viernes, 3 de diciembre de 2010

Hacia arriba

Mientras trataba infructuosamente de pensar en algo para escribir sobre el día de hoy, caí en la cuenta de que en realidad lo que precisaba era transmitir un estado de la percepción, un punto intermedio muy incómodo entre lo inteligible y lo sensible, que para más presentaba algunas peculiaridades que lo hacían particularmente difícil de objetivar en una representación externa. Estaba a punto de darme por vencida: la prosa no poética no es el mejor modo de representar este tipo de relaciones con el entorno y con la propia cabeza, y parte de lo que necesitaba expresar estaba, justamente, en su insoportable falta de poesía. La búsqueda de una imagen, también, estaba fuera de consideración, porque aun las mejores representaciones de las percepciones de un tiempo vaciado (en pintura o en fotografía) no pasan del congelamiento de un momento de espera que se desentiende de su carácter temporal.

Y entonces me acordé de esto:





martes, 21 de septiembre de 2010

El fin del invierno


Pequeño paseo por lugares que veo muy seguido. Click en las imágenes para verlas más grandes.











sábado, 18 de septiembre de 2010

jueves, 2 de septiembre de 2010

Un día de aquellos


De chica, alguna vez soñé cómo pasar el nivel 8-3 de Super Mario. Para cuando me desperté, por supuesto, sólo quedaban hilachas de estrategias que no servían para absolutamente nada.

Tal vez sería más sencillo pasar el día de hoy si me acordara del sueño de anoche, que se deshizo con las horas como una gota de tinta en el agua, quién dice.

Pero las tortugas que tiran martillos tienen la gracia de ser particularmente inoportunas.

miércoles, 30 de junio de 2010

Hoy no puedo afinar la guitarra

Primero fue la luz, esa leche oscura de la mañana, el colectivo vacío a contramano de la multitud, los dedos fríos dentro de los guantes sin otros dedos cálidos para sostener, los minutos contados, llegaste tarde, nadie te lo dice, claro pero llegaste tarde, y una mano anónima lo escribe en el registro con patitas de bicho azul, porque para esas cosas nunca falta quien dé una mano, anónima, claro.
Después volver a casa, línea nueva de colectivo, andá a saber por qué pero esta que llega más rápido se las ingenia para tomar un trayecto en el que es imposible que el sol no pegue bien en el fondo de la retina aunque se cierren los ojos, aunque se busque ese cansancio que duele en la garganta, y hay que esperar hasta la cama, también fría, también vacía.
Para dormir con minutos contados.
Y llegaste tarde, y nadie te lo dice.
Al final, la última vuelta a casa, la tarde que se desgrana en un pozo de píxeles, colecciones de casidesconocidos y de amigos perdidos, apenas unos pocos de los que cuentan, promociones para ganar vasos térmicos, pequeñas malas noticias esperables, otra imagen en la que no estaré, el día de mañana que se hace grito en las pestañas.

jueves, 6 de mayo de 2010

Tinta sobre papel

La Feria del Libro debe ser uno de los eventos más estables de Buenos Aires: todos los años para la misma fecha, todos los años con casi los mismos puestos, todos los años con presentaciones de libros que uno no querría leer anunciadas ochenta veces y espectáculos buenos apenas mencionados con una línea pobretona en la maraña del programa diario, siempre repleta de los mismos estudiantes, las mismas viejas emperifolladas, los mismos nenes de fin de semana, las mismas mesas de saldos, los mismos lemas poco felices. Si algo varía en la experiencia propia, depende mucho del recorrido propio.
Esta vuelta, fueron dos, en realidad: uno muy lúdico y cansador, sola con un presupuesto un tanto exagerado para mis parámetros normales, saltando de mesa en mesa en busca de pequeños tesoros inhallables. Eso de que está todo particularmente caro es cierto sólo hasta por ahí nomás: los precios son más o menos los mismos que afuera, sólo que se puede hacer recurso al descuento para docentes, que es algo que no opera en las librerías, por lo general. Y es esa pequeña diferencia, y la sobreabundancia de oferta, la que siempre termina tentando a los compradores y lectores compulsivos de libros como yo a comprar cosas que obviamente se van a mantener por lo menos por muchos meses vírgenes de ojos.
Menos mal que por lo menos encontré una antología de lírica gallego-portuguesa y recuperé un Cosas de mujeres de Fogwill para redimirme de la cuota de gasto poco razonable del día.
La segunda visita fue con acompañante. Ya una vez hice una tipología de mis visitas a la feria del libro, y esta fue bastante estándar: el acompañante en cuestión es lector, pero no adicto a los libros, y nos conocemos bastante poco, así que dentro de todo fue un recorrido corto, de esos en los que también hay que prestar un poco de atención a los gustos ajenos para, al menos, no perderse.

