miércoles, 31 de diciembre de 2008

De paso


Esta tarde - Colectivo 124 por Corrientes

domingo, 28 de diciembre de 2008

Pseudoreseñas

Cees Nooteboom - El día de todas las almas


Perdonen la imagen, que contra mi propia imposición a la estética de este blog es una standard. Le presté mi ejemplar a un amigo casi apenas lo terminé, así que no pude sacar una foto propia.
Lo que también me pone en una situación para mí un tanto incómoda, que es la de comentar un texto que no tengo a mano.
De todos modos, hay unas cuantas cosas que quiero y puedo decir.
Es un relato extremadamente bien construido, de esas narraciones prolijas y cuidadas hasta en el más mínimo detalle: las caracterizaciones son impecables, la economía del relato es perfecta, la división en capítulos toma una naturalidad asombrosa y hasta los fragmentos de coro, destinados a un espacio metaliterario que recuerda constantemente el artificio de la ficción, funcionan perfecto, contra todo lo esperable en un recurso así. Por cierto, esa fue una sensación recurrente en la lectura, el pensar "este tipo de recurso normalmente sale mal, es todo lo que uno aborrece en algo escrito por alguien que conoce cierto canon académico y que trata de ser original; y sin embargo acá funciona bárbaro". Uno llega a perdonarle incluso sus actos fallidos de liberalista eurocéntrico. 
Dudé mucho sobre si hablar o no del relato en sí. Es una de esas pocas novelas con las que es casi imposible no crear una suerte de lazo afectivo. Leerla, entrar en el pacto de lectura, significa sufrirla con los personajes, quererlos a todos un poco, a Arthur que arrastra por toda Europa su cámara y sus muertos, a Arno con su cuelgue crónico, a Zenobia con su nube oscura arriba de la cabeza, a Elik que ahoga sus fantasmas en la preparación de una tesis de doctorado... En fin. 
Es, en total, una novela muy disfrutable; vale la pena hacer una vaquita con un amigo (está editada por Siruela, lamentablemente) para leerla, o secuestrarla de la biblioteca de alguno que la tenga.
(Quedo en deuda con Stefan, el amigo que me la regaló hace más bien poco)


Nicolás Saraintaris - Lógica germinal

Esta me llegó hace una semana, por gentileza del autor.
(Esa foto la pude sacar nada más porque me desvelé, son las seis de la mañana y a mi perro a esta hora le puede pasar un camión de Cliba tocando bocina y lleno de huesos a cinco centímetros de su cabecita que no se inmuta)

Vengo de comentar una novela que trabaja desde cierto compromiso emocional. Bien, ésta en ese sentido es su contrario, es sobre todo una novela del desapego. Con un lenguaje obsesivo y reconcentrado en sí mismo, con una motivación de los acontecimientos que más de una vez recuerda el método de composición del Locus Solus de Raymond Roussel, en franca disonancia con un escenario salvajemente burlesco, con un personaje principal mezquino y poco hábil para mantener una imagen coherente de su realidad por mucho tiempo, Lógica Germinal llama a ser leído desde una aséptica distancia humorística. 
A modo de revés absurdo de una novela de Chase, Poroto/Renièr Gaut/Bean es un parásito al que todo parece salirle absurdamente bien en un mundo controlado a base de crímenes atroces pero sin ninguna importancia. El relato se mueve vertiginosamente entre situaciones cómicas que parecen sólo poder llevar al desastre, que buscan despertar el morbo de seguir leyendo para ver qué tan ruidosa va a ser la caída del antihéroe. Y mejor no digo más, que es uno de esos libros que sólo se pueden comentar cabalmente de atrás para adelante. Como toda novela policial que se precie.
Los invito a hacerlo y sacar sus conclusiones propias, entonces, sin que se las de yo masticadas, que es entretenida, se lee rápido y no está publicada por la reina de las editoriales caras como la otra.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Asado violento

Algo que un amigo me hizo escuchar hoy


martes, 23 de diciembre de 2008

áspero hueco áspero viento áspero
paso tacos zapatillas sandalias botas
áspera canción áspera espera áspera
caminata calles que nunca viste


me estaba acostumbrando demasiado
a adivinar tu presencia suave en mi espacio

viernes, 19 de diciembre de 2008

Aire

Se me ocurren dos analogías parecidas, las dos ligadas a los medios de transporte: lo que se siente en el momento en el que un avión después de carretear un rato finalmente se desprende del suelo, o cuando luego de pasar en auto por un túnel o de una calle muy angosta y edificada se sale de golpe a toda velocidad a un espacio muy abierto, la 9 de Julio por ejemplo. El movimiento sigue, pero está de todas formas el vértigo repentino provocado por la vibración que desaparece, o por la luz repentina y el ruido que de repente tiene un espacio mayor para perderse y mezclarse promiscuo con otros ruidos.
Hoy, el día después de mi último final presencial, miraba a la mañana (antes de salir a mi último día de trabajo de este año) mi estante de abajo tratando de elegir el primero de los libros que voy a leer en estas breves vacaciones que me voy a tomar hasta enero. La decisión de no tocar nada de bibliografía relacionada con las cuatro monografías que debo y que planeo tratar de escribir este verano (la de Siglo XIX, sobre Dickens, la del seminario de Cerrato sobre Beckett, la del de Vedda del cuatrimestre pasado, sobre Bram Stoker y Anne Rice, y la del de Artal sobre Chrétien de Troyes) limitaba bastante las opciones y a la vez las abría. Las dos semanas de vacaciones significan no tener que sentirme culpable por leer algo porque nada más se me da la regalada gana. No tener que leer con el límite de bueno, una hora más y me pongo con el apunte de Bowra sobre el ideal estoico en Virgilio, por ejemplo. Un poco por azar (había quedado separado del resto, no recuerdo por qué) fue a parar a mi morral el Libro de Apolonio. Tengo buenas chances de terminarlo entre hoy y mañana, para volver a repetir la escena de disponer de los pocos días que tengo para leer bibliografía no inmediatamente necesaria.
Valga este post mediocre a modo de ejercicio para desherrumbrar un poco las manos, demasiado entumecidas de lenguaje académico, antes de retomar de una buena vez la escritura de ficción, como se debe.


miércoles, 17 de diciembre de 2008

rumoresque senum severiorum omnes unius aestimemus assis

Definitivamente debería leer un poco más a Catulo. 


