miércoles, 23 de mayo de 2007

Tú / vos / usted / eh, sí, oh mi digno interlocutor a quien me dirijo en este acto solemne

Etapa final, engorrosísima, de terminar de pasar un cuaderno de pequeñas dimensiones para cerrar una novela que me llevó como tres años, y me decido a retomar, casi en broma primero, más en serio después, un proyecto de adolescencia que siempre me dio pena dejar en sus 96 páginas pésimas a máquina de escribir de entonces. Algo de esto conté más abajo, busquen el post si tienen ganas y recién sintonizan el dial, no tengo ganas de armar el link porque tengo más ganas de irme a dormir, la verdad. La novela que estoy cerrando cuando me aburro lo suficiente para ponerme a transcribir y a corregir cuadernos presentó y presenta problemas, todavía, y tengo mis serias dudas sobre la legibilidad del resultado. Pero si hay un problema que no tuve, ése fue la elección del dialecto, y del conjunto de presupuestos de los personajes. Buenos Aires, en una época demasiado contemporánea como dice en alguna parte Mendieta, problema resuelto, a lo sumo habrá que cuidar la adaptación de registros, y a trabajar sobre otros aspectos, con la conciencia tranquila, sleep tight my dear.
Ahora, work in progress actual (yo necesito alguna excusa para escribir en los bondis y hacer tiempo en los cafés, las esquinas y las aulas con profesores que no llegan, y por alguna razón no puedo sentarme en casa a redactar ficción, para eso antes estaba un cuaderno de notas diarioso que descansa en paz por algún lado de la máquina y ahora está el blog), me encuentro de buenas a primeras con un problema que da hasta bronca: muy bien, me largo con este fantasy de nuevo, a reelaborar fantasías de un mundo alterno de ciudades amuralladas que me sigue dando vueltas como los sueños cuando no los narro. No contemos los problemas de trama, esos son divertidos de solucionar.
El problema son los diálogos.
¿De qué se supone que se hablan los personajes de una sociedad inexistente, escritos por una argentina? Pucha. No de tú, no puedo sentirme cómoda escribiendo una escena de bastante densidad dramática entre gente que se conoce de toda la vida en tú sabes, si a tí te parece. No, no, no, no. A Oesterheld le habrá salido poner en Baires gente tuteándose, pero era otro momento, a mí me cuesta ponerlos en las costas hipotéticas que escribo. Pero se supone que esta gente habla otra cosa, no castellano. Menos rioplatense. Entonces ¿qué? ¿Vos? ¿Deschavada total de la nacionalidad de la escribiente? ¿O qué? ¿O es que no se puede escribir un fantasy en Argentina? ¿Cosa facciamo?
Por el momento, doy rienda suelta a la libertad del borrador manuscrito y escribo en una versión un poco estilizada, si tengo que decir la verdad, de mi lengua de calle. No puedo concentrarme en otra como hace falta. Y puteo mis escrúpulos, mi no poder terminar de sentirme cómoda rompiendo una convención, en un escrito que probablemente no deje nunca mi computadora, si es que llega a ella.

martes, 22 de mayo de 2007

Orden de la biblioteca (palabras del caos en el caos)