Para la FLIA, este año, hay que decir primero que nada que no fui en la mejor disposición del mundo: había dormido cuatro horas, quería llegar a dormir por lo menos una quinta para sobrevivir ese sábado a la noche y entonces estaba particularmente intolerante. Tal vez eso haya contribuido de forma decisiva al hecho de que no haya realmente disfrutado la visita esta vez.
Rescato la unión de buenas voluntades y el caos resultante: si hay algo que sí funciona en las FLIAs es ese desorden ecléctico de lo hecho a pulmón por mucha gente muy distinta. Paradójicamente, de todos modos, a la hora de los libros predomina una cierta uniformidad un tanto preocupante: puedo haber tenido mala suerte, pero cada vez que no fui estrictamente a lo conocido ni a las traducciones, lo que pude encontrar esta vez fue
1) Poesía cuyo mecanismo estético estaba en la fragmentación de trozos de prosa autobiográfica sobre anécdotas cotidianas
2) Poesía pseudoadolescente no del todo curada de los vicios del lector de traducciones
3) Prosa pseudo-autobiográfica con un sesgo ligeramente sensacionalista agotado hace mucho rato (eso que en alguna parte llamé hiperrealismo del exceso).
No quiero sacar conclusiones apresuradas de eso, prefiero pensar que tuve mala suerte (suelo tenerla) y que agarré sistemáticamente el volumen de al lado del que debí haber manoteado. Experiencias anteriores me llaman a concederle a la FLIA el beneficio de la duda.
Me volví con una traducción, un par de libritos de poetas que ya conocía de antemano y una novela de Lamborghini.

Debería volver al puesto francés de la Feria del Libro oficial. Pero me temo que por este año ya tuve más que suficiente.

Mientras no estuve

Ahora que, en tal vez el primer momento de verdadero ocio robado a la noche en diez o quince días, me pongo a intentar hilar algo con los retazos podridos de ideas escribibles que fui acumulando en mi cabeza (este es el quinto comienzo de este post), caigo en la cuenta de que el objeto-libro atraviesa todas las pequeñas crónicas y comentarios y puede ayudarme a sostener la trama caótica que tengo la intención de hacer.
Podría empezar entonces por una compilación de obras de teatro medieval que compré hará unas dos semanas por internet, y que fui a buscar el lunes. Podría narrar de eso los ojos claros, hermosos del estudiante con el que concreté el intercambio en un cruce de avenidas rumbo a ninguna parte. O la extraña escena simétrica inmediatamente después, en un vagón del subte D, cuando me senté exactamente frente a una mujer que venía leyendo exactamente el mismo libro que yo. Sólo que ella era más vieja. Y su edición tenía, también, unos cuantos años más. Y que ella se bajó una estación antes.
Después estuvo el congreso en La Plata, claro, con su inquietantemente simétrico trazado de calles, con un paréntesis académico en este año de aislamiento intelectual severo.
Y la feria del libro oficial, de la que quiero escribir algunas palabritas aparte.
Y su espejo invertido, la FLIA, que merece estar en el mismo post aparte.
Tal vez no sería tan mala idea hacer ese post ahora.

miércoles, 7 de abril de 2010

Draco II



Surveillance






El encargado de ahora en más de remorder mi conciencia cuando me cuelgo y levanto la cabeza de mis papeles en vez de trabajar.























Debería poner otro arriba de la computadora, como sugirió mi primito Lucas.


