lunes, 31 de diciembre de 2007

delprincipiodelfinaldelprincipio

A medida que la agenda y los almanaques van dejando de servir se van juntando los últimos días del año, una borra de tiempo de la que uno tiende a no esperar mucho, porque lo interesante es lo que viene después, los planes para la semana que viene que es el año que viene, o lo que vino antes, los balances del año para finalmente ponerle una nota de examen final.
En ese sandwich entre considerar los Grandes Eventos del 2007 (en mi caso, una secuencia de diapositivas muy extrañas que prefiero reservarme) y las Grandes Expectativas 2008 (con el en cierta medida asustante proyecto de ajustar una buena cantidad de tuercas sueltas), queda este rejunte de horas muertas, este descanso a veces un poco incómodo, de siesta en sala de espera, y ahí, cuando las defensas están bajas, aparecen entonces cosas como la música de esta muchacha, última adición en la columna positiva del año, reclamo de derechos del año al que apuraron para que se vaya.



Se trata de "Honey honey", de Feist, y está en el disco The Reminder (2006). Le dedico un un post en lugar de relegarlo a "música de la semana" porque sé que es muy poca la gente que se toma el trabajo de escuchar lo que pongo ahí arriba.
Algunas recomendaciones:
-Escuchar en un equipo con buenos bajos. Si no se puede, poner auriculares o pasarlo a un mp3 (recuerden que haciendo click en el costado derecho del reproductor se pasa a una página de download).
-Conseguir el disco.

sábado, 29 de diciembre de 2007

Proyecto Recoleta Witch

Ayer fui a la biblioteca del Instituto Camões con un amigo, a consultar la disponibilidad de ciertos materiales antes de que cerrase por vacaciones hasta vaya-uno-a-saber-cuándo. Para los que no sepan qué es eso (el link es bueno para guardar dirección y teléfono, pero hay que reconocer que es poco útil para saber qué hay tras el autobombo pomposo típico de los portugas), se trata de una dependencia de la embajada de Portugal que tiene una biblioteca muy bonita, muy bien provista y, lo más importante, totalmente gratuita. Está adentro del Lenguas Vivas J. R. Fernández, y para más en la parte vieja del edificio, del lado del que vale la pena perderse. Aparte de ese detalle estético-edilicio, es una biblioteca altamente recomendable, para todos los que sepan o se animen a leer en portugués, porque tienen de todo y los libros (a veces también los cds y dvds, de acuerdo al humor del leitor o encargado de turno), con un trámite de asociación muy breve, se pueden llevar a casita.

Cerrando el segmento informativo, vuelvo a lo anecdótico. Decía entonces que ayer anduve con un amigo por Retiro para visitar la biblioteca del Camões. Esa zona siempre me produjo una (tal vez natural) incomodidad, con sus edificios pretenciosos, sus bares a precios sólo aptos para neoyorquinos y su Patio Bullrich con sus molduras de machos cabríos y estrellas de cinco puntas capaces de poner nerviosa a cualquiera de mis abuelas, y sus precios que lo explican todo: para comprarse algo ahí adentro, más vale dejar el alma en la puerta. O en cualquier otro lado. Y atrás de las vías, más allá, uno sabe que está el perfecto reverso de la trama, la vida humana en su forma más precaria, y eso provoca una tensión en el aire que no se resuelve, que enrarece el aire.

Entonces, en un contexto concreto hasta lo irreal, aparecen imágenes como esta (de la cuadra del edificio “rulero”), y la sensación de no estar entendiendo se exacerba:

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Balconeando



Las fotos son del 24 a la noche, y están sacadas desde el balcón de mi hermana.
Desde que ella se mudó que estoy queriendo sacarlas, pero me olvidaba la cámara, y con el celular era obviamente imposible.





