sábado, 29 de noviembre de 2008

Random facts

Facebook puede acostumbrarte peligrosamente a hablar en tercera persona.


Si a eso le sumamos que me gusta pensar en voz alta...

Hoy me terminé de dar cuenta de que se puede extrañar sobremanera a alguien a quien no se ha visto nunca.

No veo la hora de tener una semana completamente ociosa para terminar mi novela. 

No veo la hora de recibirme.

Esta semana sentí la necesidad imperiosa de volver a escribir poesía. Hace mucho que no me pasaba.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Ver doble

Dos obras de teatro en dos días. Debe ser la primera vez en mi vida que hago eso. No recuerdo siquiera haber ido dos días seguidos al cine jamás. No sé por qué, pero normalmente elijo dejar pasar algún tiempo para digerir espectáculos audiovisuales.

Con los libros no me pasa, si termino de leer algo que realmente me haya hecho mudar de realidad por un buen rato enseguida siento la necesidad imperiosa de pasar a otra cosa, de ser posible lejana a la experiencia estética de la que vengo. Tal vez sea por eso que mi cultura libresca excede ampliamente a la dramática y a la cinematográfica, que rondan lo paupérrimo.

Pero esta semana ya había arreglado para ver 4.48 Psicosis de Sarah Kane el sábado cuando me llegó la noticia de que tenía dos entradas gratis para ir a ver Destino de dos cosas o de tres de Spregelburd el viernes. Y decidí tomarme esas dos pausas en un par de días de mucho trabajo, un poco para no enloquecer y otro mucho porque tenía ganas.

Es tarde y tengo sueño y necesidad de dormir y de levantarme mañana y de corregir montañas y montañas y montañas de trabajos de mis alumnos del colegio y eso hace que no pueda sentarme un buen rato y escribir y escribir y repensar lo visto para volcarlo en este espacio. Seré breve. Tendré que dejar apenas retazos. Hilachas de comentarios. Fragmentos de una entrada más larga condenada a no existir.

Igual, no importa mucho, se ha escrito más que suficiente sobre ambas puestas.

Acerca de Destino de dos cosas o de tres, es una puesta bastante pasable con algunos puntos altos, de una obra más bien irregular.

Pese a lo que puede parecer por las fotos que circulan por ahí, todas ellas arruinadas por un flash maligno, las decisiones de escenografía, vestuario y luces forman una combinación muy armónica, decididamente bonita. Acompaña muy bien el carácter absurdo-naïf del texto, que mezcla elementos claramente tomados de Ionesco (en el manejo del lenguaje) y de Genet (hasta en la sopa) con una resolución un tanto conciliadora. Y me detengo ahí porque no, señores, mejor no contarles cómo termina. Lo que es una macana, la verdad: todo lo que me queda para decir sobre el texto requeriría que me base en el final y vuelva hacia atrás. Suele pasar.

De las actuaciones, un poco desprolijas al comienzo (el texto no ayuda, también es un hueso duro al principio). En palabras de mi amigo Marcelo, que la fue a ver conmigo, durante los primeros diálogos más bien daba la sensación de que tiraban texto. Pero van repuntando sobre la marcha (sobre todo en el caso de Yazmín Schmidt). De los tres, el que se luce es Karamanian, el que hace de Dueño.

Igual, definitivamente me había gustado mucho más Acassusso.

Y me queda decir algo sobre 4.48 Psicosis.

Nunca había visto ni leído nada de Sarah Kane. Ni tenía mucha información sobre ella, más allá de algunos lineamientos estéticos. Creo que hubiese preferido no enterarme en la cola de entrada de que se mató, es el tipo de cosas que después cuesta dejar afuera en una obra como esta. Precisamente sobre una suicida.

Se trata de una obra un tanto complicada. Algo que pasa con Beckett a menudo, la densidad del texto pide a gritos una lectura, la posibilidad de volver sobre una frase a la que en una puesta se hace imposible volver, porque sale corriendo de escena atropellada por una horda de palabras que a veces parecen atacarse entre sí, y otras veces dejan ver sólo por un momento algún que otro puente de sentido que no termina de dar el tiempo para cerrar.

La actuación de Leonor Manso, impresionante.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Archivo

Una cuota de azar me dejó en una carpeta de escritos que copié alguna vez a esta máquina cuando salvé archivos del disco rígido de mi vieja 486. Lo que sigue son algunos de los espectros que salieron de esa cripta.
El más nuevo de estos poemas tiene al menos dos años. El más viejo, no sé, tal vez unos cinco. Ninguno de ellos es muy alegre que digamos.


Dame la mano.

Hace frío y llueve, ¿sabés?, no tengo más que esta mano.

Hay puentes que cuelgan solemnemente del vacío,

bien sujetos del predicado. No los mires, dame la mano.

Hay una ausencia ladrando su advertencia de cancerbero. No la mires, y dame la mano.

Que no te confundan las cicatrices que me han tallado las gitanas.

Soy el vacío concentrado en una mano. Y tengo frío.

Dame la mano. Dámela apenas porque es la única estrategia

para no disolverme y ser ojos y ser tiempo y ser eco de mí misma.

No me dejes ser yo

cuando me miro en el fondo de los espejos.


_______________________________________________________________


Nocturno con ruidos


Las ratas.

Son las ratas.

Las ratas y sus ojitos lastimosos.

Las ratas de dientes cansados.

Rascan la puerta, ratas.

Andan por los techos, tan ratas.

Hay sonido de patitas en las alacenas del hambre.

Ratas. Ratas por todas partes.

Ratas haciendo equilibrio en el borde de la copa que contiene todos los infiernos.

Ratas cubriendo la luz que queda.

Ratas trepándose al sol, que hiede a inmensa rata quemada y no brilla.

Yo, apenas insecto,

no tengo párpados que cerrar,

ínfima e infinita en una esquina

de una casa con ratas,

muchas, muchísimas ratas.

Están mirándome con sus ojos chiquitos,

con sus pupilitas rojas de rata.

Se comieron la claridad, y no puedo moverme.


_______________________________________________________________



_______________________________________________________________

La bruja



Suelta entre las nubes y el piso

leoneo desdentadamente entre dementes

tanteando los bordes de los rostros, buscando mis rasgos

por los estantes en que se venden los que juran no tener precio,

gata gris curiosa e inofensiva.

Rasguño estandartes rotosos escondidos en rincones

roñosos en donde raras veces alguien revisa,

ronroneo entre rituales en los que ya no recuerdo cómo


siempre al alcance de alguna mano

que se empeña en no pasarme por el lomo