Dormir enroscada

martes, 16 de marzo de 2010

Sonidos dominicos

Lo que sigue es una grabación precaria, hecha con un reproductor de mp3 esta tarde en la Basílica Ntra. Sra. del Rosario, cuando aparentemente tuve la suerte de pescar a un organista practicando en el preciso momento de mi paseo.



miércoles, 3 de marzo de 2010

¿Por qué a nosotros nos tocó Puán? Es injusto

(Tardecita en la facultad de Ingeniería, la sede de Las Heras. Click sobre las fotos para ver versiones más grandes. Al pasarles el mouse se pueden ver los títulos)



Smile, it's not over

Hace unos diez años escuché por primera vez la historia del supuesto suicidio del arquitecto Arturo Prins, por supuestas fallas de cálculo que hacían imposible terminar el edificio. Esta semana me enteré de que la historia real es bastante más prosaica: un conjunto de eventos desafortunados pero no irremediables (problemas para importar materiales por causa de la 1º Guerra Mundial, reforma universitaria y reclamos por seguridad edilicia que hicieron que el edificio cambiara de plano varias veces en el intermedio, un presupuesto que se aprobó pero vaya a saber a qué bolsillo fue a parar, la necesidad de inaugurarlo antes de que se terminara) hicieron que esta belleza neogótica originalmente pensada para albergar a la Facultad de Derecho quedara así: inconclusa, probablemente para siempre.
El arquitecto Prins se murió esperando que le paguen. Parece que los que cobraron fueron los herederos, y parece que fue bastante poco.

El castillo

Mientras tanto las palomas tuvieron casi todo el siglo XX y lo que va del XXI para hacerse las dueñas indisputadas de los recovecos sin terminar, de las ventanas sin revocar, del entramado etéreo de aberturas ojivales.

La luz baja las escaleras en puntillas

Y en los pasillos y las escaleras, muchachos espigados hablan de cálculos y de cómo conviene planificar el trazado de una autopista, o cuchichean bajito en las aulas con sus bancos anacrónicos y sus tarimas para los profesores.

Y allá afuera está Baires

Y las ventanas de vidrios mugrientos mantienen la ciudad del lado de afuera, contribuyen con su pátina de guano y polvo a la atmósfera general de irrealidad de las escaleras amplísimas.

Aula fuera del tiempo

Algún presentimiento debo haber tenido cuando, en el camino para tomarme el colectivo que me iba a llevar allá, me entró la idea de comprar un reloj pulsera, de esos que se consiguen a pocos pesos en la calle Libertad. Pequeña brújula para no terminar de perderme, para atarme a la muñeca la necesidad tranquilizadora de volver a casa a una hora razonable.

martes, 2 de marzo de 2010

El secreto de Kells




Tal vez debería dejar hablar (o cantar, es la única canción en la película y pucha si vale) al clip que incluyo. Pero no, soy yo y me quedo con ganas de comentar.
Lamento haber visto esta película sola y sinceramente espero que la vea pronto alguna de las personas con quienes compartí la sorpresa de encontrar, chusmeando la lista de nominaciones al Oscar, que había una película animada así. En casos como estos quedo con necesidad de contacto humano, y recuerdo por qué voy tan poco sola al cine.

El tema elegido para la película tenía dos aristas atractivas: una personal, y otra objetiva. Por una parte, como parte de mi locura de medievalista siempre tuve debilidad por el arte de los miniaturistas, lo cual por supuesto hace que a su vez tenga una cierta fijación con el Libro de Kells. Es que es cierto, es imposible no enamorarse un poco de ese manuscrito hermosamente complicado y delirante. Ahora bien, lo segundo: a quién se le iba a ocurrir en varios milenios meterse a hacer una película de animación para chicos sobre un amanuense que tiene que terminar la iluminación de un manuscrito. Vamos, era tarea casi imposible.

Bien, lo lograron. ¿Cómo? Básicamente hicieron lo mismo que los iluminadores de Kells: mucha imaginación, muy buena técnica, una cuota de delirio, un dudoso coqueteo con la estética pagana celta preexistente y una dosis de fe en estar transmitiendo algo que valga la pena.