Y sí, creo que después de cómo me salvó la vida hoy en el final de Latín me siento un tanto en deuda.

sábado, 13 de diciembre de 2008

¿Hace falta excusa?

.

Vinícius de Moraes con Maria Creuza y Toquinho





Berimbau - Consolação


(para bajarlo, click en la punta derecha del reproductor, ya saben)

Neitherland




Puerto Madero - Esta tarde

martes, 9 de diciembre de 2008

Meet the Flintstones

Y estos son los despojos de la era cassette. Los originales son antiguos (y alguna vez ajenos, yo era de las condenadas al truchaje a doble cassettera o, en tiempos más modernos, desde cd), y la enorme cantidad de tdks y afines es más bien moderna. Algunos de esos son apenas anteriores a mi paso a la era del mp3.
El grabadorcito lo compré en 2002, para que un amigo me grabara las clases de Panesi cuando no podía ir. Que era lo normal, yo cursaba el profesorado de portugués en ese horario. Lo usé poquito desde entonces. Creo que, de hecho, tengo todavía alguna vieja clase fósil de Delfina Muschietti por ahí.
Entrar en ese cajón implica, además de una lucha cuerpo a cuerpo con un ejército de ácaros y otras ínfimas alimañas, y de paso reencontrarse con algunos gustos antiguos. Era la época en la que no tener plata para comprar música significaba necesariamente depender de convencer a mi hermana de que quería adquirir (o bajar, el último tiempo, en un momento en el que un download llevaba como una semana) lo que yo tenía ganas de escuchar, o en su defecto conseguir préstamos y grabaciones de amigos. Estrategias que no siempre funcionaban, con lo cual las posibilidades de ampliar la colección musical eran ínfimas, y ni hablar de salirse de lo estrictamente mainstream.
Mientras escucho una selección de temas chica, las 18 horas y pico que ocupan mis canciones favoritas de entre las que tengo en el disco duro (la última vez que abrí la lista general eran unas increíbles 260 horas), vuelvo a preguntarme otra vez por qué no tiro todas esas cintas. Miro. Le saco una foto al cajoncito para el blog. Vuelvo a mirar. Ni siquiera tengo en donde escucharlos, ese walkman anda pésimo, se traba, engancha, patina. Y la cassettera de mi equipo de música murió hace mucho. Queda un pasacassette chico, mono, con un sonido deplorable, que creo que está en el departamento de mi hermana, para dar clases de inglés. Que alguna vez guardé para llevar música a otras partes, pero la verdad que se escucha bastante peor que mi mp3 conectado a los parlantes viejos de mi PC.
Vuelvo a mirar.
Ordenaditos, calladitos, cargados de polvo, menguando lentamente cada vez que algún amigo de mi vieja con pasacassette en el auto se lleva algo.
Cierro el cajón.

domingo, 7 de diciembre de 2008

en alguna de estas veredas
encontrar
ese manojo de llaves
que perdiste anoche en sueños

viernes, 5 de diciembre de 2008

jueves, 4 de diciembre de 2008

Tal vez sean demasiados los escritores mediocres que devienen poetas porque es más sencillo esconder en verso una atroz falta de sentido del humor.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Random facts

Facebook puede acostumbrarte peligrosamente a hablar en tercera persona.


Si a eso le sumamos que me gusta pensar en voz alta...

Hoy me terminé de dar cuenta de que se puede extrañar sobremanera a alguien a quien no se ha visto nunca.

No veo la hora de tener una semana completamente ociosa para terminar mi novela. 

No veo la hora de recibirme.

Esta semana sentí la necesidad imperiosa de volver a escribir poesía. Hace mucho que no me pasaba.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Ver doble

Dos obras de teatro en dos días. Debe ser la primera vez en mi vida que hago eso. No recuerdo siquiera haber ido dos días seguidos al cine jamás. No sé por qué, pero normalmente elijo dejar pasar algún tiempo para digerir espectáculos audiovisuales.

Con los libros no me pasa, si termino de leer algo que realmente me haya hecho mudar de realidad por un buen rato enseguida siento la necesidad imperiosa de pasar a otra cosa, de ser posible lejana a la experiencia estética de la que vengo. Tal vez sea por eso que mi cultura libresca excede ampliamente a la dramática y a la cinematográfica, que rondan lo paupérrimo.

Pero esta semana ya había arreglado para ver 4.48 Psicosis de Sarah Kane el sábado cuando me llegó la noticia de que tenía dos entradas gratis para ir a ver Destino de dos cosas o de tres de Spregelburd el viernes. Y decidí tomarme esas dos pausas en un par de días de mucho trabajo, un poco para no enloquecer y otro mucho porque tenía ganas.

Es tarde y tengo sueño y necesidad de dormir y de levantarme mañana y de corregir montañas y montañas y montañas de trabajos de mis alumnos del colegio y eso hace que no pueda sentarme un buen rato y escribir y escribir y repensar lo visto para volcarlo en este espacio. Seré breve. Tendré que dejar apenas retazos. Hilachas de comentarios. Fragmentos de una entrada más larga condenada a no existir.

Igual, no importa mucho, se ha escrito más que suficiente sobre ambas puestas.

Acerca de Destino de dos cosas o de tres, es una puesta bastante pasable con algunos puntos altos, de una obra más bien irregular.

