viernes, 12 de febrero de 2010

Balance anual

Mucha ropa nueva, una renuncia laboral kamikaze, unos cuantos libros leídos, unos cuantos más comprados o recibidos, cuatro estantes más para mi biblioteca, una ponencia, un viaje a Neuquén y otro a Córdoba, un par de canciones, dos recitales, un par de amigos nuevos, modificaciones de términos con un par de amigos viejos (algunas muy buenas, otras no tanto), un proyecto de beca rechazado, un título de licenciada en letras, unas clases en la cárcel, unos cuantos kilos menos, un par de hombres que no me supieron querer, poco avance con mi novela, un poquitito de alemán y alguna mejora no muy significativa en mi francés, un cambio de sistema operativo, una cantidad no demasiado desdeñable de discos escuchados, algunas películas, una sobredosis de vampiros, un par de posts en este blog, no mucho más

no volveré a tener 26 años,

en cierto modo es un alivio.

jueves, 11 de febrero de 2010

La explicación



Bien, que grabe mejor de como venía grabando (lo suficientemente mal como para que hace mucho que no pudiera postear nada, porque era inescuchable) no quiere decir que haya dejado de hacer barullo. Es mi máquina de coolers ruidosos y micrófono malo, de todos modos.
Esto es de anoche, en versión de esta mañana




Pasaje

ubuntubar


Bien, di el paso que venía postergando demasiado, y me cambié a Linux.
Había empezado este post hace mucho, cuando recién estaba todo nuevito y yo todavía tenía miedo de que algo saliera inesperadamente mal. Sobre todo porque después de ver el lío que me significaba particionar el disco y lo mal que estaba funcionando Windows (que pedía a gritos un lindo formateo) había decidido hacer el salto al vacío de dejar sólo Ubuntu en mi máquina.
La primera experiencia fue genial: yo temía que iba a tener que instalar cada parte de mi hardware manualmente, después de escuchar algunas experiencias de fracasos en las aguas de Tux, pero todo funcionó espontáneamente. Sólo hizo falta descargar Chrome para Linux, un par de parches para audio en mp3/wma y video en dvd/avi, un par de plugins tontos y ya. En un par de horas ya funcionaba todo, que es más de lo que se podía decir de mi viejo WinXP destartalado y lleno de virus.
Ahora, un mes después, la verdad es que el balance no podría darme mejor. Es cierto que el Chrome beta que uso todavía funciona más o menos, y que hace falta recurrir a Firefox un poquito más seguido que en Windows. Pero por lo demás el sistema es más rápido, más cómodo, casi no se cuelga, es mucho más sencillo conseguir programas gratuitos cuando hacen falta y por algún motivo que no termino de entender Audacity me graba con un poco menos de ruido (si consigo que algo con lo que estoy trabajando quede presentable, va la muestra esta noche de yapa), así que sí, creo que puedo autodefinirme como una usuaria de Linux feliz.


miércoles, 10 de febrero de 2010

Casas inquietantes



Hay varias de estas casonas viejas por Capilla del Monte.



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Mi hermana las relacionaba con novelas de Anne Rice. Yo, con la matriz básica de las casas de mis pesadillas.


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En todo caso, hay algo sugerente en su belleza presuntuosa. Un poco como esos espejos antiguos en los que uno no puede mirarse mucho tiempo sin un pequeño malestar.

lunes, 8 de febrero de 2010

Santas rocas, Batman

Una de las cosas más perturbadoras detrás de las recomendaciones enfáticas que recibimos ya desde Capilla del Monte al museo Rocsen de Nono era que nadie parecía saber explicar muy bien en qué consistía. La respuesta standard era repetir la palabra con la que el mismo museo se autodefine ("polifacético"), con el agregado de un "está bárbaro, vayan y vean".
Lo cierto es que pequeños museítos había por todas partes, y que la idea de uno no dedicado a una temática estrictamente local (ni siquiera dedicado a una temática, ni siquiera definible) sonaba sospechosa. Por mi parte, imaginaba algo parecido a un par de museos interactivos de mi adolescencia, esos en los que nada en sí tiene demasiado valor histórico o artístico que digamos sino que más bien juegan a ser ferias de curiosidades de cierta calidad, rejuntes de construcciones raras (la sala de castillo patas arriba en el Children's Museum of Indianapolis, por ejemplo), artefactos curiosos que uno tiene permiso de manipular (todos los dedicados a explicar efectos visuales de ese museo de Recoleta de cuyo nombre no consigo acordarme) y otros cachivaches divertidos por el estilo.