Algunas observaciones, entonces:

En primer lugar, que es una película cuyo eje pasa más por el lado alegórico que por el narrativo, y que esto queda bien claro desde el comienzo. Acá es adonde está la primera toma de distancia fuerte con los procedimientos usuales del común de los largometrajes de animación.

Quise buscar una analogía, pero tuve que borrar la frase porque la verdad es que no me sale: en todo caso, si hay que buscar paralelos es más fácil encontrarlos en Japón que en Norteamérica, y aún así no podría dar cuenta de la mezcla rara que conforman la sencillez de la trama y de sus implicaciones alegóricas inmediatas (el arte y el conocimiento que valen más que la inmediatez de la victoria o derrota cotidianas), el ritmo vertiginoso en el que no se busca sostener la atención infantil en un despliegue de chistes y de canciones sino en un enredo insólito y delirante de imágenes rápidas con perspectivas superpuestas y contradictorias y de diseños geométricos tomados del Libro de Kells (la nieve cae en copos enredados en volteretas muy célticas, por ejemplo) y la cierta desprolijidad onírica de todo el conjunto.

Por otra parte, está el jugueteo con elementos mágicos, una forma rara de captar ese momento tan extraño del cristianismo coexistiendo con los ritos paganos antiguos, en el que la única forma de llevar a cabo un acto de fe cristiana como es un libro que lleva los Evangelios es hacer algunas concesiones a la naturaleza híbrida del lugar en el que se produce. En este caso, ahí entra la ayudante de este pequeño cuento, Aisling, el hada celta que le da una mano al pobre monjecito cuando la cosa se pone apretada (y que, cuando precisa hacer uso de su naturaleza mágica, notarán con la canción, cambia de idioma, presumo que a gaélico). También está la sierpe-antiguo demonio celta al que Brendan se enfrenta: no en vano es el ojo de la vieja criatura sobrenatural lo que hace falta para completar el manuscrito, la mirada con la que se completa el símbolo khi-rho de Cristo en el fondo no es del todo cristiana, o al menos no lo es en un sentido más moderno.

Y todo esto sin perder un cierto aire muy irlandesamente pesimista, en el que la destrucción es inevitable, no dejan de morir niños quemados y el happy end sólo puede ser relativo.

No se me escapa que el final es un tanto débil, ni que hay alguns concesiones por momentos un tanto molestas a la forma de recepción de un público formado en Cartoon Network, claro que no. Pero en total, ya el hecho de que hayan conseguido salir airosos con tema semejante y, de yapa, hacerlo con gracia, originalidad y belleza, realmente es más que bastante.

viernes, 12 de febrero de 2010

Balance anual

Mucha ropa nueva, una renuncia laboral kamikaze, unos cuantos libros leídos, unos cuantos más comprados o recibidos, cuatro estantes más para mi biblioteca, una ponencia, un viaje a Neuquén y otro a Córdoba, un par de canciones, dos recitales, un par de amigos nuevos, modificaciones de términos con un par de amigos viejos (algunas muy buenas, otras no tanto), un proyecto de beca rechazado, un título de licenciada en letras, unas clases en la cárcel, unos cuantos kilos menos, un par de hombres que no me supieron querer, poco avance con mi novela, un poquitito de alemán y alguna mejora no muy significativa en mi francés, un cambio de sistema operativo, una cantidad no demasiado desdeñable de discos escuchados, algunas películas, una sobredosis de vampiros, un par de posts en este blog, no mucho más

no volveré a tener 26 años,

en cierto modo es un alivio.

jueves, 11 de febrero de 2010

La explicación



Bien, que grabe mejor de como venía grabando (lo suficientemente mal como para que hace mucho que no pudiera postear nada, porque era inescuchable) no quiere decir que haya dejado de hacer barullo. Es mi máquina de coolers ruidosos y micrófono malo, de todos modos.
Esto es de anoche, en versión de esta mañana




