lunes, 30 de julio de 2007

Modernizaciones



A los ocho años recuerdo haber escuchado hablar, uno de aquellos fines de semana en los que acompañé a mi viejo al trabajo (él era kinesiólogo y laburaba en un geriátrico de gente adinerada, por lo cual la cosa consistía en ser malcriada por el personal y eventualmente hacer mirar Nubeluz a un par de viejos hasta el mediodía), de cierto familiar de un interno que tenía algo que sonaba por la descripción a minitelevisor portátil. Nunca pude saber qué era el dichoso aparato, pese a que con el tiempo pude ir identificando la mayor parte de los artefactos medio extraterrestres que vi o que pude escuchar descritos ahí (la reproductora de dvds, por ejemplo, no mucho más tarde, que por entonces usaba discos más grandes). A mí, que no hacía falta demasiado para inflarme los sesos, y que era bastante adicta a la pantalla, se me antojó la solución perfecta para el aburrimiento escolar, y para no perderse los programas de media tarde, que era el horario en que iba a la escuela. Pena que sonaba a demasiado para ser verdad. Aparte, ¿en dónde lo iba a enchufar? Porque no podía esperar que una cosa así funcionara a pilas, no.
El viernes completé la compra del aparatejo de la foto, y me acordé muchísimo de ese episodio. Con esto más o menos se completa la modernización de los instrumentos de tecnología noventosa que tuve en uso hasta el corriente año (mi computadora anterior fue una 386, mi sonido portátil un walkman a cassette, por nombrar ejemplos), así que ya estamos, me terminé de vender a la tecnología. O algo parecido.
Una de las ventajas que hay que reconocerle al aparatito en cuestión (aparte de los videos, claro, y de tener una grabadora a mano cuando más se la necesita) es que se hace obviamente más cómodo de tener encima mientras uno hace otra cosa, por ejemplo, lavar los platos, que un walkman. Y si tenemos en cuenta que todavía me toca vivir en la casa familiar, y que la música es siempre tema de conflicto, es de imaginarse que esto mejora bastante mi (iba a decir calidad de vida pero queda mejor esta palabra) humor.
Y entonces el pequeño detalle, la música respetablemente fuerte y la sensación de que algo raro pasa, de que algo falta. El ruido de mis manos. Puedo vivir con eso, o sin eso, que sería más adecuado en este caso, pero he ahí toda la diferencia. Y en cierta medida es una de esas diferencias realmente inmensas que no parecen notarse, como las calles empinadas en las ciudades que tienen relieve verdadero.

