domingo, 26 de agosto de 2007

Materia Scriptoria

Debería ser más sencillo de lo que finalmente resulta. Pero conseguir un cuaderno que me sirva no es moco de pavo.
Acá cabe aclarar que entre mis muchas manías se cuenta la de escribir con lapiceras de pluma. Es una cosa ligada a un placer casi físico, sentir la pluma deslizarse suave por el papel y la tinta que fluye como una continuación de uno, en vez de esa cosa trabajosa e indominable con una bola en la punta que hace lo que se le antoja y escatima tinta, que nunca impregna la hoja sino que apenas la cubre por encima. Están, claro, las Pilot, solución intermedia, pero yo no pago la cotización de casi media hora de mi trabajo por un objeto descartable como ese.
El problema resulta, entonces, del hecho de que no todos los papeles, parece, son aptos para lapiceras de pluma. Uno tendría que poder preguntar: Disculpe, señor, ¿usted sabe si éste es apto para lapiceras de pluma? Pero inmediatamente vendría la mirada que no necesitaría palabras para comunicar el otro interrogante: Disculpá, piba, ¿vos de qué planeta saliste? Y por supuesto, los cuadernos no vienen con una etiqueta que avise: Ligeramente resistente a las tintas líquidas.
La solución, entonces, parece ser comprar un cuaderno de cada tipo. Invariablemente alguno de ellos va a tener el papel menos poroso, la tinta va a fluir mal, se va a entrecortar, va a hacer falta mojar la pluma de la lapicera con el carucho para que chorree un poco y funcione decentemente. Una vez cada quince minutos. Y encima hay que elegir bien la tinta. Porque, vaya uno a saber por qué razones físicas que no quiero indagar, hay tintas que corren más fácil que otras. Tinta Sheaffer verde con un cuaderno Mis Apuntes, por ejemplo, parece la combinación de materia scriptoria elegida por Satanás para castigar a los escribientes condenados al martirio eterno. O mejor todavía, imagino una cámara infernal en la que un profesor lanza datos como una máquina, hace un frío atroz y es totalmente necesario tomar notas con esa combinación maldita, porque los desgrabadores brillan por su ausencia.
Bah, para qué digo que lo imagino. Ya estuve ahí.

jueves, 23 de agosto de 2007

Mesa de saldos

Me encantaría saber quién metió éste en una colección de novelas históricas. A veces se me da por imaginarme un editor con un par de dedos de frente, aceptándola a título de chiste privado, y otras me imagino a Manolito de grande considerando que título de novela histórica + una cuota de inocultado feminismo = unos euritos pa'l bolsillo.
En todo caso ya no importa, lo que queda es que lo publicaron, que por alguna serie oscura de motivos buena parte de esa colección hecha para un diario español terminó en nuestras costas, que a la librería Los Cachorros (actualmente les queda una sola sede porteña, en Díaz Vélez al 5000, ahí nomás de Parque Centenario) se le inundó un depósito y que la secuencia de todas esas causalidades absurdas hicieron que Casandra de Christa Wolf esté ahí, en varios ejemplares con vestigios de vieja humedad, a cuatro pesos. La mesa, por causa de ese mítico diluvio, suele presentar cosas más que comprables (alguna vez hubo buena parte de la obra de Proust al mismo precio), pero eso es una historia aparte.
Volviendo al libro de Christa Wolf, que leí hace bastante poco, se trata de una suerte de Ilíada feminista, un canto quejoso a los espacios privados para el que basta como muestra el botón de la aparición constante de referencias a la diosa Cibeles esparcidas por todo el texto. Pese a todo esto, resulta un libro interesante, una escritura que consigue mantener su buen efecto de tensión en un relato que no cuenta con la facilidad de la sorpresa (todos sabemos cómo termina Troya, qué le pasa a Agamenón con Clitemnestra, etcétera) más que en el escasísimo margen de posibilidades de variación que permite el cambio de género y de punto de vista. Es una novelita decente, que se lee bastante rápido, y por la que vale la pena gastarse esos cuatro mangos.

Todo tiempo pasado



De cuando Evanescence era una banda con algo más que la voz (increíble, sí, pero últimamente dedicada a poprroques menores) de Amy Lee. Se trata del tema Eternal del disco Origin, allá por el año 2000, cuando no los conocía ni el vecino del garage en el que deberían ensayar. Es un largo delirio instrumental con algunas secuencias más que deudoras de la música de videogames de los ochentas.
Recomendación de escucha: bajar el tema desde la página de download que se abre clickeando la punta derecha del reproductor y meterlo en un reproductor de mp3, si lo hay. Este tema se merece ser escuchado con buenos auriculares, dentro de lo posible en un lugar en silencio. Si no se dispone de los medios para hacer esto (ni de auriculares para computadora) es mejor conectar los mejores parlantes de la casa y separarlos todo lo que se pueda entre sí.