Pasaje

ubuntubar


Bien, di el paso que venía postergando demasiado, y me cambié a Linux.
Había empezado este post hace mucho, cuando recién estaba todo nuevito y yo todavía tenía miedo de que algo saliera inesperadamente mal. Sobre todo porque después de ver el lío que me significaba particionar el disco y lo mal que estaba funcionando Windows (que pedía a gritos un lindo formateo) había decidido hacer el salto al vacío de dejar sólo Ubuntu en mi máquina.
La primera experiencia fue genial: yo temía que iba a tener que instalar cada parte de mi hardware manualmente, después de escuchar algunas experiencias de fracasos en las aguas de Tux, pero todo funcionó espontáneamente. Sólo hizo falta descargar Chrome para Linux, un par de parches para audio en mp3/wma y video en dvd/avi, un par de plugins tontos y ya. En un par de horas ya funcionaba todo, que es más de lo que se podía decir de mi viejo WinXP destartalado y lleno de virus.
Ahora, un mes después, la verdad es que el balance no podría darme mejor. Es cierto que el Chrome beta que uso todavía funciona más o menos, y que hace falta recurrir a Firefox un poquito más seguido que en Windows. Pero por lo demás el sistema es más rápido, más cómodo, casi no se cuelga, es mucho más sencillo conseguir programas gratuitos cuando hacen falta y por algún motivo que no termino de entender Audacity me graba con un poco menos de ruido (si consigo que algo con lo que estoy trabajando quede presentable, va la muestra esta noche de yapa), así que sí, creo que puedo autodefinirme como una usuaria de Linux feliz.


miércoles, 10 de febrero de 2010

Casas inquietantes



Hay varias de estas casonas viejas por Capilla del Monte.



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Mi hermana las relacionaba con novelas de Anne Rice. Yo, con la matriz básica de las casas de mis pesadillas.


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En todo caso, hay algo sugerente en su belleza presuntuosa. Un poco como esos espejos antiguos en los que uno no puede mirarse mucho tiempo sin un pequeño malestar.

lunes, 8 de febrero de 2010

Santas rocas, Batman

Una de las cosas más perturbadoras detrás de las recomendaciones enfáticas que recibimos ya desde Capilla del Monte al museo Rocsen de Nono era que nadie parecía saber explicar muy bien en qué consistía. La respuesta standard era repetir la palabra con la que el mismo museo se autodefine ("polifacético"), con el agregado de un "está bárbaro, vayan y vean".
Lo cierto es que pequeños museítos había por todas partes, y que la idea de uno no dedicado a una temática estrictamente local (ni siquiera dedicado a una temática, ni siquiera definible) sonaba sospechosa. Por mi parte, imaginaba algo parecido a un par de museos interactivos de mi adolescencia, esos en los que nada en sí tiene demasiado valor histórico o artístico que digamos sino que más bien juegan a ser ferias de curiosidades de cierta calidad, rejuntes de construcciones raras (la sala de castillo patas arriba en el Children's Museum of Indianapolis, por ejemplo), artefactos curiosos que uno tiene permiso de manipular (todos los dedicados a explicar efectos visuales de ese museo de Recoleta de cuyo nombre no consigo acordarme) y otros cachivaches divertidos por el estilo.


Bien, no podía equivocarme más.

Fachada


Ahí, en el mismísimo Medio de la Nada, a cinco kilómetros del pueblo más cercano (que, por cierto, dista mucho de ser un gran centro urbano), tras una imponente fachada de aires griegos desde la que observa una curiosa selección de monumentos, lo que había era un tremendo museo gigantesco que, para hacerle justicia, habría que decir que es una suma de varios museos juntos. Tal vez, de todos los museos posibles. Rocsen ("roca sagrada" en un topónimo céltico francés, si le creemos al folleto explicativo) es un museo de antropología, un museo de arqueología (americana sobre todo, pero no exclusivamente), un museo de libros antiguos, un museo de mecánica, un museo de instrumentos musicales, un museo de reconstrucciones históricas, y la lista podría seguir. Lo genial del caso es que en todas las áreas es, sin dudas, un museo bien provisto.

