jueves, 29 de noviembre de 2007

Postal desde Mosquitoland

El aire cálido, benigno, no llegaba a jugar con las hojas del libro que me había llevado. Sé que estaba tratando de escaparme de algo, que había intentado dejar algún fardo pesado en esa poco amistosa cerca que rodea el corazón de mi archiconocido parque Centenario, y que la estrategia parecía haber funcionado bien. Pasaron apenas unas pocas horas, y ya el olvido está haciendo lo suyo, ya me deja escribir esta entrada pobre con esos retazos de mala calidad que dejan los sueños complicados.

En todo caso había llegado a eso de las seis y cuarto de la tarde al lago de este parque que según los libros de historia fue diseñado para recordar desde arriba un escudo nacional. Si hemos de guiarnos por los mapas o por la mancha marrón que se ve en Google Earth (la que acompaña este post, tomada del programa hace un par de meses, es muy evidentemente vieja, para cualquiera que conozca el lugar), algo de eso hay todavía, en la forma rarísima del lago y en la distribución de las once callejuelas y pasos peatonales que entran sin motivo aparente una cincuentena de metros hacia el centro del óvalo.

Por supuesto, eso se pierde adentro, entre árboles que se recortan en el cielo claro, o ante el espectáculo de los patos, que se ponen de un humor muy particular con la primavera. Pero de todas maneras queda ese resto de cosa planeada, los juncos delimitados por adoquines, los edificios que se asoman desde atrás, el paraíso artificial que para cuando baja un poco el sol se llena de mosquitos.

No mucho después de sacar esa foto, algo más tranquila y con una lista enorme de cosas a buscar en mi Biblia (el libro era El Gran Código, de Frye, y es mala idea leerlo sin una biblioteca a mano), volví a pasar por la cerca, volví a cargar mi bolsa de lauchas, y caminé las cinco cuadras necesarias para llegar a casa.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Diseño industrial a la foucaultiana


Todavía no salgo de mi asombro con el hecho de haberme sorprendido tanto de que esto exista.


domingo, 25 de noviembre de 2007

Beowulf en cine

Ah, sí, cómo adoro escribir a horas insólitas, con apenas el arrullo del cooler cachuzo de mi máquina, que palma en cualquier momento.

Finalmente, luego de mucho insistir y buscar alguien que no me mirara con cara torcida, fui a ver Beowulf. Hace mucho, muchísimo que no iba al cine, pero la verdad es que la curiosidad que me producía este intento raro me pudo.

Es entonces el momento de inaugurar nueva sección, el tag “vengo de ver” que estreno con este post. Y para imitar la parsimonia alimenticia de Grendel, vamos por partes. No pienso ser exhaustiva, nada más pretendo relevar elementos que me llamaron la atención.

Técnica.

Personalmente tenía mis serias dudas respecto de la idea de hacer enteramente en animación algo que podía haber sido una película. Y sigo teniendo mis reservas: por muy bien hecho que esté, un dibujo no tiene el peso de la imagen real, y eso le resta efecto a momentos que al natural resultarían mejores.

Pero hay que reconocer que la elección de la animación tiene sus ventajas, y que éstas han sido usadas hasta el tope: las tomas larguísimas e imposibles, que arrancan en el piso y terminan en las patas de un halcón que lleva un ratón por los cielos hacia la dirección en la que se encuentra la cueva de Grendel, o un punto de vista que baja desde una panorámica a la altura de las nubes hasta el suelo nevado para que los cascos de un caballo le pasen por encima, por ejemplo. O la posibilidad de envejecer una década y media a los actores de forma mucho más convincente que la que cualquier maquillaje podría haber logrado, con el cuidado de incluso agrandarles más los poros o de arrugarles el cuello.

Y no deja de ser cierto que de haberse usado una filmación tradicional habría sido necesario usar mucho de animación computarizada de todos modos.

Actuación.

Podría haber sido un poco más fluida en el comienzo. El banquete inicial está sobreactuado en las voces, a mi gusto. En realidad es algo que pasa con todos los planos, la primera escena es un tanto desprolija.

Guión.

La idea central es brillante. No quiero adelantar mucho, pero se las han ingeniado perfecto para quedar bien con Dios y el Diablo. Uno puede haber leído el Beowulf o no, y de todas maneras va a disfrutar la película. Va a ver películas distintas, eso es clarísimo, pero se va a sostener. Yo, a sabiendas de que Neil Gaiman había metido mano en ese guión, iba con la idea de que tan malo no podía ser. Pero sabiendo que la madre de Grendel era Angelina Jolie, bueno, tenía mis dudas.

