martes, 27 de enero de 2009

Jo Hisaishi - Banda de sonido de Nausicaä del Valle del Viento




Si tienen buenos parlantes, entren a la página de YouTube y pónganlo en alta calidad que se escucha estéreo. Lo vale.

(sí, leo bastante literatura trivial)

Leer en secuencia los escritos de casi cualquier tejedor de palabras deja siempre el rastro de los pequeños aprendizajes, de los pequeños arrepentimientos por errores literarios pasados que se ocultan como pueden bajo una maraña de obsesivas pruebas que parecen querer decir "no, pero yo soy capaz de escribir algo mejor que eso". Es una sensación particularmente penosa cuando se trata de escritos propios, volver a mirar la novelita que se escribió a los doce o los poemas de los dieciocho, al menos en mi caso, es casi un dolor físico. Se me da por preguntarme qué pensaré de mis escritos actuales dentro de quince años, y hay que decir que me corre un cierto escalofrío molesto que hace falta ahogar con un buen mate o unas horas de estudio.
Pero cuando se trata de los escritos de otro resulta hasta entretenido. Pocas veces ocurre el caso de un escritor que se desinfle (se me ocurre J.K. Rowling, con los últimos dos libros de la saga Potter, algo que consideré trabajar para la monografía sobre literatura trivial, y que tal vez hubiese sido una decisión mucho más sabia que los vampiros), por lo general lo que uno ve es cómo se van desarrollando capacidades, como una florcita que se abre, aún cuando el tipo o mina en cuestión viva de esto, se le agoten las ideas al mismo tiempo que el presupuesto y tenga que inventar tramas ridículas que mantengan el teclado y la cuenta bancaria andando. Para seguir con ejemplos de literatura trivial (en realidad, los que siguen escribiendo cuando se les acaba la gasolina son sólo los escritores de cualquier cosa que se venda bien), Stephen King entraría entre estos: es indudable el aprendizaje técnico entre las primeras novelas y las últimas (una construcción más prolija de los efectos, pequeños experimentos formales casi poéticos, un uso dificilísimo y bien logrado del discurso indirecto libre), pero no por eso puede decirse que Salem's Lot sea peor que The girl who loved Tom Gordon. O que Bag of Bones, que se cuenta entre los pocos libros de los que me deshice deliberadamente en mi vida.
Con Anne Rice ocurre algo infrecuente, para lo que al menos ahora no se me ocurre ningún otro ejemplo literario. Se me viene a la memoria la sensación rara que provoca ver una retrospectiva de Giorgio de Chirico, a quien se le dio en algún momento por parodiar con algo de crueldad el estilo de juventud que lo hizo famoso, y que es lo que cualquiera tiene en la cabeza cuando piensa en él. Anne Rice fue haciendo algo parecido. Todo su mundo ficcional es  cerrado y autorreferencial (sigo sin poder imaginarme qué es lo que habrá producido en su delirio místico actual), y usa eso como excusa para hacer ostentación de su autoconciencia. Cambiar de la voz de Louis a la de Lestat le sirve para burlarse un poco de su estilo por los setenta, y a la vez Lestat mismo, que es un personaje mutable, llena su discurso de espacios metatextuales en los que da cuenta de esas mutaciones en la forma de escribir. Todo merece ser reescrito, reinterpretado, se pueden narrar las últimas quince páginas de The Vampire Lestat en doscientas, si tan sólo se cambia el punto de vista, y se nos avisa de ello apenas comenzado Queen of the Damned
Es tan tarde que es temprano, así que en otro momento, si necesito hacerlo, escribiré una segunda parte para este post que sirva de cierre.

viernes, 23 de enero de 2009

Tiene nada más un par de horas, así que es más bien un primer intento de hacer algo con esta idea. Posiblemente mañana (o cuando la monografìa de Vedda lo permita) reescucharé la grabación y decidiré tirar todo a la papelera de reciclaje.





martes, 20 de enero de 2009

Dracoppola

...


No encontré la escena sola, así que busquen en el minutero desde 4.50 hasta 5.30.