Este legionario me cae medio atravesado


A la vez, uno de los méritos del Rocsen es su capacidad de extrañar objetos en alguna medida cercanos para convertirlos en piezas de museo y, por tanto, en objetos de reflexión conciente. Conviviendo con un cráneo de legionario romano, una momia norteña, un incunable italiano de las obras de Petrarca y unos grabados de Watteau mi hermana y yo descubrimos, no sin algo de sorpresa, un grabador Geloso como el que tenemos en casa (al que pertenecen estas cintas), un adorno de cristal como el que tiene mi abuela, y otros tantos objetos pertenecientes al pasado personal o familiar. Devenidos pieza de museo.

Objetos reconocibles varios


En todo caso, sí, si llegan a pasar por Traslasierra, una vueltita por Nono y los cinco kilómetros hasta el Rocsen, definitivamente valen la pena.


Metafotografía




Frustraciones cinematográficas

(No espere encontrar nada parecido a interpretaciones originales en esta entrada. Esto es apenas un pequeño diario de impresiones refunfuñadas al pasar)



Las dos películas que vi a mi regreso de las vacaciones tuvieron (en proporciones distintas) en común la conjunción muy hollywoodense de conformar apuestas visuales muy fuertes sostenidas por guiones muy débiles.


La primera de ellas fue Sherlock Holmes.
Me encantaría saber qué es lo que podría haber pensado de la película de no haber visitado nunca la Baker Street de papel. Seguramente no me habría parecido mejor, no, pero es probable que no me resultara tan enojosa.
Aún así, obviando el hecho de que se trata del Sherlock menos Holmes que podrían haber compuesto, podría hacerse una lista de todas las cosas que funcionan mal con el guión: sin ponernos siquiera exquisitos con las inexactitudes históricas o geográficas, aún así quedan las luchas desconectadas, yuxtapuestas malamente en la trama, con el recurso barato del monólogo interior del detective que sabe adónde pegar, los chistes malos, el intento berreta de hacer cuatro polos para los personajes positivos que sólo consigue subrayar las deficiencias de la versión propuesta de Watson y convertir a las dos mujeres-objetos de deseo en sendos ramilletes de trazos a la vez esquemáticos y contradictorios como personajes de libro de EFL para adolescentes... En fin, podría seguir la lista hasta pasado mañana.

Y aún así, la lista seguro que sería más breve que la que podría escribir sobre elementos fallidos en el guión de Avatar, que va a razón de un desastre por turno de habla. De hecho, prácticamente lo único que funciona en la película de Cameron es aquello que a Hollywood, con los muchos años de experiencia para prefabricar un modelo funcional, ya prácticamente no le falla casi nunca: la historia de amor entre Jake y Neytiri es lo único que, a fuerza de ceñirse al código a rajatabla, resulta verosímil.


Lo lamentable es que aún manteniendo la misma idea de un film políticamente correcto, con "profundo mensaje" para oficinistas preocupados por el hambre y el calentamiento global a la hora de levantarse a una muchacha que la va de ingenua (¿soy yo la única que se acordó mucho del Capitán Planeta con esta película?), sólo con haber conseguido guionistas no digamos buenos, sino apenas mediocres, el resultado habría podido ser excelente. La creación de un verdadero paraíso artificial de luz no necesitaba demasiado sostén narrativo para resultar interesante, claro. Pero si bastaba un clavo finito y herrumbrado para sostener el bello cuadro, acá usaron una chinche de tres puntas, mocha de un lado.

domingo, 7 de febrero de 2010

Where's when I was young and we didn't give a damn?