martes, 24 de julio de 2007

Deathly Hallows - Post Harry Potter


Para cuando salga la traducción ya los retorcedores de Salamandra se habrán inventado un título alternativo como "Harry Potter y el duelo de la muerte", o alguna cosa por el estilo, con el mismo criterio con el que tradujeron "Half-Blood Prince" como "El misterio del príncipe". Para quienes no leen en inglés, luego de leer el texto, un título aceptable sería Harry Potter y los talismanes de la muerte. Suena mejor en gringo, sep. Pero no tenemos una palabra coherente para traducir "hallows".
Pero esto es un post de comentario. Si a Ud. benemérito lector de blogs ignotos, le gustan las sorpresas y tiene pensado leer Harry Potter hasta su séptima entrega (y todavía no lo hizo, se entiende), sería prudente que se detenga acá. Ya dije en otra oportunidad que no me gusta contarle el final de los libros con suspenso a nadie, pero me siento un poco en obligación (conmigo misma) de comentar este libro, y es imposible hacerlo sin hablar de más.
Me es un poco difícil digerir este libro. Todavía. Miré muchas veces la cámara de fotos con la que pensaba fotografiar mi bonito ejemplar (editado por Scholastic, en la foto se lo ve sin la sobrecubierta dibujada, que como es una primera edición todavía no decidí si tirarla como de costumbre o si guardarla) para postear un comentario, y no me decidía. No sabía cómo verbalizar lo que tenía para decir. Y es una sensación persistente, desde el momento en que cerré el libro ayer a la tarde hasta ahora que escribo esto como mejor me sale.
Voy a tratar de ir por partes.
En lo formal, es un libro infinitamente más descuidado que los demás. Supongo que se debe al aceleramiento de la trama, y a que es un libro narrado en un tono más grave, más dramático que los otros: Rowling se mueve con más comodidad en el humor, ahí el lenguaje le fluye de otra manera y salen cosas realmente brillantes. En este libro la trama "seria" (la caza de los horcruxes, y el duelo con Voldemort) casi aplasta lo lúdico que rescata tan bien a los otros seis.
En algo que quedaría ensanguchado en el medio de la división entre forma y contenido, es una novela repleta de golpes de trama. Y en donde viene el climax, ahí aparece algún personaje llorando, y embarra el efecto. Las lágrimas, que le funcionaron tan bien cuando las supo administrar (las de culpa de Dumbledore en Order of the Phoenix, mientras Harry furioso le descuajeringaba la oficina, por ejemplo) acá se convierten en impedimentos. Está bien, uno entiende que todos los integrantes remanentes de la Orden del Fénix y el DA pasan toda la novela en crisis nerviosa, escondidos, presos y eventualmente torturados, pero hay algo ahí que no funciona. El libro se moja demasiado. Hay momentos que hubieran funcionado veinticinco millones de veces con un silencio significativo, o con algún objeto volador sin necesidad de encantamientos.
La trama, está bien. Era lo esperable. Cierra. El único pecado que comete es que termina demasiado bien. No le perdono la redención de Percy Weasley, ni la forma en la que muere Voldemort (cercana al suicidio involuntario, claro), ni la esperable retomada del romance entre Harry y la pelirroja menor. Y el epílogo era totalmente prescindible. Demasiada afirmación de la familia como valor. Uno de los encantos de esta serie era su constante denuncia de todo lo que puede salir mal, una sátira constante de la realidad en clave humorística que podía mover en el lector al reconocimiento de su propia realidad.
Hay que decir que la forma en la que retrató la organización de los Death Eaters (los seguidores de Voldemort), su golpe de estado y su mecanismo de censura y persecución es un verdadero logro. Por estos lados produce más de un déjà vu.
Y puede pensarse, de todas maneras, que el último "all was well" con su dejo de duda (la mano sobre la cicatriz, todavía), de todos modos, redime un poco al resto. Hay algo que recuerda a la felicidad relativa de Candide en el final de la obra homónima de Voltaire. Hay un silenciamiento de elementos entre el final y el epílogo (se cuentan las soluciones provisorias para los problemas de fondo, no en qué dieron después) que deja que un lector adulto con dos dedos de frente que tenga en cuenta el resto de lo que pasó en el libro y la serie se pregunte si esa reclusión en lo íntimo no será sino una forma de perder las esperanzas sobre el resto. La frase que cierra la batalla final, pronunciada por Harry, que luego de que le han asesinado amigos y de que ha escapado a la muerte por un pelo sólo puede pensar en una cama cómoda en la torre Gryffindor, y en la posibilidad de un buen sandwich, deja algo de esto: "I've had enough trouble for a lifetime".
En total, mi nena interior está contenta de que terminó, y de que el núcleo chico de personajes (Harry, Ron, Hermione, Ginny) salió para contarlo.
La adulta tiene motivos de queja, pero guarda el libro con cariño, y lo defiende un poco, como se defiende a un amigo que podría haber hecho las cosas mejor.

jueves, 19 de julio de 2007

Misreading

Lectura rápida de un cartel, desde el colectivo, calle Triunvirato y bien tarde:

"Doomsday".

El colectivo pasa muy rápido el árbol que tapaba parte del cartel.

"Domus Artis, espacio cultural".

Thank God I don't believe in omens.

martes, 17 de julio de 2007

En proceso

Después de grabarla y de escucharla un poco me di cuenta de que es un borrador más inacabado de lo que pensaba (conste que advertí). Pero ya hablé de más en el otro post, y aparte ya lo subí a divshare y no me cuesta nada, así que lo pongo. El título también es provisorio.

Pecado de Omisión.



La idea es reescribir o pulir parte de la letra, y agregar un segmento que corte un poco lo monótono del caso, y puede que también una línea de bajo y otra de guitarra. Con mi voz no puedo hacer mucho. Si no me duermo y hago las reformas estipuladas (puedo tardarme diez mil años o colgarme con otra cosa) en algún otro momento subo otra versión.



domingo, 15 de julio de 2007

Post fallido

De casa al trabajo y del trabajo a casa. La definición de cola de supermercado para dar cuenta de una persona correcta. Odio ser una persona correcta en la cola del supermercado.

La idea de hoy para hacer un post de sábado a la noche era torturar a mi acotadísimo círculo de lectores con un borrador de canción en proceso, en grabación casera. Agradézcanle a un berrinche de mi audacious Audacity, que se empacó y me dejó con el pescado sin vender.