Pese a lo que puede parecer por las fotos que circulan por ahí, todas ellas arruinadas por un flash maligno, las decisiones de escenografía, vestuario y luces forman una combinación muy armónica, decididamente bonita. Acompaña muy bien el carácter absurdo-naïf del texto, que mezcla elementos claramente tomados de Ionesco (en el manejo del lenguaje) y de Genet (hasta en la sopa) con una resolución un tanto conciliadora. Y me detengo ahí porque no, señores, mejor no contarles cómo termina. Lo que es una macana, la verdad: todo lo que me queda para decir sobre el texto requeriría que me base en el final y vuelva hacia atrás. Suele pasar.

De las actuaciones, un poco desprolijas al comienzo (el texto no ayuda, también es un hueso duro al principio). En palabras de mi amigo Marcelo, que la fue a ver conmigo, durante los primeros diálogos más bien daba la sensación de que tiraban texto. Pero van repuntando sobre la marcha (sobre todo en el caso de Yazmín Schmidt). De los tres, el que se luce es Karamanian, el que hace de Dueño.

Igual, definitivamente me había gustado mucho más Acassusso.

Y me queda decir algo sobre 4.48 Psicosis.

Nunca había visto ni leído nada de Sarah Kane. Ni tenía mucha información sobre ella, más allá de algunos lineamientos estéticos. Creo que hubiese preferido no enterarme en la cola de entrada de que se mató, es el tipo de cosas que después cuesta dejar afuera en una obra como esta. Precisamente sobre una suicida.

Se trata de una obra un tanto complicada. Algo que pasa con Beckett a menudo, la densidad del texto pide a gritos una lectura, la posibilidad de volver sobre una frase a la que en una puesta se hace imposible volver, porque sale corriendo de escena atropellada por una horda de palabras que a veces parecen atacarse entre sí, y otras veces dejan ver sólo por un momento algún que otro puente de sentido que no termina de dar el tiempo para cerrar.

La actuación de Leonor Manso, impresionante.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Archivo

Una cuota de azar me dejó en una carpeta de escritos que copié alguna vez a esta máquina cuando salvé archivos del disco rígido de mi vieja 486. Lo que sigue son algunos de los espectros que salieron de esa cripta.
El más nuevo de estos poemas tiene al menos dos años. El más viejo, no sé, tal vez unos cinco. Ninguno de ellos es muy alegre que digamos.


Dame la mano.

Hace frío y llueve, ¿sabés?, no tengo más que esta mano.

Hay puentes que cuelgan solemnemente del vacío,

bien sujetos del predicado. No los mires, dame la mano.

Hay una ausencia ladrando su advertencia de cancerbero. No la mires, y dame la mano.

Que no te confundan las cicatrices que me han tallado las gitanas.

Soy el vacío concentrado en una mano. Y tengo frío.

Dame la mano. Dámela apenas porque es la única estrategia

para no disolverme y ser ojos y ser tiempo y ser eco de mí misma.

No me dejes ser yo

cuando me miro en el fondo de los espejos.


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Nocturno con ruidos


Las ratas.

Son las ratas.

Las ratas y sus ojitos lastimosos.

Las ratas de dientes cansados.

Rascan la puerta, ratas.

Andan por los techos, tan ratas.

Hay sonido de patitas en las alacenas del hambre.

Ratas. Ratas por todas partes.

Ratas haciendo equilibrio en el borde de la copa que contiene todos los infiernos.

Ratas cubriendo la luz que queda.

Ratas trepándose al sol, que hiede a inmensa rata quemada y no brilla.

Yo, apenas insecto,

no tengo párpados que cerrar,

ínfima e infinita en una esquina

de una casa con ratas,

muchas, muchísimas ratas.

Están mirándome con sus ojos chiquitos,

con sus pupilitas rojas de rata.

Se comieron la claridad, y no puedo moverme.


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La bruja



Suelta entre las nubes y el piso

leoneo desdentadamente entre dementes

tanteando los bordes de los rostros, buscando mis rasgos

por los estantes en que se venden los que juran no tener precio,

gata gris curiosa e inofensiva.

Rasguño estandartes rotosos escondidos en rincones

roñosos en donde raras veces alguien revisa,

ronroneo entre rituales en los que ya no recuerdo cómo


siempre al alcance de alguna mano

que se empeña en no pasarme por el lomo


domingo, 26 de octubre de 2008

Laberintos

En una de las posibles vueltas encontradas para atribuir la autoría de la primera versión del Amadís de Gaula hay una que se pierde entre los matorrales de esta cantiga de refram, que  tal vez pertenezca a Johan Lobeira. Tuvo la mala suerte de que su versión gallego-portuguesa se conserve nada más en el cancionero Colocci-Brancuti (BN de Lisboa, ahora), lo que significa copistas italianos, tardíos, varios y con mejor voluntad que criterio. 
La cancioncita tiene bastante gracia, y aún más en la pequeña vuelta de tuerca que tiene su inclusión (en traducción castellana, con una estrofa de más y otra de menos) en la narración como se conserva actualmente: ahí Leonoreta es una nena chiquita, y el trovador es el mismo Amadís, que compone estos versos un tanto en broma y un tanto como mensaje cifrado para su verdadera amada, la hermana mayor, Oriana.

Senhor genta,
mi tormenta
voss' amor em guisa tal,
que tormenta
que eu senta
outra non m' é ben nen mal,
mays la vossa m' é mortal!
Leonoreta,
fin roseta,
bela sobre toda fror,
fin roseta,
non me meta
en tal coita voss' amor!

Das que vejo
non desejo
outra senhor se vós non,
e desejo
tan sobejo
mataria hũu leom,
senhor do meu coraçon!
Leonoreta,
fin roseta,
bela sobre toda fror,
fin roseta,
non me meta
en tal coita voss' amor!

Mha ventura
en loucura
que meteu de vos amar.
É loucura
que me dura
que me non posso én quitar.
Ay fremusura sem par!
Leonoreta,
fin roseta,
bela sobre toda fror,
fin roseta,
non me meta
en tal coita voss' amor!


viernes, 24 de octubre de 2008

Sin flequillo

La demostración práctica de que había manera de hacer algo con este formato.