Pues han conseguido hilar las cosas de manera que sea una historia que tenga algo que decirle a un público pochoclero, que espera ansioso un poco de sentimentalismo amoroso y de carga sexual (ausentes del todo en el poema épico), y de todos modos no traicionar al cantar más de lo necesario. Sólo un elemento del antiguo Beowulf fue modificado, central para el relato que hicieron, no demasiado para el que hizo el bardo (o los bardos, copistas y etcéteras) sajón, la identidad del reino que le tocó en suerte al héroe para gobernar. Todo lo demás está hecho para que engarce perfecto con el verso antiguo, que podría haberse cantado como quedó en el mundo ficcional que se construyó. Y esto se consigue con la inclusión de un elemento pequeño pero fundamental: la consideración de que el héroe que se enfrenta al monstruo va solo a la batalla, y por ende es su palabra la primera garantía de verdad del relato épico. El gesto de poner en escena una representación teatral, en la vejez de Beowulf, en la que un recitador narra sus hazañas con las palabras del viejo cantar es sencillamente genial.

Como ya dije, se sostiene de las dos formas, pero yo recomendaría haber leído el poema antes, porque el juego con los viejos versos no se repone completo de otro modo, y es realmente un elemento que suma a las posibilidades de disfrutar la película.

En resumen, se vale una entrada de cine, si se tienen ganas de distenderse un rato. Y de comer un poco de pochoclo. Y de ver dibujos muy convincentes de hombres y mujeres atractivos.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

De vuelta de un primer viaje a Tierras Fértiles

No hay caso, soy de la vieja escuela y prefiero mil veces el procesador de texto a la pantallita de Blogger, que me pone sumamente nerviosa. Aparte, Word permite esto de escribir por partes, guardar y tener las cosas a mano después.

Pero eso es nada más un paréntesis técnico.

La idea era sentarme con los cinco minutos que tengo antes de la cena (ahora cocina mi vieja, a mí me tocó al mediodía) para empezar, de una vez, mi comentario sobre Los Días del Venado de Liliana Bodoc, ahora que me dio el tiempo para leerlo. Lo terminaré más tarde, cuando me de el tiempo.

Lo primero que habría que decir es que es una lectura ideal para cabezas cansadas. Una prosa fluida, con una música extraña de verso traducido, que se deja leer como un arrullo de abuela.

Es que tal vez el principal mérito del estilo de Bodoc es el de convencer al lector, precisamente, de que está leyendo una traducción de algo que en otra lengua debió ser verso. Como solución para un fantasy es excelente: lleva a lo formal la distancia, la diferencia con la cultura narrada. El orden extraño de las palabras y el uso metafórico-mágico del lenguaje nos insisten tanto (pero con tanta naturalidad) en que estamos leyendo un poema de Tierras Fértiles en un mal adaptado castellano, que el efecto se logra. El lector puede entrar en el juego de pensar que escucha a través de un filtro palabras de una lengua que no existió nunca. A modo de ejemplo (y tratando de sacar lo que pueda develar demasiado de la trama):

“El viento llegó con ganas de jugar. Se puso a buscar trenzas que destrenzar y túnicas que sacudir, pero no las encontró. Las aldeas estaban desiertas: no había niños enhebrando caracoles ni mujeres limpiando pescado. Entonces el viento decidió colarse por entre las cortinas de soga. Adentro halló trenzas muertas y túnicas muertas tendidas en hamacas que apenas se mecieron con su entrada. Espantado se puso en camino a Beleram con la triste noticia. Y aunque partió de prisa, nunca llegó adonde quería porque antes un viento que no era de por allí ocupó su camino y lo deshizo en hilachas.”

El lector entra como buen receptor del siglo XXI en el ritmo de la metáfora triste del viento que se pasea por la matanza, y sólo después se acuerda de que el viento no tiene por qué tener menos personalidad que los pájaros, en la concepción animista general del lenguaje de la obra. Solamente en un tercer momento de lucidez podrá caer en la cuenta de lo difícil que se hace lograr eso escribiendo prosa prácticamente en el siglo XXI, y para más hacer que no suene a uno de tantos intentos fallidos de escribir algo que se parezca a una traducción de haiku.

De la obvia reelaboración pesadillesca de la conquista de América se podría hablar largo y tendido. Con la misma facilidad con la que se la podría defender también sería posible defenestrarla. Yo, que no quiero sino hacer un comentario, que disfruté mucho el libro y que no me decido, prefiero callarme. Solamente voy a abrir la boca (la luz del monitor, en realidad) para decir que a cada fantasy que leo me resulta más difícil tragar la evidente polaridad simplista, maniquea, en la que los malos son tan terriblemente malos y los héroes, tan obvia e irreductiblemente buenos. La franja de los personajes miserables (Kume, Bor, Molitzmós) no compensa. Y que Misáianes sea el Odio Eterno, hijo de la Muerte, es demasiado. Creo que hay efectos dramáticos y problemas narrativos que podrían llegar a funcionar con efecto doble si las cosas no fueran tan claras.

Lord of the Rings tiene un solo ejemplo, una ínfima semilla de lo que esto podría ser. Se trata, si usted, lector de blogs ignotos con paciencia para acompañarme hasta acá, por casualidad lo recuerda, de aquella escena en donde los hobbits, escondidos, presencian una batalla entre hombres y avistan olifantes por primera vez en sus vidas. Los hombres matan a los hombres, no hay buenos y malos, sólo debilidad y cansancio.