(No termino de saber si es el mejor o el peor momento de la película, que por lo demás es un catálogo de todo lo que se puede hacer para arruinar posibles buenas ideas con posibles buenos medios)

(Hablando de películas malas de vamps, ya que puse este fragmento de película, la actuación de la actriz-olvidable-que-hace-de-Lucy es casi tan ridículamente deplorable como la de la difunta Aaliyah en la versión cinematográfica de Queen of the Damned)

sábado, 17 de enero de 2009

quebrada



de cara al rostro que ya
no volveré a tener en tus pupilas

no temblaron más las hojas
bajo los dedos tibios del viento de esta noche
en que existo sólo para mí y te pienso
y me borrás con tanto empeño

afuera, en todas partes, millones de amantes nos ignoran
por completo. lo bien que hacen

los bordes se pierden en la masa informe
de una oscuridad vieja que volverá
mañana, y pasado, y el domingo
a buscarme y tocar lo que sea que quede de mí

entre paredes despintadas que nunca verás
miro con sorpresa verde mis manos heridas

jueves, 15 de enero de 2009

Carbonero con Arroz

Come to me. Just listen to me. Don't leave me alone
(Lestat en la introducción a Memnoch de Devil - Anne Rice)

Un punto de partida posible para el trabajo comparativo que estoy encarando es el valor de la palabra del vampiro. 
Hay un elemento formal (tal vez el único) en común, muy básico entre la vieja novela de Stoker y las Vampire Chronicles: el hecho de tratarse de relatos en primera persona. La gran diferencia radica en que en Dracula el testimonio que sistemáticamente se nos niega es la palabra del vampiro, que normalmente aparece como discurso indirecto, que nunca toma la narración. En las narraciones de Anne Rice son los inmortales los que acaparan la palabra.
Una pista de hacia dónde puede apuntar esto son los momentos en los que las voces chupasangres se infiltran en la narración de Stoker. En este punto es fundamental el papel de Mina Harker en la segunda mitad de la novela, cuando es ya en parte vampiro. Desde que Dracula la fuerza a beber su sangre la palabra de Mina pasa a ser a la vez importantísima y digna de sospecha. 
Es que el valor por excelencia de la palabra del vampiro en Dracula, contra mucho de lo que se ha tratado de leer, es fundamentalmente disuasivo. Aún cuando no quiere serlo. lo que dice y pide se torna digno de sospecha y repulsión, y por medio de la intimidad con el vampiro, del contacto con su discurso y su sangre, surge una profunda repulsión. Harker en el castillo, sin saber con qué trata, hace todo menos lo que el conde le pide, a no ser que esté bajo amenaza y vigilancia; Lucy, algo vampírica de antemano, muere previniendo a los demás entre sentimientos de culpa; y Renfield, que era el candidato perfecto para convertirse en un siervo fiel del monstruo, a último momento, charlas mediante, lo traiciona, previene (si bien inútilmente) a quienes lo combaten sobre sus próximos movimientos, y muere luchando contra él.
Y Mina no hace sino lamentarse, declararse "unclean", mientras ni su marido confía en ella.
En este punto parece que la mayor derrota de Dracula es discursiva: el conde es incapaz de convencer a absolutamente nadie de que ser inmortal puede llegar a valer la pena.
Es exactamente lo contrario a lo que pasa en las Vampire Chronicles. Interview with the Vampire nos presenta a una suerte de contraparte de Mina Harker: si ella era una humana que era demasiado vampiresa para su grupo de mortales en la misión de limpiar el mundo, Louis, también narrador, es un vampiro que es demasiado humano para su especie. Él comparte la repulsión de Mina por su conversión, pero no por eso se dedica a buscar humanidad, sino más bien todo lo contrario. 
Y el valor de su palabra es exactamente contrario: por demostrar lo que es todo lo que dice es tenido en estima, y no importa cuánto intente disuadir al joven periodista de buscar la inmortalidad, que lo primero que él hará cuando Louis se vaya será correr, debilitado por una chupadita que lo podría haber matado, a buscar a Lestat.
Un punto de enlace (que probablemente no use) parecen marcarlo las adaptaciones de Dracula para la pantalla grande, donde el vampiro es seductor y habla, habla bastante. Algo que Hollywood adaptó enseguida y mantuvo así fue la figura de Renfield: de ser un loco que se vuelve cuerdo cuando casualmente confronta una manifestación empírica de su locura, que se disuade de buscar la inmortalidad en el consumo de vida cuando entra verdaderamente en trato con esa clase de inmortal, pasa a ser alguien a quien el vampiro sedujo. En la Dracula de 1931 es Renfield, no Harker, el que visita el castillo, y es seducido hasta la locura al servicio del vamp Lugosi (que nos acompaña como chupasangre de la semana). Y si bien habla de más, bastante de más, sólo se quiebra realmente a último momento, en una de las tantas escenas forzadas de la película, ante la dramática escena del vampiro que se roba a la muchacha linda en sus narices.