No sé qué hago dedicándome a las letras, existiendo tan digna especialidad.

lunes, 20 de octubre de 2008

Veinte mil leguas de viaje en el tiempo

De chica solía gustarme mucho Verne. A los diez años mi estante (guardaba mis pocos libros aparte de los del resto de la familia) contaba con una buena cantidad de ellos, de los cuales algunos estaban en esta colección. Recuerdo haber escuchado y leído unas mil veces Viaje al centro de la Tierra (el único que conservé cuando, allá lejos y hace tiempo, por circunstancias largas de explicar, tuve que desprenderme de casi todos mis libros), con la hermosa gracia de ser una historia imposible, ciencia ficción clausurada en un univrso paralelo que no ocurrirá ya nunca.
También gasté Escuela de Robinsones, que fue la primera novela que leí sola, y que debo haber releído unas tres o cuatro veces (mucho para una nena) hasta el día en que el ovejero alemán que tenía por entonces afiló los dientitos de cachorro en el tomito de Biblioteca Billiken y no quedó mucho de él. Ese me da un poco de miedo retomarlo de adulta, me gusta demasiado en el recuerdo y sé que lo más probable es que me espere una decepción.
También habitaron mi estante y mis noches de infancia Un capitán de quince años, Dos años de vacaciones, Cinco semanas en globo (cuantos números en los títulos, recién en este catálogo de naves lo noto), y de la colección del de la foto El país de las Pieles, El testamento de un Extravagante y Los hijos del capitán Grant.
Volver a leer por primera vez una novela de Verne resulta, entonces, casi un regreso al pasado personal, al recuerdo agridulce de una experiencia estética que ya sólo puede ser el fantasma de sí misma. Puedo recordar mi regocijo ante las descripciones de barcos, paisajes y artefactos extraños, la curiosidad de una nena que tenía una afición especial por desarmar las radios y por poner cualquier cosa en el portaobjetos de su modesto microscopio. Pero esa puerta se cerró, y entonces las descripciones se hacen un tanto pesadas, artificiosas, pedantes, definitivamente lejos de lo que yo elegiría hoy para leer algo pasatista.
Hablando de eso, y en sintonía con el seminario de Vedda, en tren de completar mi colección vampírica de Anne Rice fui a buscar Pandora, comprado por internet. Es lo que pienso trabajar para la monografía cuando termine, una elaboración sobre interrogantes ya expresados anteriormente de manera muy rudimentaria en este blog acerca del curso que han ido tomando los monstruos en la ficción trivial.

jueves, 16 de octubre de 2008

STP Undead II

"Che, Mariel, qué tranquilo que está el público. ¿Mandamos para adelante?"

"Y, si te parece, dale"

La grabación (no mía, nunca sacaría mi cámara a un evento de estos; yo grabé un poco de audio pero mi mp3 no bancó los bajos y el testimonio es completamente inaudible) corresponde al único momento de un recital muy prolijo y tal vez demasiado tranquilo en el que hubo algo cercano a momentos de descontrol.


Para sacar a pasear al humano

-

¿Algo de trascendental importancia para hacer con tu tarde de sábado? 
¿No? 





Ya que estás, si pasás por ahí date una vuelta por el stand de CILC y comprate el 
Vamos a Rockearla (J. Daza y J. Crasci, con ilustraciones de Sala, Mr. Exes, etc.), 
que es un gran pequeño librito.

lunes, 13 de octubre de 2008

Spam

¿Quién puede confiar en una agencia de seguros spammer que, encima, se llama "Ocaso"?

viernes, 10 de octubre de 2008

Esto pasa cuando se supone que haga algo relativamente urgente

pero enormemente aburrido.


En una larga cadena de links, terminé colgándome con este jueguito. Debe haber unos cuantos, sé que mi ignorancia en materia de videojuegos es enorme. Pero ver algo tan decididamente bonito para jugar online no me había pasado nunca.
El juego en sí (de nombre Samorost, tiene dos versiones) se juega por point-and-click y tiene algo de naïf, de mutación rara, enormemente estetizada (y despojada de la moralina educativa barata), de lo que eran los juegos didácticos para chicos en pc allá lejos y en los noventa, esos tiempos extraños en los que tener una computadora en casa no era para cualquiera, y los juegos para adolescentes/adultos que podían encontrarse en una de las de un colegio privado católico de medio pelo no pasaban del Minesweeper. Razón por la cual todas las muchachas del mío nos solíamos colgar con los juegos para más chicos, que al menos eran bonitos.
Nunca faltaba la que abría el Factory y perdía todo el tiempo, por cierto.


El resultado visualmente recuerda un poco a El Viaje de Chihiro (todavía más, por lo que vi, en otro juego de la misma gente que no sale hasta el año que viene), con un enorme grado de detalle puramente esteticista, pero que no intenta crear una realidad alterna, sino más bien la ilusión de lo artesanal, del dibujo a lápiz.
De la experiencia misma de jugarlo, bueno, requiere una dosis grande de paciencia (o aburrimiento) y de tiempo que espero tener en otro momento.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Releyendo para retomar

-Fragmento de La Manada con el que todavía, mucho tiempo después de haber garabateado su versión original en un cuaderno, sigo bastante contenta-



           La caza de hadas es una tarea harto complicada: primero hay que concentrarse y visualizarlas, armar su pequeña constelación en las motas de polvo que bailotean en la luz solar que entra algunas tardes formando un prisma irregular entre la ventana y el piso. En casa nada más puede hacerse en el que ahora va a ser su cuarto, y únicamente en otoño, que es cuando la luz entra directa por la ventana que da al patio de los Rustre, porque cuando entra por el balcón del comedor o por las ventanas de Alba es demasiada, y a las hadas tampoco les gusta acercarse a los vitrales del pasillo, supongo que porque la luz de colores las debe apagar un poco. Ni hablar del patio: aún cuando abriésemos el toldo (que sólo Dios sabe lo que podría caer de ahí arriba), dudo mucho que las hadas puedan sentirse bien al aire libre.