Bien, no podía equivocarme más.

Fachada


Ahí, en el mismísimo Medio de la Nada, a cinco kilómetros del pueblo más cercano (que, por cierto, dista mucho de ser un gran centro urbano), tras una imponente fachada de aires griegos desde la que observa una curiosa selección de monumentos, lo que había era un tremendo museo gigantesco que, para hacerle justicia, habría que decir que es una suma de varios museos juntos. Tal vez, de todos los museos posibles. Rocsen ("roca sagrada" en un topónimo céltico francés, si le creemos al folleto explicativo) es un museo de antropología, un museo de arqueología (americana sobre todo, pero no exclusivamente), un museo de libros antiguos, un museo de mecánica, un museo de instrumentos musicales, un museo de reconstrucciones históricas, y la lista podría seguir. Lo genial del caso es que en todas las áreas es, sin dudas, un museo bien provisto.

Este legionario me cae medio atravesado


A la vez, uno de los méritos del Rocsen es su capacidad de extrañar objetos en alguna medida cercanos para convertirlos en piezas de museo y, por tanto, en objetos de reflexión conciente. Conviviendo con un cráneo de legionario romano, una momia norteña, un incunable italiano de las obras de Petrarca y unos grabados de Watteau mi hermana y yo descubrimos, no sin algo de sorpresa, un grabador Geloso como el que tenemos en casa (al que pertenecen estas cintas), un adorno de cristal como el que tiene mi abuela, y otros tantos objetos pertenecientes al pasado personal o familiar. Devenidos pieza de museo.

Objetos reconocibles varios


En todo caso, sí, si llegan a pasar por Traslasierra, una vueltita por Nono y los cinco kilómetros hasta el Rocsen, definitivamente valen la pena.


Metafotografía




Frustraciones cinematográficas

(No espere encontrar nada parecido a interpretaciones originales en esta entrada. Esto es apenas un pequeño diario de impresiones refunfuñadas al pasar)



Las dos películas que vi a mi regreso de las vacaciones tuvieron (en proporciones distintas) en común la conjunción muy hollywoodense de conformar apuestas visuales muy fuertes sostenidas por guiones muy débiles.


La primera de ellas fue Sherlock Holmes.
Me encantaría saber qué es lo que podría haber pensado de la película de no haber visitado nunca la Baker Street de papel. Seguramente no me habría parecido mejor, no, pero es probable que no me resultara tan enojosa.
Aún así, obviando el hecho de que se trata del Sherlock menos Holmes que podrían haber compuesto, podría hacerse una lista de todas las cosas que funcionan mal con el guión: sin ponernos siquiera exquisitos con las inexactitudes históricas o geográficas, aún así quedan las luchas desconectadas, yuxtapuestas malamente en la trama, con el recurso barato del monólogo interior del detective que sabe adónde pegar, los chistes malos, el intento berreta de hacer cuatro polos para los personajes positivos que sólo consigue subrayar las deficiencias de la versión propuesta de Watson y convertir a las dos mujeres-objetos de deseo en sendos ramilletes de trazos a la vez esquemáticos y contradictorios como personajes de libro de EFL para adolescentes... En fin, podría seguir la lista hasta pasado mañana.

Y aún así, la lista seguro que sería más breve que la que podría escribir sobre elementos fallidos en el guión de Avatar, que va a razón de un desastre por turno de habla. De hecho, prácticamente lo único que funciona en la película de Cameron es aquello que a Hollywood, con los muchos años de experiencia para prefabricar un modelo funcional, ya prácticamente no le falla casi nunca: la historia de amor entre Jake y Neytiri es lo único que, a fuerza de ceñirse al código a rajatabla, resulta verosímil.


Lo lamentable es que aún manteniendo la misma idea de un film políticamente correcto, con "profundo mensaje" para oficinistas preocupados por el hambre y el calentamiento global a la hora de levantarse a una muchacha que la va de ingenua (¿soy yo la única que se acordó mucho del Capitán Planeta con esta película?), sólo con haber conseguido guionistas no digamos buenos, sino apenas mediocres, el resultado habría podido ser excelente. La creación de un verdadero paraíso artificial de luz no necesitaba demasiado sostén narrativo para resultar interesante, claro. Pero si bastaba un clavo finito y herrumbrado para sostener el bello cuadro, acá usaron una chinche de tres puntas, mocha de un lado.

domingo, 7 de febrero de 2010

Where's when I was young and we didn't give a damn?