Hay pocas cosas que mantengo en un orden que exceda lo aparente. El arcón del título del blog, de hecho, fue inspirado por un objeto real de mi cuarto, suerte de universo mío en miniatura. Por lo general mi modo de organizarme (padezco de un despiste incurable) radica en tirar todo adentro de los mismos cajones, por medio de clasificaciones extravagantes (no hace mucho que saqué mis cuadernos de ideas para clases del cajón de los zoquetes (sí, tengo un cajón de los zoquetes, es que trabajo en medias (no pregunten (no, eso tampoco, juro que es algo decente y docente, valga el oxímoron)))) de modo que cuando preciso algo tengo una idea más o menos vaga de adónde tengo que ir a buscarlo. Si en los cajones no entra, al arcón.
A esto hay dos excepciones. Hace muy poco que tengo la computadora con la que escribo, y siendo que la anterior, en sus casi diez años de servicio (eso son cinco mudanzas en mi sistema planetario alterno), terminó siendo un caos inorganizable que dio lugar a una masiva pérdida de información cuando hizo falta recobrar algo, algo aprendí y ahora ésta es un lujito, todo en sus respectivas carpetas, todo fácil de encontrar, y el sistema funciona más lento que Rosita la bibliotecaria de la BPG Alvear con sus evidentes problemas de huesos y su pésima voluntad ya legendaria ("¡las manos donde pueda verlas! ¡no vaya a ser que te robes los libros!").
La otra excepción, normalmente, es mi biblioteca.
Ahí sé por lo general dónde ubicar cada cosa. Aunque su mezcla rara de organización genérica, temporal y espacial haga que cualquiera que la mire dos minutos me ponga en duda, claro. A mi modo, eso tiene orden. Me ocupo una vez cada un par de meses de que lo tenga. Pero a mi modo. Siempre pienso en que me convendría decidirme a poner todo en un orden racional, espacio tengo, pero no. Aparte de todo soy indecisa, me gustan las medias tintas.
Todo esto para hablar de un detalle de la organización de esta biblioteca que se mantiene desde que comencé a armarla, casi desde cero (la biblioteca familiar sufrió un destino adverso que no voy a narrar ahora), en 1997. El estante de abajo.
El estante de abajo es, en mi sistema, el más pesado desde todos los puntos de vista existentes. Es el que tiene todo aquello que tengo y nunca leí, y que aguanta los volúmenes que nunca terminé de leer. Tiene una tendencia alarmante a engrosarse indefinidamente cada vez que digo pero pucha, qué ganas de leer este libro, no está caro, mah, me lo compro y después resulta que hay veinte cosas más que tengo y tengo ganas de leer, o que al día siguiente vi algo que me llama más la atención que ése y que todo el estante de abajo junto, o pasa también que la bibliografía obligatoria. Sobre todo suele ocurrir que la bibliografía obligatoria, y entonces hasta el verano que viene. En el que se supone que rinda Literaturas Eslavas, Latín II, Literatura Europea del Renacimiento (sí, la debo, y qué) y lo que vaya a quedarme este año. Y el estante de abajo con todo su ominoso peso sobre mi escritorio, miradas reprobadoras y tentadoras a la vez del volumen del Ulysses, la Divina Comedia, las obras de Shakespeare y Ubu Roi.
Después Internet, navegada por links de blogs (poco éxito), y otra vez ese regusto, esa sensación de que nunca hago a tiempo, de cómo vivir y leer y sobrevivir al mismo tiempo. Pero el estante de abajo, con todas sus bellas palabras, se mantiene callado.

domingo, 20 de mayo de 2007

Ya que estamos

Ya que me puse a subir este disco para alguien, aprovecho a ponerlo acá. Es un lindo trabajo, especial para auriculares o para artefactos con muchos parlantes. Algo que se puede escuchar para desacelerar un poco la cabeza.

Guillemots - Through the Windowpane




(Nota: Este link se autodestruirá en siete días)

jueves, 17 de mayo de 2007

Mientras trato de escribir una reseña

y de paso me doy cuenta de que jamás en mi perra vida hice una, y que no sé cómo cuernos inventármela.

—Comentarios varios mientras trato de salir del paso y redactar una reseña sobre una puesta teatral de una obra narrativa escrita por Samuel Beckett

Recién ahora, volviendo a mirar tanto rato después la postalcita muy bien impresa que entregaban a la entrada, noto que en el parrafito de descripción de la obra no aparece un solo detalle que pertenezca realmente a Beckett:

"Un hombre a solas, desnudo, ladra como un perro, se pregunta por el amor, se cambia el pantalón, una y otra vez, le da de comer a un perro, se pregunta por el amor, tiene estreñimiento, se recorta un pedazo de pantalón, le da de comer al perro, se pregunta por el amor, un hombre a solas, desnudo, ladra como un perro [...]"
y sigue, en el mismo tono, repitiendo como un kinetoscopio.

Es cierto, todo eso está en la puesta, pero en el texto real gracias si hay algo en un momento que puede calificarse como "se pregunta por el amor". Y bueno, está el estreñimiento, que en el tono muy constipado de la obra (que se comió casi todo lo que el texto representado tenía de cómico) el sr. Comas no podía sino representar muy gráficamente. El resto es un largo agregado, lo que sale de tratar de llenar el espacio irremediablemente vacío que rodea a un narrador en primera cuando el relato no está enmarcado, darle un cuerpo a palabras que vienen de la nada y que pretenden convertirse en monólogo de alguien, de algo.

