miércoles, 23 de septiembre de 2009

Alta Barda (Neuquén I)



Venía caminando, tranquila y cansada, con G. Era nuestro primer día en una ciudad desconocida, nos aventurábamos a buscar nuestro albergue solos con un mapa y un número nada desdeñable de indicaciones orales (nos habíamos separado del contingente bastante pronto) y nos corría el reloj, porque se suponía que yo expusiera mi ponencia un rato más tarde.




En ese contexto llegamos al barrio Alta Barda. Yo miré, me detuve en seco y di un paso hacia atrás. Bonito, repetitivo como suelen serlo los barrios creados con planes sociales, y sede de una serie de pesadillas mías en el año 2006.




Es que mis pesadillas van por series, como mi pobre producción poética: cuando algo en mi experiencia cotidiana no funciona, suelo soñar una y otra vez variaciones sobre los mismos motivos, los mismos ambientes y más o menos la misma estructura narrativa. En un crescendo que hace que paulatinamente los sueños pasen de interesantes a insoportables, y tenga que buscar alguna forma de deshacerme de ellos. Normalmente, implica escribir algo que podría haber sido una versión prolija de un sueño de la serie.
Con el que coincide con estos paisajes de Alta Barda nunca lo hice, simplemente dejé espontáneamente de soñar con las peatonales de casas bajas con escaloncitos y eventuales rejas de alambre tejido. Tal vez por eso me haya chocado tanto encontrarlas en la realidad.





Al menos un par de días más tarde el campus de la universidad de Comahue me regaló un trébol mutante de cuatro hojas. Como para compensar a mi atareada superstición.