lunes, 24 de diciembre de 2007

Delirios festivos de VH1

El sábado estuve haciendo algo que hace un buen tiempo que no tenía tiempo de hacer: me quedé en la sobremesa (en mi casa, eso es alrededor de las tres de la tarde) mirando televisión con mi hermana. Dejarle el control remoto a ella siempre depara experiencias más extrañas que las que resultan cuando termina en mis manos, y este post es un claro ejemplo de ello. Terminamos viendo un especial de videos musicales navideños en VH1. La predilección de ese canal por mezclar lo más digno de la máquina de hacer chorizos con música con los momentos más kitsch y los más extravagantes (la palabra portuguesa "exquisitos" sería más apropiada) para los que se haya gastado celuloide es algo ya conocido. Y era obvio que en un ranking navideño tenía que haber más de los segundos que de lo primero: sólo se puede empezar a pensar en componer un tema navideño a la segunda botella de sidra, o al primer cheque gordo.

Los posibles resultados de una borrachera navideña con instrumentos a mano entonces son ampliamente predecibles: o es el hitazo sensiblón hecho para venderles simples a los yanquis, o el equivalente discográfico al tío que hace el ridículo en las reuniones, o es el resultado de un pedo triste. No voy a narrar la predecible colección de rarezas con la que nos hemos reído fraternalmente anteayer. Ya otro célebre bloguero armó una compilación en audio que sirve para resumir lo que aquí comento. Lo que va acá es el botón de muestra, dos momentos particularmente extraños de la sesión tevé-sobremesa.

El primero de ellos corresponde a gente respetable cumpliendo con un contrato firmado con una alta graduación etílica en la sangre:



No termino de saber si calificarlo de tierno, de triste o de simplemente exquisito (en portugués, se vuelve a entender). Queda a consideración del espectador.

El segundo es francamente impresentable. Con un poco de suerte y de edad a favor reconocen al personaje. En todo caso, reparen en los esfuerzos mal disimulados del coro de niños del final para no reírse, porque son sencillamente espectaculares:

Ah, las fiestas. Un abrazo con sidra para todos.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Invectiva contra las servilletas de bar
Crónica del viernes

Puerta del Bar Platón, Puán al cuatrocientos, mediodía. El sol golpeaba la calle a martillazos y las figuras recientemente pintadas en aerosol en la fachada de la facultad podrían haber pasado por carteles de neón, de haber usado líneas más planas. Miré con algo de desconfianza los vidrios que desde siempre anuncian "aire acondicionado": los ventiladores de techo, adentro, estaban prendidos. Peor que afuera no podía estar. Entré.

El aire acondicionado, pese a que en estos siete años nunca hubiera reparado en él, efectivamente existía, y hasta funcionaba. Pero debería tener poco gas, porque la diferencia de temperatura no era la que se puede esperar al entrar en esos bares que se enorgullecen hasta la escarcha de tener aire acondicionado. Y los ventiladores de techo estaban, efectivamente, prendidos.

No había pizza, putquelorecontrarebueh que traiga una milanesa, con la extensa carta de restaurante francés del bar puanero no me iba a poner demasiado exigente. Y estaba el aire acondicionado, claro. Suavecito, como seguro que no lo iba a estar el de Vivace. En donde seguro que me iban a atender tardísimo y después, a la hora de la cuenta, me iban a rebanar la cabeza con una cuchara de té afilada. Desparramé todos mis apuntes y libros para Literatura Europea del Renacimiento por la mesa y me dispuse a tratar de calmar la (más que infundada) paranoia que me decía que podían llevarme de paseo por todo el programa.

Llegó la gaseosa, llegó la milanesa, llegaron ellas.

La gaseosa, como es común en estos casos (dos libros caros en la mesa, notas manuscritas a lapicera fuente, nervios de examen), tuvo un ataque de furia con espuma y rebalsó.

Entonces volví a la eterna pregunta: ¿a quién carajo se le puede ocurrir hacer esas servilletas finitas de un papel que absorbe menos que una lija? Entiendo su utilidad como barrera para la grasa que no puede pegarse frente a una pizza, pero de ahí a darles la función general de servilleta hay un trecho. Ahí, nunca van a convencerme de lo contrario, hubo una cuota nada menor de refinada crueldad: crear e imponer un elemento de central importancia para la tranquilidad en la mesa como es una servilleta, de un material que la vuelve casi completamente inservible y que por ende tiene la tendencia a hacer de los comensales un bollito anudado de cuidados que por supuesto van a terminar en el fracaso, en el pantalón, la remera o los papeles manchados, en el líquido que se desparrama alegremente como impulsado por fuerzas maléficas, volcado por pequeños duendes mezquinos que aumentan con empujoncitos la natural torpeza humana para sacarnos de quicio.