No es mucha sorpresa que en la ficción norteamericana abunden de tal manera las casas con vida propia. Llegué a esa conclusión fácil en alguna tarde de agosto de 1997, sola, un poco aburrida, con un Cujo de Stephen King (que había comprado para matar el tiempo en el aeropuerto) en las manos, sentada en el suelo de una habitación muy blanca, vacía casi por completo, con enormes ventanales de vidrios repartidos que dejaban entrar el sol rabioso y el verde subido del césped de los jardines en un verano seco de Indiana.
Es que no hay nada más sencillo que sugestionarse un poco en la acústica rara de una típica casa enorme norteamericana, con el crujido constante de su estructura de madera y de sus materiales livianos, con el eco de los propios pasos en la escalera encajada en un hall gigantesco. La mejor manera de no enloquecer para una adolescente porteña un poquito medrosa, habituada al barullo constante de los vecinos y al mutismo habitual de los espectros que habitan entre paredes de ladrillo, sola de golpe en el caserón extranjero de los tíos, era llenar la casa de sonidos propios. Qué mejor para eso que el equipo de música de la planta baja, con sus tremendos parlantes potenciados por la misma enormidad vibrante de los ambientes. Más todavía cuando la colección de cds de mi tío estaba todo lo bien nutrida que podía estar una colección previa a la época del download.
Fue en ese contexto (bastante ideal) que me encontré por primera vez con To the faithful departed. Que se convirtió enseguida en mi favorito personal de ese viaje, y que fue la carta de presentación perfecta para que The Cranberries se convirtiera en la banda de sonido de mi adolescencia.

"Este es el recital del recuerdo", bromeó mi hermana, mirando a nuestro alrededor ayer en el Luna Park, lleno hasta el tope con el entusiasmo de un público de entre veintimucho y treinta y varios.
La muestra práctica de que la música de los muchachos de Limerick no parece interpelar demasiado al público ajeno a su propia generación: no creo que esto tenga necesariamente que ver con la (real) desaparición mediática de la banda durante esta década que se fue, poco exitosa carrera solista de Dolores O'Riordan de por medio. Más bien parece que hay algo muy específicamente noventas en lo suyo, en su desprolijidad por momentos casi melódica, en su furia tranquila, en su intento más por entender las consecuencias directas de los ochenta que por buscar la forma de conectar con lo que fuera que viniera luego.


Y ese era el aire de anoche. En el calor había, además, suspendido, el aliento de otro tiempo todavía ahí, una suerte de realidad paralela en la que todos éramos como debimos haber sido una década atrás, cuando las sillitas de la platea en el lugar del campo podrían haber estado completamente de más.

Advertencia

La dinámica usual de este blog (que es la más común, por cierto) suele ser que escriba sobre elementos más o menos descolgados de mi experiencia cotidiana, en orden cronológico y aproximadamente una vez por semana, si el entusiasmo o el cuelgue no alteran la frecuencia.
La idea (que puede no realizarse) para estos próximos días de febrero, la semana previa a mi cumpleaños, es bien distinta: noto que me fueron quedando distintas cositas en el tintero a lo largo de todo el mes (en gran parte debido a los diez días de vacaciones), sin hablar claro de los balances normales de cumpleaños sumados a los de la década. Así que, aprovechando la ambigua ventaja de tener algo de tiempo libre, intentaré dedicar un ratito cada día para dejar algunas líneas y algunas imágenes que sistematicen esa masa de experiencias (estéticas y de las otras), en orden temporal inverso.
De este modo, colgado lector que cae al blog una vez cada mucho, tal vez la mejor forma de leer esta semana es de arriba hacia abajo, puesto que se supone que mi post del jueves (el anterior al balance anual) deberá corresponder precisamente a lo más viejo que decida contar.
Al lector habitual (esos pocos conocidos y no muchos más anónimos que me siguen por Bloglines y Google Reader), le advierto que estaré cambiando la habitual cita de la semana / del mes por una diaria, así que si le interesa puede darse una vueltita por la página y chusmear los cambios de la barra del costado.
Pero esto no son más que formalidades completamente banales, claro. Haga lo que le plazca.