domingo, 23 de agosto de 2009

Vengo pensando hace varios días la posibilidad de escribir un post acerca de mi graduación. Hace una semana, cuando me llegó el mail que me anunciaba que mi última monografía estaba aprobada y la nota de seminario pasada en actas, pensé bastante en la necesidad o no de hacerlo. De alguna manera tenía que dejar alguna huella en el blog, no podía pasar así, en silencio. Pero la necesidad misma atenta contra la lógica de este espacio, pensado como un sitio para el desborde, para el resto inevitable e innecesario de días oficialmente destinados a otras cosas.
De hecho, llegué a pensar seriamente en cerrar mi arconcito de una vez por todas. Es que también esto me llevó a pensar en otro hecho: un blog, para alguien que escribe y que no tiene eternos ratos de alpedismo en estado puro en el trabajo frente a una computadora, es un arma de doble filo. Si bien abre una vía de comunicación que quiebra las paredes del escrito privado y del inédito (aun con las escasísimas visitas de este tacho ignoto de palabras), también implica una merma importante del tiempo destinado en un principio al ocio creativo. Aun para mí, que me mantuve casi siempre en mi propósito original de no escribir nada que no pudiera haber escrito para mí, con ínfimas modificaciones: fui descubriendo que el blog implicó, pese a todo, una disminución notoria de mi producción lírica y narrativa breve. Lo que puede no ser una gran pérdida para la literatura, que obviamente se está muy bien sin los textos que puedo escribir, cansada, a las dos de la mañana, pero no deja de ser una pérdida para mí.

En todo caso, si hoy vuelvo acá después de una semana agitada, es porque no creo haber resuelto el dilema. Y porque algo todavía me liga con esto. Y porque hoy es la primera noche libre de todas las muchas que quiero regalarme en lo que resta del año, y no sabía qué mejor hacer con ella.

lunes, 10 de agosto de 2009

Finisterre

Nueve años de caminar las cuatro cuadras de Puan que separan la facultad de la avenida Rivadavia. Más allá, como era de esperar, había dragones.

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Nicasio Oroño y Yerbal, esta tarde