sábado, 7 de junio de 2008

Deuda vieja

Antes de decidir que tal vez no valiese demasiado la pena continuar con mi tacho de palabras, dejé algunas tareas pendientes. Tal vez no sea mala idea retomarlas ahora, que retomo el espacio como quien encuentra un cuaderno viejo atrás de un mueble.
La primera de ellas, entonces, se la debo al librito de la foto, adquirido hace tiempo en las mesitas que pone Mac Pancho en la vereda de Puan, directamente de su autor, y leído casi de inmediato. No pude encontrar la forma de acercarme a comentar algo sobre este tomito breve enseguida. Al menos no por escrito.
Lo primero para decir es que llamar a esto novela es una provocación. Más allá de cualquier intencionalidad. Presente Gourmet evidentemente es un librito que se escapa por todos los costados posibles de la clasificación: demasiado breve, demasiado falto de ese grado mínimo de unidad necesario, demasiado cerca de lo poético para ser una novela. Cuando, poco después de haberlo leído, la casualidad me llevó a comentarios fragmentarios sobre este texto (la mayoría surgidos de lecturas públicas del mismo SMO, que realmente muestra un empuje envidiable a la hora de autopromocionarse), me sorprendió no encontrar nada al respecto. Sospecho que estamos todos demasiado acostumbrados a las sintomáticas transgresiones genéricas que nos dejó el siglo XX, tanto como para perder de vista cuando las clasificaciones nos empiezan a pedir a gritos que nos paremos a pensarlas de nuevo.
Dejando este punto irresuelto (se le podría robar el término "antilibro" a Richard Zenith, forjado a propósito de mi bienamado Livro do Desassossego, pero tampoco cierra), nos encontramos con un texto que, pensándolo en frío, debería atentar contra la paciencia de casi cualquier lector. No tiene puntos de apoyo, todo en él parece ir contra la corriente: la coherencia se quiebra a cada rato en las ondas de una conciencia mareada, la trama no existe más allá de la posible reconstrucción de una secuencia de pequeños fracasos banales tapados de líquidos y de humo, y hasta las normas gráficas más simples (¿a propósito o no? en todo caso funciona) son objeto de transgresión. Y aún así se sostiene.
Pensándolo bien, no resulta tan raro que de entre los comentarios leídos por ahí lo que suela rescatarse sea el tema, la referencia a cierto ámbito sólo posible antes de Cromañón. Es el único marco posible, el único punto obvio de la obrita: hacer un texto formalmente transgresor sobre un personaje que lo sea de la forma más vulgar y tópica que sea posible pensar, un adolescente tardío que no puede mantener un trabajo por mucho rato, que tiene los métodos de conquista más pedorros (iba a poner varias palabras más académicas, pero ninguna era tan precisa) del universo y que se la pasa buscando maneras de quebrar. Lo otro, ese plus que se forma con la manera de fundir ese tema con un trabajo de lenguaje muy particular y bastante logrado, eso se escapa, elude cualquier intento de poner en palabras algo que realmente le haga justicia.
Ciertamente no terminó siendo uno de mis libros favoritos, pero aún así se mantiene como una lectura interesante.

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