Tres palabras antes de tratar de seguir peleando con mis borradores para terminar un proceso de escritura novelesca viejo, sobre una reflexión de colectivo (105, del trabajo a casa) relacionada con esa misma tarea que pienso reemprender. Por alguna razón incomprensible son los personajes que no formaban parte de las tramas iniciales los que invariablemente se me terminan convirtiendo en los que más me importan, si es que continúo una narración por más de diez páginas (el equivalente a pc de unas diez o quince hojas de los cuadernos de espirales que me gusta usar para escribir borradores), muchas veces con perjuicios tan serios a la línea de trama central que los proyectos colapsan, o se convierten en otra cosa. Hay casos llamativos, verdaderas adicciones a la forma de escritura y de pensamiento que permiten determinados personajes, como el de VG, hermano de un personaje secundario que me desbarató una novela hace unos años y se coló en otra que iba a tratarse de otra cosa totalmente distinta para adueñarse de ella. O el de MS, salido de casualidad, que me tiene pensando en cómo volverlo a usar, porque no puedo soportar la idea de no escribirlo más, con lo que me divierte. O de AS, que salió de entre la multitud en una ceremonia familiar en el fantasy del que hablé hace poco, y que me acabo de dar cuenta que se adaptó de tal manera a la trama que me va a costar conseguir que sucesos que hubiesen pasado con o sin él no parezcan un deus ex machina puesto para salvarle las papas.

Dejo esto por hoy, y mañana si mi computadora está de mejor humor (juro que me vendieron un experimento de inteligencia artificial, este bicho tiene voluntad propia) volveré y seré canciones.


martes, 3 de julio de 2007

Matheson

Una de las ventajas de estar con gripe (por supuesto que tiene sus ventajas, pese a que este mes vaya a cobrar dos mangos en el laburo, y a que el mes que viene voy a tener que ver de qué me disfrazo, porque aparte mango que pongo en el bolsillo me lo gasto) y de haber tomado la (nada) difícil decisión de no dar finales estas vacaciones, es el tiempo para dedicarse a la ficción. Dos películas y un libro en un solo día, sin cargos de conciencia ni parientes reclamando por todo lo que tendría que haber hecho por la higiene de la casa y no hice.
Lo más digno de mención del grupo fue la novelita, cuya tapa se muestra en la imagen que acompaña a la presente entrada. Remanente de mi visita a la pasada Feria del Libro.
Saqué el tomito de mi estante de abajo, ya con una idea de lo que me esperaba. Es un libro que llegó ahí bastante debido a la recomendación de alguien que me contó en tres palabras de qué se trataba (si puedo prescindir de leer la contratapa hasta bien avanzado el libro lo prefiero): un hombre solo y perseguido en un mundo de vampiros. Bien, el resumen de la trama no sonaba para mucho más que un episodio de la Dimensión Desconocida (con todo el respeto que esa benemérita serie me merece), y en parte lo elegí porque la idea era leer algo que no me demandara tener un lápiz a mano. Página 25 (la edición arranca la narración en la 9):
"Los vampiros pertenecían a otra época, como los idilios de Summers o los melodramas de Stoker. Eran sólo un párrafo en la Enciclopedia Británica o materia prima para escritores o películas de segunda clase. Una débil leyenda que había pasado de siglo en siglo.
Bueno, era cierto"

A levantarse, a buscar ese lápiz.
Ese parrafito (más adelante lo iría confirmando) condensa el tono general de la obra. Un hombre solo, rubicundo, cuarentón y fuerte, que escucha sinfonías, asalta bibliotecas desiertas y se dedica a la experimentación con microscopio incluido, contra un mundo que le es totalmente ajeno. Un ser humano que de simple trabajador un poco dependiente de su mujer se va enquistando mental y espacialmente, hasta convertir su casa en un templo de los estereotipos de los sueños modernos: se dedica a todas aquellas grandes obras de cultura que supuestamente habrían de cambiar el mundo (asesinatos incluidos, está el eco de la Segunda Guerra ahí, perfeccionar las armas, espiar al enemigo, percibirlo como esencialmente distinto, física y mentalmente, si está infectado hay que matarlo aunque esté vivo) para convertirse en un ser brutal, sin palabras, con mucho conocimiento técnico, con mucha desconfianza, con muy pocas esperanzas. Un asesino con el que un lector atento se asusta de simpatizar. Porque no queda otra opción, es parte del pacto de lectura, parte del efecto que un narrador en indirecto libre (no pude cotejar con el original, pero todo parece indicar que es una traducción decente) constante y muy bien logrado tiende a producir.
Ganas de decir algo sobre las últimas escenas, más que comentables, no me faltan. Pero no me gusta que me arruinen las sorpresas, ni me gusta arruinárselas a otros.
Ah, eso sí, si se tientan con la edición fotografiada, de Minotauro, y aprecian una lectura en progresión, que se va desenrollando a medida que pasan las páginas (este librito se la merece), no se les ocurra leer la contratapa.