           Al principio es un poco difícil encontrarlas, dejar por un momento de ver la tierra, no distraerse con los trastos viejos o con los contoneos de Merlín que se aburre y trata de atrapar una laucha imaginaria. Una vez que se ve la forma (una punta de un pie, por ejemplo) van apareciendo muy rápido, con una nitidez sorprendente, hasta tomar color y volverse completamente corpóreas. Entonces llega la parte más difícil, porque si bien no se corren del sol son terriblemente rápidas, y pueden estar un buen rato burlándose con movimientos extraordinariamente violetas o verdes de uno, yendo de la ventana al piso o formando torbellinos de luz irisada, volando en espiral dentro de la pecera lumínica. Y además un hada no es una laucha, hay que tratarlas con cuidado porque las alas son frágiles, y con relativa facilidad, con la mejor de las intenciones, uno puede terminar rompiendo una pierna o un bracito delgado, cosa que absolutamente nadie tiene derecho de hacer.

           María aprendió todo esto con notable rapidez, una tarde mientras esperaba a Bita que se había ido vaya uno a saber dónde. Yo la invité con bastante ceremonia, y ella se limitó a preguntarme cómo se hacía, con simpleza, demostrándome que después de todo no me había equivocado. A mí me había parecido verla un poco triste, y supuse que cazar un par de hadas podía llegar a ser de ayuda. Por lo menos a mí siempre me sirve. Y valió la pena, las hadas parecen aparecer más fácil con ella cerca. Debe ser que se les parece demasiado.

Entrega: 31 de febrero

¿Por qué me costará tanto terminar de escribir todas aquellas cosas para las que no tengo fecha de entrega? 

¿O será que diecinueve años involucrada en procesos de educación formal pueden causar una enfermiza adicción a las deadlines?
En ese caso, los congresos, ¿no son una clase de droga sustituta?
Esto, por supuesto, puede traer problemas con los proyectos creativos de largo aliento. Complicado.


(Mientras retomo mi pobrecita olvidada novela en trámite y masacro las últimas 35 páginas A4, bajo la influencia de una idea para un giro de trama que resuelve algunos problemas)

jueves, 25 de septiembre de 2008

Cómo me gustaría conseguir sacar fotos como esta


Se trata de un hotel abandonado en una ciudad fantasma norteamericana. Me recordó mi fantasía de entrar para sacar fotos a un par de edificios arruinados que conozco.


Hablando de ciudades fantasma, acá hay una digna de Stephen King. No me van a decir que no tiene algo de Salem's Lot.

O de Sunnydale, ahora que lo pienso. 

Bueno, en todo caso parece que alguna película de terror (que no vi pero suena bastante pedorra) la tomó laxamente de modelo. 

domingo, 21 de septiembre de 2008

estas cosas literarias que sólo sirven para acelerar el ciclo de la celulosa

Una mirada rápida a los libros en los que metí la nariz esta semana.





La Historia del Arte, de Gombrich y la Biblia (lecturas para el grupo de estudio en el que estoy) son libros que vengo leyendo hace rato. Y tendré para un tiempo más, todavía.
Esta semana cayó 1 Reyes del Antiguo Testamento en nuestra aproximación laica/literaria a la Biblia. Es un texto muy irregular, con algunos puntos particularmente altos: mis favoritos, la brevísima historia de la doncella Abisag y el rey David con la que empieza, y este fragmento muy sugerente que copio a continuación, una anécdota en la historia de Elías que es de lo mejorcito que leí hasta ahora en las Escrituras:

Entonces se le dijo: "sal fuera y permanece en el monte, esperando a Yavé; pues Yavé va a pasar."
Vino primero un huracán tan violento que hendía los cerros y quebraba las rocas delante de Yavé. Pero Yavé no estaba en el huracán.
Después hubo un terremoto, pero Yavé no estaba en el terremoto.
Después brilló un rayo, pero Yavé no estaba en el rayo.
Y después del rayo se sintió un murmullo de una suave brisa.
Elías al oírlo se tapó la cara con su manto, salió de la cueva y se paró a su entrada.

[1 R. 19, 11-13]


Para los que nunca tuvieron mucha paciencia con los primeros libros de la Biblia, es bastante el problema que se han tomado los redactores con lo que es y lo que hay (detallado hasta el cansancio) como para hacer una enumeración de lo ausente. Menos aún, de Dios ausente. Y de dejar sin decir la presencia divina al final, para sugerirla simplemente en la humilde acción del profeta de cubrirse el rostro, ni hablemos. 
También, a esta altura, Yavé el vengativo, el que destroza enemigos y castiga con maldiciones de varias generaciones hace un oxímoron de efecto muy fuerte en la brisa suave que elige para presentarse, luego de la enumeración de cataclismos climáticos que la precede. 
Me encantaría saber cómo sonaba esto en el original, pero me lo imagino con una cadencia de verso bastante musical.


Con Historia del Arte, nos toca la segunda parte del siglo XIX la semana próxima. Empecé hoy con el capítulo de Gombrich que corresponde (motivo de que esté en mi mesa de la semana), pero todavía no tengo mucho para comentar sobre eso. 



La Gran Matanza de Gatos de Darnton también es una lectura con una finalidad precisa: se supone que prepare una exposición sobre un par de capítulos de ese libro para un seminario interno de la cátedra en la que estoy. Es un trabajo interesante (un intento de trazar una historia cultural de la Francia del XVIII, con un enfoque metodológico muy particular), lo suficiente como para hacerme colgar otras lecturas más urgentes en capítulos que no tengo ninguna obligación de leer. En la semana, o el fin de semana que viene, haré un comentario más extenso, cuando me siente a armar mi exposición y ordene mi lectura con tiempo y calma.