Otra observación respecto al cartoncito, que también noté cuando fui a buscar los datos pertinentes porque me hacían falta: nada le avisaba al espectador que estaba yendo a ver una adaptación de una obra narrativa. Se avisaba como "Primer Amor - de Samuel Beckett". ¿Experimento? ¿Ver si alguno se traga que eso es una de las obras de teatro de SB? Nada dice quién lo adaptó a escena, cuando en este caso parece ser lo más importante.

En realidad, este programa (¿le va el nombre?) ni siquiera dice quién es el tipo que tocaba el silbato y en cierto momento nos apuntó a todos con una pistola de esas de aire comprimido (en el borde entre un juguete y algo más peligrosón) que en mi casa al menos se daba en llamar matapalomas. Sería interesante pensar que se trata de algún Tito amigo del actor principal o del director al que le piden que ejecute esa secuencia simple en las representaciones. Imposible, claro, pero interesante. Habrá que sospechar que tal vez hasta era el director. O el hijo no reconocido de Elvis.

De los pantalones no hablo. A esos los guardo para la reseña.

Sigue viniéndome a la cabeza parte de lo que salió en el comentario de Mariano sobre esta obrita. Algo acerca del posible daño insospechado de la situación escénica, que no podía haber sido mejor expresado, y que me hizo reir bastante. Muy sano, después de verse un espectáculo* de esos.

* Piénsese aquí la palabra "espectáculo" con la entonación que daría una señora lectora asidua de la revista Gente ante la imagen de dos perros enganchados, en la puerta de su casa, no en el que se usa frente a unas medialunas extremadamente grandes ni en el que lo emplearía Moria Casán. Bueno, en cuanto a Moria, tal vez dependa de en qué esté pensando.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Vida, obra y milagros

Atrás de las paredes, con vasos sobre el empapelado,
siguiendo el paso de las nubes detrás de los vidrios,
los confinados esperan.
Saben salir a andar con pies de ladrillo,
con bocas de sal, con párpados arrugados.
Saben decirte la hora si preguntás por favor,
y si no los espera una silla vacía en otra parte.
Cobran también su sueldo, todos los meses,
y se compran quesos, y gorros, y zapatos,
y pagan la cuenta de la luz, y escuchan guitarras,
y a veces hasta llegan a comerse las uñas, convencidos,
tan estúpidamente convencidos de que existen.

lunes, 14 de mayo de 2007

Con algunos cascotes de menos

No sé cuánto tiempo estuve fantaseando con la idea de sacar una cámara y salir a lo turista a fotografiar edificios. Es un poco frustrante ver cómo hay lugares hermosos que están un día y al siguiente no. Aparte, claro, de un par de imágenes que quería simplemente guardar en otra parte más que no fuera mis retinas.

Siempre me sedujeron, además, los edificios en mal estado. Es como si se trajesen con ellos pedazos de vidas ajenas que hacen que la propia sea más real. Los reciclados son bonitos, pero pierden el misterio.

Así que me encontró la vuelta de un segundo vagabundeo por La Plata con la cámara encima, y me tomé el trabajo.
Photo Sharing and Video Hosting at Photobucket_Photo Sharing and Video Hosting at Photobucket

Este post es entonces más una excusa para dejar en alguna parte un ínfimo registro más o menos público de una obsesión visual.



jueves, 10 de mayo de 2007

Relato desordenado de no-turismo

Entré a un bar. La mañana era particularmente fría, una de esas mañanas de otoño de las nuevas, que no merecen ese nombre. Como dice la hija de una compañera de trabajo, a la que su madre cita todo el tiempo, ya no tenemos cuatro estaciones, tenemos como seis. O como para aumentar el desconcierto de alguna nena que comparta mi confusión a los tres años cuando me querían explicar que las estaciones no eran categorías de clima sino de fecha, que "hoy es invierno y ayer fue primavera" no es una construcción posible, por mucho que un buen porcentaje de dibujitos de la Warner parezcan afirmar lo contrario.