Afortunadamente en esta ocasión conseguí hacer que el líquido no se desparramase demasiado lejos, mantenerlo en el área en donde estaban el plato y el servilletero, lejos de los papeles. Como tal vez pueda apreciarse, ningún libro ha sido dañado en esta toma.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Mitología

Si no fuese un reverendo quilombo, me gustaría cambiar de diosa identificatoria. Hoy en día me iría mucho mejor la musa Calíope que Palas Atenea, que da nombre a mi alter-ego weboso por todas partes desde hace cosa de cinco años.
Pero bueno, una arrastra consigo todas las mujeres que fue, supongo, y Palas, la doncella guerrera amante del conocimiento y fácil para el encono, es una buena imagen de una de ellas.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Retazos de sonidos que vuelven

Era verano, era Valeria del Mar a principios de los noventa, era el único lugar público abierto en un par de kilómetros a la redonda, era la hora en la que apagaban las máquinas de videojuegos y no se podía jugar más al WonderBoy mientras los adultos jugaban al pool o al billar (a los siete años esos juegos tienden a ser increíblemente indiscernibles, pero juraría que había agujeros en la mesa), era la noche más cargada de mosquitos, bichos bolita y caracoles que de gente, y entonces la familia entera bajaba al salón de reuniones o como se llame (ahora lo llamarían un SUM público) y una banda bastante decente se ponía a tocar covers setentosos para alegría de los padres y embole de los niños. Entre largas secuencias de canciones irrecordables y probablemente más conocidas que la ruda, entonces, sale una flauta traversa de alguna caja y suena una secuencia que me quedó grabada que ni tecnología digital en la cabeza.
Muchos años después supe que era de Jethro Tull, no más datos. Siempre me pregunto cuándo se avivará algún gil con conocimientos de música de armar un buscador con una base de midis en donde uno pueda entrar una secuencia de música (usando una partitura, o con un interfaz que convierta el teclado por un momento en un instrumento musical muy básico) y te identifique a qué canciones puede pertenecer. Si supiese lo suficiente de computadoras y de trampas leguleyas para armarlo supongo que sería una idea capaz de reportarme algún beneficio monetario, pero bueno, no me da el cuero. Y la falta de ese buscador utópico siempre hizo que esta secuencia de Jethro pasase (uy dios, casi uso la doble ese portuguesa, realmente tengo que admitir que el mate me afecta la cabeza) años, muchos años sin poder ser ubicada.
Hoy la encontré. No hace mucho alguien me pidió ayuda con un tema de la banda y me hizo acordar de que nunca había bajado nada de ellos. Bajé una discografía para chusmear. La secuencia en mi cabeza era Bouree, refrito de Bach según la banda. Estoy segura de que la mayor parte de la gente sabe de qué tema se trata. Para los que no lo ubiquen de nombre, seguro lo pueden reconocer escuchándolo:




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Aparte, noto que me estoy poniendo particularmente dada a relatos de recuerdos viejos, secciones dadas a algo parecido a la nostalgia. Disculpas a mis tres o cuatro gatos locos lectores, es un efecto colateral de una sobredosis de Giacomo Leopardi.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Pequeñas frustraciones cotidianas


A los 14 años me hice un amigo en el aeropuerto de Miami. Ambos éramos menores de edad, habíamos venido en el mismo avión de la desaparecida VASP y nos habían asignado al mismo empleado para que nos guiase por esa monstruosidad laberíntica de aeropuerto a nuestras respectivas combinaciones, que se tomaban por puertas contiguas, para tomar vuelos parecidos: los dos para Indianapolis, pero él cambiaba de avión de nuevo en Cincinatti y yo iba en uno directo. No nos encontramos allá porque a mi tío, que me alojaba, no le resultaba muy simpática la idea. Pero nos pusimos en contacto, y nos seguimos escribiendo por un par de años.