El librito liliputiense es Cosas de Mujeres, de Fogwill. Lo compré en una máquina de cigarrillos redestinada que solía estar en la planta baja del Centro Cultural de la Cooperación. La idea era: uno ponía una monedita de peso, tiraba de una palanquita a elección y caía un librito adentro de una cajita. La cajita tiene el exacto tamaño de la de una de puchos de 20, y el libro adentro es apenas más chico. Yo por entonces (en el marco del último Congreso de Letras) compré nada más este y Las buenas costumbres de Viñas, porque si bien los libritos eran tentadoramente baratos las monedas de un mango no llueven del techo. Ayer comprobé con pena que la máquina no está más, y me quedé con el bolsillo del jean lleno de monedas de uno y de decepción.
Esta semana Cosas de Mujeres fue a parar a uno de los bolsillos de mi campera, en donde entra con total comodidad, y estuvo amenizando colas de supermercado, de banco y viajes por un buen par de días. Nunca había leído nada de Fogwill, y hay que decir que me quedaron ganas de reincidir: los dos cuentos, "Memoria de paso" y "La larga risa de todos estos años" son a su modo maquinarias verbales perfectas desde la primera a la última palabra, de esos de los que se encuentran pocos. 
El primero es una reescritura del Orlando de Virginia Woolf. Ágil y entretenido como no termina de serlo la novela (que a mi gusto por momentos se empantana un poco en una complejidad narrativa innecesaria), Fogwill se permite ya que estamos meterse con cuestiones escabrosas como el hecho de que con tiempo suficiente una persona culta es capaz de pasar por toda clase no sólo de experiencias sino de ideas, alguien que vive lo suficiente tiene oportunidad de ser un poco nazi o algo equivalente alguna que otra vez.
Hacerle justicia al segundo relato con un comentario implica arruinarle la experiencia rara de primera lectura a alguien. Así que me lo guardo.

Y en cuanto a Las Primas, de Aurora Venturini, no termino de saber por qué lo saqué ahora del estante de abajo. Se supone que sería más prudente estar leyendo Robinson Crusoe para el seminario de Vedda, pero por alguna razón interna que no distingo bien no consigo empezar a leer esa historia de naufragio. 

La novela de Venturini, que salió premiada a principio de año en un concurso de novela de Página/12, la compré en su momento en Mar del Plata, pensando en un posible rato de aburrimiento veraniego que finalmente, gracias a un vecino bonito, no llegó nunca. 
Leí hace mucho una reseña un tanto extraña de este libro hecha por un amigo, Juan Manuel, que estaba destinada originalmente para el fallido proyecto Contratapas, y que podría haberme ahorrado trabajo ahora. Pero nunca se publicó, no sé muy bien por qué. Ahora, tantos meses después, caigo en la cuenta de por qué él se había visto en una situación de escritura rara al tratar de reseñar esta novela: es que es una obra que deja al lector un tanto perplejo. 
Lo primero que se me ocurre decir, una pavada del tamaño de Groenlandia, es que se lee muy rápido (me llevó dos días, jueves y viernes, prestándole poco rato y baja concentración). Puedo decir también algo, cansada y con mis lectores (si es que están) aburridos por un post innecesariamente largo, sobre el recurso estilístico central, la narradora con dislalia: Aunque por momentos falla, sobre todo en las supuestas idas al diccionario (¿es que se supone que una chica, por muy dislálica que sea, egresada de Bellas Artes, tiene que buscar términos de pintura en el diccionario? ¿Es que tiene un diccionario mágico en el que buscar palabras para lo que no sabe cómo decir?), está bastante bien y forma un elemento absolutamente necesario en la trama, que para un elemento constructivo así no es poco. Y el relato, la historia de una familia de deformes y deficientes, tiene su atroz encanto. Un encanto un tanto obvio, un tanto nutrido en el golpe bajo constante, que en el resultado final hace preguntarse cómo es que esta novela (que es buena, ciertamente, pero dista de ser excelente) llegó a primer premio por unanimidad. 
Bueno, haría falta saber qué habrán sido las otras.





Y este último se viene perfilando como el próximo delay para Robinson. Lo compré ayer, luego de que una conversación muy agradable con un lector apasionado de Bolaño me diera ganas de volver a leer algo de este chileno. Lo que como cualquiera sabe implica una inversión de dinero bastante grande, los libros de Anagrama no se venden a los mismos precios que las bonitas ediciones de Colihue. Pero la tentación fue grande, así que si vuelvo a un vengo de leer la semana que viene probablemente esté esta colección de cuentos.

Baste por hoy con esto, que ya el post es más largo que lo tolerable.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Merodeos de museo

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Louis-Ernest Barrias - La jeune fille de Bou-Saada
(c.1890)

viernes, 12 de septiembre de 2008

Eso también existió


Sé que hice una selección conciente en algún momento, tomar a lo Noé un animal de cada especie para tirar el resto al diluvio del tiempo sin mucha culpa. Porque nunca tiro nada escrito que no sea una boleta, volante o un ticket sin un dejito de culpa. Menos, caso raro, si se trata de papeles manuscritos. Menos si tienen algo que ver con la historia personal.

Lo que no sabría decir es en qué momento la hice. Eso se me escapa, no tengo memoria exacta de haber embolsado todo esto. Ese gesto tengo que contarlo entre los huecos, las horas que vivimos de menos, las que no restamos del todo de la suma final de nuestros días nada más que porque dejan un resto, una certeza sin fundamentos ciertos y restos materiales que nos dicen que eso también existió.

Como el momento incierto en el que escribí mi nombre en la tapa de un cuaderno de secundario.

Como cuando hice esa tarea de italiano, como ese idioma que leo y escucho sin mayores problemas pero que soy completamente incapaz de hablar.