El caso es que hoy entré a un bar y era invierno pese a que sea otoño y era una ciudad que no pisé nunca y el único motivo por el que me quedé en ese sucucho de olor acre y poca luz fue el pequeño par de grados de temperatura que separaban el adentro del afuera, y la esperanza de un café con medialunas, porque llevaba varias horas en pie sin nada en el estómago. A las cansadas el mozo, que debería tener veintipocos y unos ojos verdes muy bonitos que desentonaban con el entorno catastrófico, no sé bien por qué, se acercó a la mesa. Parecía sorprendido. Ehm, no, mirá, medialunas no hay. ¿Algo que se le parezca, para desayunar? No, tampoco, café solo, acá trabajamos con delivery de comidas para los negocios de la zona, ¿sabés? ¿Y se puede saber para qué dejás el bar abierto a las once de la mañana y ponés mesas? Pero eso no lo dije. Me reí discretamente, me puse mi mejor cara de no-soy-de-por-acá, buenos días entonces, y a la calle.

Cuando había salido, más temprano, de mi casa, había ido acumulando una mezcla de terror y de esperanzas de perderme. Hace mucho, mucho tiempo que no me pierdo en serio. Me importaba llegar a horario, por supuesto. Lamentablemente no perdí del todo todavía el sentido de la responsabilidad. Pero uno se cansa de ir siempre por las mismas calles, a los mismos lados, de saber exactamente donde se está y qué colectivo hay que tomarse para volver a casa. Uno se cansa de los puntos de referencia. Y estar a la deriva en otra ciudad parecía lo más cercano a una oportunidad para perderse. Pues no pasó. Por muchas vueltas que di las calles están numeradas, como páginas de un trabajo sin abrochar. Por mucho que se las revuelva el orden está y se recupera más o menos en seguida. Caí por completo en la cuenta de eso cuando salí del barsucho y supe exactamente hacia dónde se suponía que debía volverme.

Me resigné entonces a pedir recomendaciones por la calle, y terminé en un lugar muy bonito, con un café fantástico y un nombre espantoso ("Impositiva", pero a quién se le ocurre). Adentro no hacía tanto frío y había poco espacio para las sillas. Pero el sol entraba tibio (inviernosamente) por las ventanas, en un ángulo al que no estoy acostumbrada (rodeada como vivo de edificios altos), y por un rato fue la paz. El celular apagado, las calles ajenas, un buen libro, y finalmente (pese a mi secreto fracaso en la tarea de perderme), el recuerdo de por qué es que me gusta viajar, y de por qué hace rato que mis vagabundeos por Baires no sirven ya para desconectar mi cabeza de mí misma.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Abajo del polvo y adentro de morrales viejos

Los cuadernos con escritos viejos dan esa impresión un tanto incómoda de estar leyendo a otra persona. No depende de qué tan viejos son, a veces algo que se escribió hace mucho tiempo resulta más cercano que otro texto más nuevo, de un par de meses. Cuando se olvida un escrito nuevo da la incómoda impresión de haber perdido un pedazo de memoria, lo que equivale a haber dejado de vivir algo. Un texto al que se le olvidó por completo el proceso de escritura, como una foto de un lugar olvidado, o el despertar con las emociones de un sueño pegadas en todo el cuerpo, pero sin ninguna de sus imágenes, son todos recordatorios de lo frágil que es este instante. Probablemente mañana ya no lo hayamos vivido nunca.
Es distinto lo que pasa con los textos muy viejos que sí se recuerdan. Actualmente reescribo sobre la trama y personajes base de algo que hice hace cosa de diez años, que a esta edad son una eternidad. Y lo extraño es que recuerdo muy bien el proceso de escritura de entonces (llevé cuidadosas notas, pero cuando las hojeé noté que no hacían falta, que las tenía en la cabeza), los problemas con los que me enfrenté, los que creí enfrentar y los que no vi nunca. Releyendo las páginas viejas, las imágenes, los fragmentos de sueño son propios, pero las palabras son ajenas. Infinitamente ajenas.


martes, 8 de mayo de 2007

Quién iba a decirlo


Estoy haciendo la prueba, por hoy. Siempre tuve una cierta resistencia a los blogs. Siempre me pareció una forma que ronda el monólogo interminable de palabras destinadas a perderse en la nada del ciberespacio. Pero entre el monólogo condenado a perderse en la nada del archivo de mi computadora y esto, lo cierto es que no hay mucha diferencia. Y que de tanto en tanto se me da por desperdiciar mis palabras también es cierto. Así que heme aquí, another one bites the dust.


[Un aparte descolgado, haga click en la imagen, así se ve de tamaño completo, que lo vale]