sido la combinación de eso con las faltas de ortografía desperdigadas por el texto, todavía no termino de saber si como recurso conciente, como marca de soberbia (aquello de pero lo que yo escribí no lo toca nadie, ni el corrector de Word (lo que como en la última entrada se comprobó puede ser hasta contraproducente, admitámoslo)) o, simplemente, por mera falta de recursos. El librete trae el mail del responsable, así que supongo que cuando le dedique un rato y lo termine le preguntaré. Pero en todo caso, la ortografía caótica (insisto, hasta mi alumnado de polimodal pesca bien rápido la mnemotécnica infalible que hace imposible equivocarse y escribir “envergadura” con “mb” en lugar de con "nv") y lo llevadero del texto formaban una yunta despareja que merecía leerse. Al menos en apariencia. Tal vez fue sólo que cobré ayer, y como estoy dulce es más fácil que un escritor novel que se gastó en tratar de publicar algo me de un poco más de pena. No sé.

Por lo pronto aquello de que no sé administrar mis gastos, especialmente si me ponen hojas impresas y encuadernadas con algún atractivo mínimo enfrente, es cierto. Ya a la vuelta del cine pasé por Parque Rivadavia con intenciones de no comprarme nada, y me volví con Samuel Beckett, las huellas en el vacío de Lucas Margarit (con ese tengo excusa, se supone que debo una monografía beckettiana todavía) y con Lo Sagrado y lo Profano de Mircea Elíade, que vaya uno a saber cuándo me va a dar el tiempo para leerlo.

Si sigo tirando palabras al tacho, seguro que no va a ser hoy.

jueves, 3 de abril de 2008

Ortografía, o la grafía del...

Hay que reconocer que quienquiera que haya armado el corrector ortográfico de Word tuvo su cuota de sentido del humor:




Bueno, si le creemos a la RAE alguien debe existir que la escriba así. Igual, me parece que es necesario haber consumido el líquido en cuestión para ello.