lunes, 20 de agosto de 2007

Para tratar de estudiar



Es distinto concentrarse en total soledad que concentrarse entre gente que también está tratando de hacerlo. La soledad, que a veces es tan buena compañera del estudio, puede también mostrarse contraproducente de tanto en tanto: el silencio o una canción cargada de reminiscencias tienen el quíntuple de efecto sobre la mente naturalmente apta para la dispersión de alguien que está tratando de leer un texto cuando en realidad tendría ganas de estar leyendo o escribiendo otro, o por qué no, haciendo cualquier otra cosa que nada tenga que ver. Estando en soledad es más fácil perder la noción del tiempo y pensar que restan cantidades inconmensurables de tiempo para hacer todo lo que resta entre lo obligatorio. Entonces bueno, por qué no tomarse una horita de pausa para sacar al perro a dar una vuelta, aprovechar que el día está tan bonito, o terminar de pasar por escrito antes de que se borre el sueño bizarro de anoche, que incluía un viejo, un mazo de cartas de tarot, un delivery de pizza y el fantasma fotogénico de una joven de pelo negro en ese cuaderno destinado para tal fin que no se usa desde hace meses.
Son estos los días en los que resultaría tanto más sencillo, tanto más fácil, poder concentrarse fuera de casa, lejos de los guiños tentadores de Los Días del Venado de Liliana Bodoc que mira atento desde el estante de abajo, esperando su turno, lejos de la guitarra, entre personas que compartan la necesidad de concentración, en ese silencio tan especial, tan sagrado de los que tratan de sacar algo en limpio de lo que están tratando de leer o de escribir, tanto más efectivo si la gente en cuestión se conoce lo suficiente como para eventualmente, si hace falta, intercambiar un dato interesante que permita enriquecer lo que se hace y de paso volver a lo propio con la conciencia un poco más despierta.
En lugar de eso, heme aquí, el prototipo de lo que habría que haber hecho hoy y quedó para mejor ocasión.

sábado, 18 de agosto de 2007

Uno de ayer, a lápiz 2b, muy rápido y prácticamente sin corregir, casi un ejercicio de escritura automática.




Mientras examinás con cuidado los detalles de un decorado sin sentido



Descanso mis brazos en el fantasma pálido
de un gesto tuyo, en la secuencia
laboriosamente tejida de cadenas cruzadas
de notas insignificantes; busco, insisto
en dar con la señal que te diga que te deseo
que espero tranquila a que me sepas viva,
que soy el animal que espera a que le abras la puerta,
que soy nube esperando llover sobre tu pelo,
una colección de formas de medir el tiempo
que pierdo sin tocar más que tu aire
.
.
.
.

jueves, 16 de agosto de 2007

Be to her virtues very kind. Be to her faults a little blind.



"Thermidor, ¿a qué les suena? ¿Les suena a algo, aparte del vino"
(Frase de profesor en primer práctico, grado de desesperación medido en escala de Richter: 3)


Lo mismo que a Mariano, Literatura del Siglo XIX me amaneció con un (saludable) baldazo de revolución francesa fría por la cabeza. Baldazo que en un beneficio totalmente lateral me dio ganas de releer esta perlita de Sandman, de Neil Gaiman, ubicada por aquellos días, allá cerquita de ese nueve de Thermidor del que entre otras cosas se habló hoy.
El que tenga ganas de acompañarme en la relectura, haciendo click en la imagen del post pueden leerlo de la máquina. En colección de archivos de imagen y en inglés, pero bueno, es lo que hay.

martes, 14 de agosto de 2007

Obviedades


Es muy poca la gente que lo admite abiertamente. Si uno se para a preguntar, resulta que, pertenezcan al credo que fuere, crean o no en Dios, en Alá, la astrología, los ovnis o en la inutilidad de todo, hablando todos se ríen de los gatos negros. Pero después pasan cosas como ésta: la calzada ya reducida por el puesto de diarios, y la nefasta escalera. Entonces resulta ser que con la yeta no se jode. Aún en plena Pellegrini, pleno mediodía, pleno apuro porque se termina el horario para buscar rápido algo que comer o pescar ese bondi que lleve a casa. No importa. Se puede pasar cruzándose adelante de cuatro viejas, correr o caminar al paso más apretado imaginable, pero si hay que esperar medio minuto para no pasar por abajo de la escalera de aluminio, se espera. No es que pareciera particularmente propensa a caerse, ni que hubiera un tacho de pintura amenazante en el borde, no.
Y en alguna parte las brujas se ríen, o llaman con un gesto vago y una mirada fija que presagian la estafa en los parques, ahí donde las palabras vagas y metafóricas de los vates siguen teniendo sentido, y el destino puede ser marcado por el sentido de las cornejas.

domingo, 12 de agosto de 2007

No-noticias de antes de anteayer

Jueves, mediodía, colectivo 105, el sopor de volver de un trabajo para almorzar en casa y seguir de largo al próximo. Por donde yo lo tomo, allá lejos y en el centro, suele tener asientos vacíos todavía. Tomé el de la ventanilla de un asiento doble, y por primera vez en un tiempazo me dediqué a reescuchar Revolver, esta vez en ese artefacto pequeñito que aparece más abajo. Tuve apenas la vaga conciencia de que alguien se sentaba al lado mío.
Para cuando llegamos a Once, lo insólito: una leve presión en mi costado. Miro: una adolescente a la que tengo vista, una chica darkie con la mochila negra bordada de mostacillas que suele tomar el bondi en la misma parada que yo. Completamente dormida, se había acomodado en su inconciencia sobre mi hombro. Sonreí y traté de no moverme, con un sentimiento de ternura que se me está haciendo raro. Siempre me pareció que dormir representa uno de los mayores estados de indefensión de un ser humano, y que por lo tanto dormirse sobre alguien es una suerte de acto de entrega, de confianza, un pacto tácito que no se hace con cualquiera. Hay una larguísima lista de gente que conozco y que me cae extraordinariamente bien sobre la que jamás pensaría en dormirme, así que imagínense sobre un extraño. Y la conciencia de que todavía exista gente capaz de inconciencia y falta simpática de tacto en Baires me hizo sentir terriblemente extraña, me hizo preguntarme hace cuánto que me convertí en otro ratón asustado que mira para todos lados antes de moverse por la calle.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Una de Sinéad O'Connor





Here's you boys, now take my advice
To America I'll have ye's not be coming
There is nothing here but war, where the murderin' cannons roar
And I wish I was at home in dear old Dublin