Así que he aquí otro esqueleto de este arcón, más personal, menos bonito que el primero: fotos, carpetas de Lengua, uno de esos cuadernos que yo usaba para casi todo, algunos cuadernos de la primaria, una carpeta de plástica, un carpetón de jardín, en suma un caos que resume catorce años de vida escolar a dos bolsones polvorientos hechos para abrirse muy poco.








miércoles, 10 de septiembre de 2008

domingo, 7 de septiembre de 2008

Acassuso

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Primera obra de Spregelburd que tengo ocasión de experimentar. Nada mal.

Está lo obvio, claro. Todos los que trabajamos en docencia (por diferente que sea el entorno que nos toque) tenemos algo que reconocer ahí. Caricaturizados, estilizados, los discursos y personajes habituales de una escuela se despliegan como una reelaboración onírica de algo que todos vivimos desde algún ángulo: la sobrecarga extraña de Doras, Susanas y Martas (que levante la mano el que hizo la primaria en los 80-90 y nunca tuvo al menos una maestra, portera o señora-que-atiende-el-kioskito con cada uno de esos nombres) con su burocracia de papeles manuscritos en carpetas con forros infantiles y sus rencillas internas, con la infaltable docente de la (muy) vieja escuela que pronuncia las "ll" como /'el:je/ y sabe leer discursos con una solemnidad afectada que sólo se encuentra en los actos escolares (válido solamente para la escuela primaria, consulte condiciones al dorso) a la antigua usanza.
Una señora perteneciente a esa vieja escuela, a la que puedo imaginar claramente leyendo "Unn vein-ticinco de mayo de mil ochocientos diez, bajo la tórrenciál liuvia...", obviamente docente en servicio, punteaba todo el tiempo a una amiga que tal vez haya lamentado no haber ido con su prima la estirada: "es así, es así tal cual"

Eso aparte, hay que decir que me sorprendió la capacidad de Spregelburd para la sorpresa (verbal, sobre todo, que significa una lucha contra el chiste fácil de la que, con un tema así, resulta difícil salir airoso), y para hacer que no resulte demasiado larga una obra de dos horas y pico con una trama perpetuamente mutante a partir de detalles, como las imágenes absurdas de un caleidoscopio que nunca termina de girar. Y la mayor parte de las actuaciones estuvieron muy a tono con el nivel general de la obra.
El efecto evidentemente buscado de ir logrando una representación cada vez más frenética, en la que la carcajada con la madre perdida se deshaga en risa histérica mientras los personajes se debaten en los límites de la legalidad funciona. Y el clímax con la escena violenta del final se logra. Tengo la idea de que alguien puede leer esto y ver la obra después, así que no seré spoiler, pero hay una fríamente calculada escenita ridícula preparada para quebrar la carcajada del espectador a medio camino. Había escuchado decir, y fue parte de lo comentado con Mariano (::ACTUALIZO:: posteamos ambos sobre lo mismo casi al mismo tiempo, por lo que veo) a la salida, que hay un desequilibrio entre la primera parte y la segunda, evidentemente menos graciosa. El día después, no puedo sino encontrar que a su manera esa misma incomodidad creciente forma también parte de la obra. Una parte que no necesariamente tiene que cerrarle al público, puede ser, pero funciona.

Del lado de los tomates, hay que decir que se nota demasiado que la profesora de gimnasia es una chica bien haciendo de chongo. No tiene suficiente oído como para saber que la ese no se deja de pronunciar siempre, que quienes no la pronuncian en final de frase sí hacen una aspirada en posición intervocálica, por ejemplo. Eso hacía ruido.
Y que pese a lo dicho sí, tal vez la economía de la obra podría haber mejorado con algunas omisiones. Los diálogos con la vendedora de ropa, por ejemplo, que merecía ser un personaje mucho menor de lo que era.

Dejo estas notas sueltas, migajas de experiencia, antes de volver a las toneladas y toneladas de trabajos por corregir. Ah, la docencia.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Tipos móviles

Nunca le había prestado demasiada atención a la small print de Project Gutenberg. Normalmente muere sin miramientos bajo la tecla backspace, cuando llevo los textos a Word para ponerlos en letras más cómodas que mi odiada Courier.

Hoy noté que el lema no está nada mal


**Welcome To The World of Free Plain Vanilla Electronic Texts**

**Etexts Readable By Both Humans and By Computers, Since 1971**



Ese salió de The Monk, de Lewis.

Ya que estamos, otras cosas decentes en esta estantería polvorienta, que todos saqueamos alguna vez:

- Si hay ganas de seguir con gótico, el impagable The Mysteries of Udolpho de doña Ann Radcliffe.

- Romans de Chrétien de Troyes. Sí, es más cómodo leerlos en castellano, o en una de esas bonitas ediciones a doble columna francés antiguo vs. moderno, pero si la idea es nada más entretenerse el fin de semana hay que tener en cuenta que esas opciones significan lidiar con la lista de precios de Siruela o la de Folio.

- The life and opinions of Tristram Shandy, Gentleman - Lawrence Sterne. Este es uno de los imprescindibles y, aunque buena, bonita y barata, la edición de Wordsworth suele faltar. La macana es que pierden un par de artificios gráficos imposibles de leer para both humans and computers.

- Petronio - Satyricon. ¿Necesita presentación? Ah, me parecía.

- Baudelaire - Les fleurs du mal. Ideal para leerlo en bilingüe con la edición castiza que haya en casa.

- ¿Qué mejor para una tarde de lluvia que uno de Jane Austen?

- Bueno, tal vez Wuthering Heights de E. Brontë.


Hilachas de posts para viernes a la noche

Riesgos raros de la banda ancha y el desvelo, como el de empezar a buscar un libro en el catálogo de Puán y terminar comprando otro, por asociación de ideas, a algún ignoto librero de palermo que publica en deremate.