Si no la vio, puede hacerlo

Entrevista con el Vampiro, completa, subtitulada, ideal para una de estas noches de verano de esas en las que si tenés la ventana abierta oís a los murciélagos chillar.

El guión para la película también lo escribió Anne Rice. Las diferencias con la novela son mínimas, y a mi entender en la mayoría de los casos benéficas: mucha de la cursilería de Louis (de quien la misma Rice se burla repetidas veces, desde la voz de Lestat -elemento que en esta película, dieciocho años posterior al libro, también se incluye) desaparece.
Quedan las impericias de Brad Pitt, pero se le pueden perdonar por bonito, como casi siempre.

miércoles, 14 de enero de 2009

Luego de una cara excursión en búsqueda de más chupasangres annericeanos

Nunca dejaré de sorprenderme del grado de estupidez de los lemas que la librería Kel pone en sus señaladores y almanaques.

Aunque hay que decir que el almanaque de este año, de composición de colores horrenda, con sus miniaturas de tapas de los peores libros en venta en esa benemérita cadena de libros importados (¡poné un Potter y un diccionario Oxford, por lo menos!), imagen de la Virgen y el Niño en lugar destacado mediante (me parece que tapa de algo, también, nunca lo sabré), superó ampliamente sus habituales triangulitos de escritorio, que al menos con sus azules oscuros y letras colorinches solían tener buen lejos.


(Iba a postear una foto pero me dio fiaca)

Madredeus - A praia do mar

(Esta canción me salvó el humor esta noche)





Corre a menina à beira do mar
corre, corre, pela praia fora
que belo dia que está não está
e o primeiro a chegar não perde

Andam as ondas a rebentar
e o relógio a marcar horas
a sombra é quente, e quase não há
e o sol a brilhar já ferve

Corre a menina à beira do mar
corre enquanto a gaivota voa
vem o menino para a apanhar
e a menina sentindo foge

Anda o barquinho a navegar
vem do Porto para Lisboa
foge a menina da beira mar
foge logo quando a maré sobe

Andam a brincar
na praia do mar
as ondas do mar
andam a rebentar
na praia do mar
andam a brincar
as ondas do mar
andam a rebentar
as ondas do mar
andam a rebentar

E é tão bonita a onda que vem
como a outra que vejo ao fundo
a espuma branca que cada tem
é a vida de todo o mundo

martes, 6 de enero de 2009

Invitando vampiros

Empieza enero, y con él mi autoimpuesta carrera contra el tiempo para preparar las cuatro monografías que debo para recibirme. Como si de una factura impaga se tratara, esta cuenta conmigo tiene como primer vencimiento el 31 de marzo, y como segundo el 15 de abril, lo que me da algo de veinte días para cada trabajo de 15-20 páginas.
No sé cómo será en su ritmo, estimadísimo lector de blogs ignotos, pero en el mío es bastante poco. Porque normalmente me gusta rumiar las ideas, hacer borradores manuscritos en todas las distintas fases del proyecto, ir leyendo mientras tanto otras cosas completamente desconectadas (interrumpí abruptamente dos lecturas bastante disímiles, las Teorías Salvajes de Pola y Orden Terrestre de Enrique Molina, además de que reduje notablemente la cantidad de revistas y blogs que me tomo el trabajo de leer) que me refresquen la cabeza, colgarme chateando o charlando cafés y/o cervezas de por medio con amigos, cortar para escribir cuando me viene en gana (irrenunciable, sobre todo porque con mi manía perfeccionista todavía no termino mi novela), en fin.
Cuestión, este tacho de palabras va a parecerse mucho a este post por el próximo par de meses, vaya sabiéndolo: una colección de pequeñas descargas, de retazos deshilvanados de borradores para trabajos en elaboración, de la resaca de los días obsesivamente dedicados al mismo tema, sobras recalentadas cerca de la medianoche que sólo sirven para mantener este blog vivo y esta cabeza más o menos clara.