No es mucha sorpresa que en la ficción norteamericana abunden de tal manera las casas con vida propia. Llegué a esa conclusión fácil en alguna tarde de agosto de 1997, sola, un poco aburrida, con un Cujo de Stephen King (que había comprado para matar el tiempo en el aeropuerto) en las manos, sentada en el suelo de una habitación muy blanca, vacía casi por completo, con enormes ventanales de vidrios repartidos que dejaban entrar el sol rabioso y el verde subido del césped de los jardines en un verano seco de Indiana.
Es que no hay nada más sencillo que sugestionarse un poco en la acústica rara de una típica casa enorme norteamericana, con el crujido constante de su estructura de madera y de sus materiales livianos, con el eco de los propios pasos en la escalera encajada en un hall gigantesco. La mejor manera de no enloquecer para una adolescente porteña un poquito medrosa, habituada al barullo constante de los vecinos y al mutismo habitual de los espectros que habitan entre paredes de ladrillo, sola de golpe en el caserón extranjero de los tíos, era llenar la casa de sonidos propios. Qué mejor para eso que el equipo de música de la planta baja, con sus tremendos parlantes potenciados por la misma enormidad vibrante de los ambientes. Más todavía cuando la colección de cds de mi tío estaba todo lo bien nutrida que podía estar una colección previa a la época del download.
Fue en ese contexto (bastante ideal) que me encontré por primera vez con To the faithful departed. Que se convirtió enseguida en mi favorito personal de ese viaje, y que fue la carta de presentación perfecta para que The Cranberries se convirtiera en la banda de sonido de mi adolescencia.

"Este es el recital del recuerdo", bromeó mi hermana, mirando a nuestro alrededor ayer en el Luna Park, lleno hasta el tope con el entusiasmo de un público de entre veintimucho y treinta y varios.
La muestra práctica de que la música de los muchachos de Limerick no parece interpelar demasiado al público ajeno a su propia generación: no creo que esto tenga necesariamente que ver con la (real) desaparición mediática de la banda durante esta década que se fue, poco exitosa carrera solista de Dolores O'Riordan de por medio. Más bien parece que hay algo muy específicamente noventas en lo suyo, en su desprolijidad por momentos casi melódica, en su furia tranquila, en su intento más por entender las consecuencias directas de los ochenta que por buscar la forma de conectar con lo que fuera que viniera luego.


Y ese era el aire de anoche. En el calor había, además, suspendido, el aliento de otro tiempo todavía ahí, una suerte de realidad paralela en la que todos éramos como debimos haber sido una década atrás, cuando las sillitas de la platea en el lugar del campo podrían haber estado completamente de más.

Advertencia

La dinámica usual de este blog (que es la más común, por cierto) suele ser que escriba sobre elementos más o menos descolgados de mi experiencia cotidiana, en orden cronológico y aproximadamente una vez por semana, si el entusiasmo o el cuelgue no alteran la frecuencia.
La idea (que puede no realizarse) para estos próximos días de febrero, la semana previa a mi cumpleaños, es bien distinta: noto que me fueron quedando distintas cositas en el tintero a lo largo de todo el mes (en gran parte debido a los diez días de vacaciones), sin hablar claro de los balances normales de cumpleaños sumados a los de la década. Así que, aprovechando la ambigua ventaja de tener algo de tiempo libre, intentaré dedicar un ratito cada día para dejar algunas líneas y algunas imágenes que sistematicen esa masa de experiencias (estéticas y de las otras), en orden temporal inverso.
De este modo, colgado lector que cae al blog una vez cada mucho, tal vez la mejor forma de leer esta semana es de arriba hacia abajo, puesto que se supone que mi post del jueves (el anterior al balance anual) deberá corresponder precisamente a lo más viejo que decida contar.
Al lector habitual (esos pocos conocidos y no muchos más anónimos que me siguen por Bloglines y Google Reader), le advierto que estaré cambiando la habitual cita de la semana / del mes por una diaria, así que si le interesa puede darse una vueltita por la página y chusmear los cambios de la barra del costado.
Pero esto no son más que formalidades completamente banales, claro. Haga lo que le plazca.

miércoles, 6 de enero de 2010

¿Cuántos mundos entran en este año?

Y la década me encontró leyendo a Cortázar. Ahora con Papeles Inesperados, apenas termine aprovecharé que ayer pude comprarme el que va fotografiado abajo, para releerlo con más comodidad de la que permitieron las copias mal sacadas en la biblioteca del Congreso que tengo.


(todavía no sé muy bien cómo encajarlo en mi biblioteca)

Es un buen signo, mis años Cortázar tienden a ser los mejores.