Hablando de cansancio, es hora de cerrar este post, que en Word ya pasó a segunda página.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Una canción vieja

Esta es una canción que hice hace un par de años, y que desde ayer, vaya uno a saber por qué, me estuvo dando vueltas por la memoria.




No es una grabación muy prolija, y el tema no es gran cosa, pero bueno, para el que tenga curiosidad, ahí está.

(Nota para los que entren desde Bloglines: Es un reproductor de DivShare. Si lo quieren escuchar hay que entrar a la página)

sábado, 17 de noviembre de 2007

Elogio del Recauchutaje

Para ser un buen recauchutador hay que tener un talento especial. No se trata de levantar un marco en la calle y hacer una pátina que enseñaron a hacer en Inutilísima (un inconfesable que un porcentaje mucho mayor que el de la gente que lo admite ha hecho alguna vez), no. Eso se llama "restauración", hay que dejar a las cosas toda la carga negativa de su nombre.
El recauchutaje es algo mucho más noble. Consiste en tomar lo que ya fue desecho para otro y hacer con ello algo que cumpla alguna finalidad, sin por ello perder su condición de resto, de cosa con vida prestada, muerto viviente que se dedica a preparar café para los presentes.
Nótese, por ejemplo, el simpático ejemplo de recauchutaje que nos acompaña: el negocio en cuestión, una feria americana (uno de los lugares preferidos para las investigaciones de los recauchutadores), aprovechó la decoración en mal estado de los inquilinos anteriores, en una clara recauchutada. Todo lo necesario está presente: el mal estado del elemento recauchutado, su falta de conexión con lo que lo rodea y, encima, el globito que lo justifica todo, el chispazo que le da vida al monstruo de Frankenstein y que es capaz de hacerme gastar plata en mandar una imagen de celular a mi casilla de correo, con lo caros que están los MMS.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Escozor


Facultad de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires - Sede 25 de Mayo
La foto es de hoy a la tarde.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Sir Gawain y la Ensalada Verde


Uch lede as he loved himselve
There laght withouten lothe;
Ay two had disches twelve,
Good ber and bryght wyne both

[Sir Gawain and the Green Knight, vv. 126-129]




Es sabido que los caballeros de la mítica corte de Arturo tenían por costumbre cargar la panza cuando estaban de banquete por todo lo que se privaban mientras andaban por ahí en búsqueda de aventuras. La asociación del nombre de un caballero famoso por su cortesía no va mal con la comida, y en cierto modo no tendría por qué ser nada del otro mundo encontrar un plato con el nombre de alguno de los señores de la Mesa Redonda. Un tanto inusual, bueno. Un poquito más raro que no sea ni el Rey, ni Lancelot, sino Gawain, también.
Ahora, encontrar el nombre de Sir Gawain en una lista de ensaladas... Vamos, eso ya es mucho.


No puedo dejar de imaginar al valiente caballero ensartando un tomate asesino con su lanza, para embestir un segundo después contra los palmitos, bestias según creo inexistentes en la dieta de esos años.
He de confesar que si no hubiera sido por los palmitos, el jueves en cuestión (es la lista del lugar que nos manda comida al trabajo) me habría pedido una Sir Gawain, en vez del ínfimo sánguche de milanesa de soja que me tragué por privilegiar lo más barato del menú.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Fobia



Todos recordarán aquel juego típico de Sacoa en el que había que pegarle a unos cucarachones violetas que salían de una cueva. O por lo menos su más extendida versión con cocodrilos.
He aquí un juego con la misma idea, pero con un toque extra de humor negro y sin tickets para cambiar por ositos, lapiceras raras, bolitas de goma o pistolas de agua.
Se entra haciendo click sobre la imagen.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Se va, se va la barca

Un aula llena a medias, un profesor con su cuota de dotes escénicas que lee un poema que tiene ya casi medio milenio de edad, y que la mayor parte de los presentes ya conoce. Y aún así, la explicación que también tiene su parte de catártica, el silencio que se vuelve casi solemne, la sensación de que algo hay que hace que surja ese escalofrío raro, la pasada de revista involuntaria de la historia sentimental propia.
Sí, ya sé que tiene su cuota de cursilería, pero es que hay golpes de efecto que no dejan de funcionar sobre cualquier ser humano que no sea una completa heladera.

* * *

Bien, estoy oficialmente podrida de dar exámenes parcialmente descremados, de firmar planillas de asustancia, de mirar cómo crece peligrosamente el estante de abajo mientras la lista de bibliografía obligatoria ronronea su arrorró de posibilidad de no elección, de lecturas sin riesgos, con la higiene obsesiva del aparato crítico siempre a mano.
Pero pucha que voy a extrañar ese tugurio de la calle Puán.