Un buen día él entró en crisis personal, me mandó una carta muy patética contándome un montón de quilombos suyos (todo lo agrandados que puede dejarlos un niño americano de 18 años criado por puritanos, con toda la guilty conscience posible) de los que yo por supuesto no tenía ni idea. Yo le mandé dos cartas más, tratando de hacer que entendiera que no era del tipo de persona que se borra porque un amigo esté en problemas, pero él nunca respondió. Por lo menos no por el tiempo que seguí viviendo en la última dirección que él tuvo. Posiblemente la estrategia discursiva poco feliz que usé (contarle el tipo de líos de los que estaba llena mi vida cotidiana, y tratar de que relativizara un poco su visión de we were all going direct the other way) haya contribuido más a espantarlo que a tranquilizarlo.

No supe más de él desde entonces.

Cuando abrí mi blog, chequeando visibilidad y esas cosas, se me ocurrió googlear mi nombre y ver qué pasaba: aparezco yo en puestos 1 y 13. El primero es sorprendentemente de un proyecto del que formé parte hace años y el otro este arcón. Después de verificar eso, se me dio por empezar a tirar nombres de gente que conocí en otro tiempo, compañeros de primaria o amigos de la adolescencia, para ver si encontraba a alguno y si me enteraba de qué es lo que están haciendo. Con la mayor parte de ellos la búsqueda fue rápida y eficazmente decepcionante. Casi ninguno aparece en ninguna parte, ni siquiera en listas de usuarios. Apenas me enteré de que el chico que me gustaba en séptimo grado está trabajando en cine y que parece que no le va tan mal. Pero no encontrar datos (como me pasó con mi mejor amiga del primario) es de alguna forma encontrar uno: o bien han tenido un perfil tremendamente bajo y un celo paranoico de no aparecer con sus nombres, o no han participado en nada público. Fin de la búsqueda.

Cuando googleé a mi amigo el yanqui, la cosa fue bien distinta. Él se llamaba David Richardson, que es más o menos lo mismo que llamarse Juan Pérez o José González. Efecto googloso:Resultados 1 - 100 de aproximadamente 7.510.000”. ¡Siete millones y medio! ¡Andá a encontrar a alguien así! Pasé por lo menos quince minutos restringiendo la búsqueda. No mejoraba. Eventualmente di con uno que cuadraba en edad y que por la foto, poco clara, bien podría haber sido la versión diez años más vieja del que yo estaba buscando, y me arriesgué con un mail. No era. Y eso sí es distinto de no encontrar datos, es naufragar en los datos, darse cuenta de que tal vez en alguna parte está lo que uno busca pero que las probabilidades son las mismas que las de pasar por el barrio de alguien que alguna vez se quiso un poco y verlo desde arriba de un colectivo.

Cosa que alguna vez me pasó. Pero ya esa es otra historia.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Entre papeles viejos

otra noche se mete por tu ventana
otros monstruos esperan bajo tus párpados
otra colección de ruidos perfora tu silencio

en lo que a mí me toca
dejo pasar la oscuridad para abrigarme
cuento animales fantásticos que me hablan de vos en lenguas extravagantes
dejo que se apague mi voz cargada de preguntas
para dar paso de nuevo
al ritual repetido
de llevar mis pies descalzos
a tantear la falta de los tuyos

lunes, 3 de diciembre de 2007

Informativo con tanda

A pedido de los ojos cansados, una lavada de colores. Por lo menos por un rato pienso dejarlo así.

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Mientras tanto, y para que al eventual lector le justifique haber entrado, algo que acabo de subir para un amigo: se trata de la primera entrega de Sandman, "Sleep of the Just", por si alguien se interesa en comenzar. Es el segundo episodio que subo en la historia del blog, y el otro link todavía funciona, si alguien quiere ver otra parte descolgada también.