I'd rather be in this noise,
suffocate in this noise, colder,
it means so much to me

El sábado a la mañana arranqué este post, que quedó archivado en borradores. La última palabra en el original era "trámite", en negrita. No sé por qué se me da por terminarlo un día de semana a la madrugada, con fiebre y con jirones de jirones de lo que entonces tuve en mente, pero helo aquí:

Llegan más o menos las nueve, último día de la semana y casi al fin de la cursada, y para esa altura todos estamos más o menos cansados. Entonces llega el showtime. Esos son momentos en los que realmente se echa de menos un pochoclito. Bueno, hay que conformarse con lo que hay. Todo muy predecible, salvo por la pulcritud excepcional de la profesora. Pequeñas (¿)ventajas(?) de leer los correos antes: uno sabe más o menos a qué atenerse.
Recomienzo.
Si Usted es un lector paciente y aplicado (esos que escasean en el ciberespacio) recordará que quien suscribe está cursando un seminario sobre Samuel Beckett. El de LC, claro, puanero. Seminario que exigía de nosotros, entre otras cosillas, el requisito de ir a ver una puesta y hacer una reseña. Bien, tal vez sea bastante predecible, pero los que se sentían con ganas de expresar su agonístico disenso con la profesora eligieron enviar sus trabajos en último lugar, una vez que ya todos habíamos cumplido con el trámite.
La escena no podía ser más obvia, más trillada, más trivial. Las dos reseñas tenían tonos bien distintos. Una, más tímida, se dedicaba a tirar palos solapados a la no siempre feliz persecución del detalle en el discurso de la profesora (a veces obsesiva, sobre todo molesta cuando el criterio sobre si un detalle es importante o no pasa por si Beckett lo dejó así hasta la hora de su muerte o en algún momento se le dio por cambiarlo), y sobre todo a otra reseña que oímos (bastante bien fundada, pero que, hay que reconocer, habiendo ido a ver el mismo Krapp, en el efecto de conjunto resultaba injusta, destrozaba un trabajo generalmente cuidado y aceptable, probablemente porque no se adaptaba a la imaginación de quien la escribió al leer a Beckett) una o dos clases antes. La otra, sobre Primer Amor (como la mía, cuya versión primigenia y en criollo anda aquí) era graciosa de leer: nota al pie al segundo párrafo de cuatro, referencia al Kafka-Para una literatura menor, Deleuze, ora pro nobis. Sí, cita de autoridad en una reseña de teatro. Belicoso, revoltoso, incapaz de usar sus propias armas, único que necesitó convertirse en ventrílocuo de nombres ajenos por más de una línea (por todo el artículo, hasta que se convertía en un marco teórico incuestionado, fanatizado y usado de un modo más bien desprolijo), muchacho que evidentemente se comió más que una clase bajalínea de Link y no la digirió del todo bien.
La escena entonces: un muchachito flaco enrollado sobre sí mismo, sentado pegado al lado de otro con el pelo de costado muy a lo moderno, manos en los bolsillos, despatarrado en su banco con expresión sobradora, en frente la profesora con un fiendish glee grin (merece ser dicho en gringo) esperando para comérselos crudos con sus años de manejo de discurso académico.
El resultado: más rato del necesario en un diálogo de sordos que recayó en temas grandilocuentes como la Libertad, la Creación y otros de esos camiones a los que uno siempre les maneja a una prudencial distancia cuando escribe discursos académicos, sobre todo después del primer año de facultad y la primera tanda de finales. Llovieron palos para todos lados, los integrantes de la cátedra defendieron a su jefa como tigres para hacer número, todos los implicados se fueron a casita (no lo dudo) con el convencimiento de haber sido los vencedores morales de una discusión que no llevó a ninguna parte. Nadie tenía ganas ahí de cambiar de opinión.
Todo porque se trata de un seminario sobre un autor. No sobre un escritor, sobre un autor, en plena posesión de su autoridad. Cuestionada hace rato, en una de esas relaciones de amor-odio nunca resueltas: muy bien, cantemos todos el estribillo de la muerte del autor, precio de tapa diez euros, eso son cuarenta mangos, diez por ciento para el autor o sus deudos. ¿Cómo, no es que no había tal cosa como un autor? Lo siento, cuarenta pesos, poniendo estaba la gansa. Y si sacás una fotocopia lloramos todos a gritos en la feria del libro.
Es necesario transgredir el sentido, no existen las autoridades. Cita al pie de página, nombre del autor que lo dijo, porque claro, quién soy yo para pensar con mis propios sesos, para usar los textos en lugar de reproducirlos.
De la otra vereda, no son importantes los sombreros de Godot porque Beckett, Samuel, sí, el que hizo famoso el apellido, los sacó en una puesta al final de su vida, porque no lo aplastó un coche un año, o incluso un día antes.
La incómoda sensación de que la respuesta ha de buscarse en otra parte.