Otra vez los gestos, esta vuelta un comentario de mis alumnos, que dicen que muevo mucho las manos cuando hablo.
También los gestos enternecedoramente inútiles con los que identificamos gente querida: una exasperación de brazos demasiado extendidos, una forma particularmente enérgica de mover la cabeza, la forma de tomar calor removiendo los brazos dentro de las mangas (ese con los años se me pegó), el gesto poco común de restregarse los ojos con las palmas en lugar de usar los dedos como casi todo el mundo, la mirada de rayo láser frente a todo extraño en el entorno, todas esas cosas que llaman la atención la primera vez que se las ve pero que después se naturalizan. Todo lo que nunca podríamos saber de otra forma más que por el contacto directo, eso que se perderá irremisiblemente cuando desaparezcamos los que podemos tener memoria directa de ello, porque todo el mundo se comporta menos naturalmente (es decir, más normal) frente a una cámara.


Alguna reivindicación necesaria de Helena Bonham Carter.


El fastidio frente a la redacción sosa, pretenciosa, con errores de escritura e irrelevante de algún profesor de nuestra alta casa de estudios de cuyo nombre prefiero no acordarme. Aunque me haga falta tragar un estudio suyo en una lista de bibliografía recomendada, por las dudas.
Su parentesco con las escrituras igualmente enervantes que siempre toca escuchar en mayor o menor proporción en los congresos.
Aunque en ese caso uno va dispuesto a perdonar más, una cosa es algo escrito con deadlines asesinas para una ocasión en la que a menudo se tiene poco que decir, y otra preparar una publicación.


Un poema que me resisto firmemente a escribir.

martes, 2 de septiembre de 2008

Palacio Pizzurno


La tiro a la una... La tiro a las dos...

lunes, 1 de septiembre de 2008

Casa de los Lirios

Ya posteé una foto mía, casi igual de mal sacada, de este edificio alguna vez. El texto es una selección, con modificaciones menores, de algo más largo (y bastante más privado de lo que ya es) que escribí apenas para mí en abril de este año. Los sucesos narrados son de muchos años atrás.
Por una vez voy a permitirme ser un poco críptica, y postear este eco, este leit-motiv que tal vez sólo tenga sentido para mí. Pero cuánto sentido.

(EDIT: parece ser que los dueños de la foto se avivaron del afano y lo aprovecharon, ¿no?

La dejo porque tiene su extraña cuota, críptica también, de sentido la propaganda turística en este contexto)



Hace menos de una semana que me enteré de que el edificio de Rivadavia llegando a Rincón que desde hace unos ocho años me vuelve loca se llama Casa de los Lirios. Lo supe porque una foto mía muy mal sacada de ese edificio fue recientemente subida a Google Earth, y alguno que la vio comentó el dato. Se trata de un edificio estilo art deco, que se terminó en 1905. Planta baja con locales, tres pisos y la cabeza gigante de un viejo fantástico de cabellos muy largos que sirven de baranda en la terraza, y que coronan la estructura surcada de plantas de yeso y de metal hasta el hartazgo. Una verdadera belleza.

La primera vez que vi ese edificio estaba sola. Era la época en la que todavía consideraba con alguna seriedad dedicarme a la investigación en bioquímica (aunque ya dudaba, claro), y mi profesora de lengua de entonces me había mandado hacer un informe que incluía pasar por una dependencia del CONICET a hacer algunas preguntas. En plena búsqueda de dicho lugar, encarada con datos muy vagos y mal anotados, cruzando mucho de vereda a vereda, vi de golpe en la vereda de enfrente, como una aparición, levantarse ante mí la Casa de los Lirios. Me quedé completamente estupefacta, parada en el medio de la vereda, mirándola. No sabría decir cuánto tiempo estuve ahí, extática, deplorando mi falta de cámara fotográfica. Traté de memorizar la dirección antes de seguir con mi recorrido. Pero ya se sabe que de mi memoria no se puede esperar tanto. Apenas fijé que el edificio quedaba entre Congreso y Once, en alguna parte, y que era casi imposible verlo si se miraba para la planta baja.

Pasé infinidad de veces por la puerta buscándolo, sin volverlo a encontrar. Me llevó varios años verlo de nuevo. Fue el viejo melenudo el que me encontró a mí, me llamó, me dijo acá estoy, una noche en la que necesitaba un buen motivo para parar de llorar como una desaforada.

Aquella noche en la que, por última vez, M. me dijo que no, y yo me juré nunca volver a avanzar a un hombre. Habíamos salido del café Tortoni, él un tanto incómodo, yo completamente destruida, y ante la cuestión de cómo volver a mi casa (no consigo recordar por qué él no fue a la suya, aunque probablemente fuera para no dejarme sola en ese estado) decidimos caminar, al menos por un rato. En realidad, lo decidí yo, que necesitaba algo de aire para calmarme.

Cuando llegamos a la puerta del edificio en cuestión, algo en las hojas retorcidas de la puerta de calle me susurró al oído: heme aquí, todavía estoy si querés verme. Tomé a M., que no entendía nada, de la mano y lo hice cruzar Rivadavia por el medio, para quedarme mirando por segunda vez al viejo mezclar sus cabellos con el aire de otro tiempo agotado hace mucho.

Por mucho, mucho tiempo la Casa de los Lirios, ubicada ya definitivamente en mis mapas mentales, me narró esa historia de fracaso amoroso rotundo.Algo de todo eso ha de quedarle, sospecho. Por lo pronto el viejo parece todavía tener algo que decirle a mi desilusión.

El viejo de yeso sigue silbando su tonada inaudible desde arriba de la Casa de los Lirios, sigue mirando hacia vaya uno a saber dónde como hace un siglo, como hace un año, cuando saqué la foto espantosa que ahora cualquiera ve en Google Earth, como hace cinco, aquella noche triste, y sigue intentando decirme algo que no entiendo, algo que se me antoja de fundamental importancia, algún secreto de habitaciones viejas con techos altos que soy incapaz de escuchar.