Dado que decidí comenzar por la monografía final del seminario de Vedda sobre literatura trivial que hice el cuatrimestre pasado, y que pienso trabajar con Bram Stoker y Anne Rice, enero está llamado a ser el mes de los vampiros.
Motivo de sobra para aceptar la invitación de Mariel, que ayer encontró que alguien subió a Taringa una película sueca de vampiros que nos perdimos por un error de horarios en el Bafici, y que ella seguía buscando insistentemente desde entonces. Se trata de una adaptación para cine de la novela de John Ajvide Lindqvist Låt den rätte komma in (traducida como Déjame entrar, en realidad es Deja entrar a la persona correcta, o Deja entrar a quien corresponde), que este año se convirtió en uno de los libros favoritos de mi hermana y, por lo tanto, en uno de los pesos más pesados de mi estante de abajo.


Las expectativas que me habían creado con esta película eran demasiado altas como para que el verla pudiese hacerle justicia, soy conciente de ello. Es una desventaja de enfrentarse con cualquier obra (de cualquier índole, desde una novela hasta un gusto de helado) que te hayan recomendado demasiado: más vale que sea absolutamente perfecta, porque si no los defectos que pueda tener van a resaltar como si alguien se hubiera tomado el trabajo de remarcarlos con fucsia.
En este caso, para lo que uno espera de una película de terror (género pochoclero, en circunstancias normales), resulta algo lenta. Los puntos jodidos de la trama se sugieren muchas veces con tomas de alrededor de dos o tres segundos (reconozco que se me habrían escapado varias cosas, de no ser porque tenía a mi hermana-lectora-de-Lindqvist haciendo los comentarios molestos de rigor al lado), y hay un regodeo en las escenas sin diálogo, largas, silenciosas, que dan como resultado el ambiguo efecto de que lo sobrenatural se normaliza, se banaliza, se torna humano, pedestre. El espectador comparte la poca sorpresa de Oskar cuando Eli le confirma que es vampiro.
Dejando eso, que no es necesariamente malo, de lado, sí es una película recomendable, no deja de ser una forma muy original de presentar un relato de vampiros, sin ningún cartel luminoso que intente convencernos de que está siéndolo. Si hay algo que todas las narraciones de vampiros de la segunda mitad del siglo XX a esta parte tienen en común es que dan por hecho un pop-lore sobre los vampiros más o menos basado en Dracula (tienen dos colmillos por donde chupan sangre, salen nada más a la noche porque el sol los quema, duermen en lugares cerrados y pequeños, preferentemente ataúdes, hay que darles permiso para que pasen, etc.) compartido por más o menos todo el mundo y frente al cual es necesario posicionarse, diferenciarse: así, Soy Leyenda tenía sus vampiros-enfermos, sobre los que ya hablé mucho, los de Anne Rice no tienen problemas con las cruces ni con el ajo (en la película que se hizo sobre Interview with the Vampire se dedica un diálogo entero a la sección diferenciarse-del-estereotipo), y hasta Buffy the Vampire Slayer* tiene el detalle muy grotesco del cambio abrupto del rostro de los monstruos cuando van a atacar.
Låt den rätte komma in no se preocupa por esto. Uno podría sacar algunas diferencias inciertas, en detalles de entre los menos populares (en lo que se refiere a retomada fuera de Dracula en ficciones sobre vampiros no paródicas), como el hecho de que nunca vemos a Eli convertirse en animal. Aunque sí la vemos trepar muy draculescamente por las paredes, y se sospecha (ella lo afirma, sea en broma o en serio, y la escena de la pileta da que pensar) que sí puede volar. No hay ningún momento en el que se intente, ni siquiera se plantee definir qué significa ser vampiro. Eso está dado, el pop-lore no se usa sino para motivar la anagnórisis, que a su vez está muy integrada en el resto de la trama. Lo que importa es la relación entre Eli y Oskar, el vampirismo no es sino un elemento (crucial, sí, pero no el único, la relación de Oskar con su entorno es prácticamente igual de problemática, y él es un chico más o menos normal) de entre los muchos que contribuyen a desestabilizar el entorno, a volverlo peligroso y a precipitar la catástrofe.
Y con esto me vuelvo a la lectura de bibliografía crítica (estoy con una suerte de "estado de la cuestión para 1994" de un académico australiano, Ken Gelder, titulado, con la imaginación y originalidad que lo caracteriza, Reading the Vampire) antes de que salga el sol y tenga que esconderme de la luz y dormir.




* de donde el lector atento podrá identificar la abreviatura familiar que etiqueta mi nueva sección vampira, y de donde probablemente robe mucha terminología de borradores. Esa serie armó por lejos el mejor sistema léxico conocido para referirse a los chupasangres y sus hábitos.