martes, 16 de marzo de 2010

Sonidos dominicos

Lo que sigue es una grabación precaria, hecha con un reproductor de mp3 esta tarde en la Basílica Ntra. Sra. del Rosario, cuando aparentemente tuve la suerte de pescar a un organista practicando en el preciso momento de mi paseo.



miércoles, 3 de marzo de 2010

¿Por qué a nosotros nos tocó Puán? Es injusto

(Tardecita en la facultad de Ingeniería, la sede de Las Heras. Click sobre las fotos para ver versiones más grandes. Al pasarles el mouse se pueden ver los títulos)



Smile, it's not over

Hace unos diez años escuché por primera vez la historia del supuesto suicidio del arquitecto Arturo Prins, por supuestas fallas de cálculo que hacían imposible terminar el edificio. Esta semana me enteré de que la historia real es bastante más prosaica: un conjunto de eventos desafortunados pero no irremediables (problemas para importar materiales por causa de la 1º Guerra Mundial, reforma universitaria y reclamos por seguridad edilicia que hicieron que el edificio cambiara de plano varias veces en el intermedio, un presupuesto que se aprobó pero vaya a saber a qué bolsillo fue a parar, la necesidad de inaugurarlo antes de que se terminara) hicieron que esta belleza neogótica originalmente pensada para albergar a la Facultad de Derecho quedara así: inconclusa, probablemente para siempre.
El arquitecto Prins se murió esperando que le paguen. Parece que los que cobraron fueron los herederos, y parece que fue bastante poco.

El castillo

Mientras tanto las palomas tuvieron casi todo el siglo XX y lo que va del XXI para hacerse las dueñas indisputadas de los recovecos sin terminar, de las ventanas sin revocar, del entramado etéreo de aberturas ojivales.

La luz baja las escaleras en puntillas

Y en los pasillos y las escaleras, muchachos espigados hablan de cálculos y de cómo conviene planificar el trazado de una autopista, o cuchichean bajito en las aulas con sus bancos anacrónicos y sus tarimas para los profesores.

Y allá afuera está Baires

Y las ventanas de vidrios mugrientos mantienen la ciudad del lado de afuera, contribuyen con su pátina de guano y polvo a la atmósfera general de irrealidad de las escaleras amplísimas.

Aula fuera del tiempo

Algún presentimiento debo haber tenido cuando, en el camino para tomarme el colectivo que me iba a llevar allá, me entró la idea de comprar un reloj pulsera, de esos que se consiguen a pocos pesos en la calle Libertad. Pequeña brújula para no terminar de perderme, para atarme a la muñeca la necesidad tranquilizadora de volver a casa a una hora razonable.

martes, 2 de marzo de 2010

El secreto de Kells




Tal vez debería dejar hablar (o cantar, es la única canción en la película y pucha si vale) al clip que incluyo. Pero no, soy yo y me quedo con ganas de comentar.
Lamento haber visto esta película sola y sinceramente espero que la vea pronto alguna de las personas con quienes compartí la sorpresa de encontrar, chusmeando la lista de nominaciones al Oscar, que había una película animada así. En casos como estos quedo con necesidad de contacto humano, y recuerdo por qué voy tan poco sola al cine.

El tema elegido para la película tenía dos aristas atractivas: una personal, y otra objetiva. Por una parte, como parte de mi locura de medievalista siempre tuve debilidad por el arte de los miniaturistas, lo cual por supuesto hace que a su vez tenga una cierta fijación con el Libro de Kells. Es que es cierto, es imposible no enamorarse un poco de ese manuscrito hermosamente complicado y delirante. Ahora bien, lo segundo: a quién se le iba a ocurrir en varios milenios meterse a hacer una película de animación para chicos sobre un amanuense que tiene que terminar la iluminación de un manuscrito. Vamos, era tarea casi imposible.

Bien, lo lograron. ¿Cómo? Básicamente hicieron lo mismo que los iluminadores de Kells: mucha imaginación, muy buena técnica, una cuota de delirio, un dudoso coqueteo con la estética pagana celta preexistente y una dosis de fe en estar transmitiendo algo que valga la pena.

Algunas observaciones, entonces:

En primer lugar, que es una película cuyo eje pasa más por el lado alegórico que por el narrativo, y que esto queda bien claro desde el comienzo. Acá es adonde está la primera toma de distancia fuerte con los procedimientos usuales del común de los largometrajes de animación.

Quise buscar una analogía, pero tuve que borrar la frase porque la verdad es que no me sale: en todo caso, si hay que buscar paralelos es más fácil encontrarlos en Japón que en Norteamérica, y aún así no podría dar cuenta de la mezcla rara que conforman la sencillez de la trama y de sus implicaciones alegóricas inmediatas (el arte y el conocimiento que valen más que la inmediatez de la victoria o derrota cotidianas), el ritmo vertiginoso en el que no se busca sostener la atención infantil en un despliegue de chistes y de canciones sino en un enredo insólito y delirante de imágenes rápidas con perspectivas superpuestas y contradictorias y de diseños geométricos tomados del Libro de Kells (la nieve cae en copos enredados en volteretas muy célticas, por ejemplo) y la cierta desprolijidad onírica de todo el conjunto.

Por otra parte, está el jugueteo con elementos mágicos, una forma rara de captar ese momento tan extraño del cristianismo coexistiendo con los ritos paganos antiguos, en el que la única forma de llevar a cabo un acto de fe cristiana como es un libro que lleva los Evangelios es hacer algunas concesiones a la naturaleza híbrida del lugar en el que se produce. En este caso, ahí entra la ayudante de este pequeño cuento, Aisling, el hada celta que le da una mano al pobre monjecito cuando la cosa se pone apretada (y que, cuando precisa hacer uso de su naturaleza mágica, notarán con la canción, cambia de idioma, presumo que a gaélico). También está la sierpe-antiguo demonio celta al que Brendan se enfrenta: no en vano es el ojo de la vieja criatura sobrenatural lo que hace falta para completar el manuscrito, la mirada con la que se completa el símbolo khi-rho de Cristo en el fondo no es del todo cristiana, o al menos no lo es en un sentido más moderno.

Y todo esto sin perder un cierto aire muy irlandesamente pesimista, en el que la destrucción es inevitable, no dejan de morir niños quemados y el happy end sólo puede ser relativo.

No se me escapa que el final es un tanto débil, ni que hay alguns concesiones por momentos un tanto molestas a la forma de recepción de un público formado en Cartoon Network, claro que no. Pero en total, ya el hecho de que hayan conseguido salir airosos con tema semejante y, de yapa, hacerlo con gracia, originalidad y belleza, realmente es más que bastante.