Él y sus animales entraron en su casa. Transido de miedo, quieto, sin un sonido, su corazón se turbaba, nublado su rostro. Pues el pesar había entrado en su vientre. Su cara era como la de un viajero llegado de lejos.
—Epopeya de Gilgamesh, t1-II
Nadie ve a su prójimo, no puede reconocerse la gente desde el cielo. Los dioses se aterraron del diluvio y, retrocediendo, ascendieron al cielo de Anul.
Los dioses se agazaparon como perros acurrucados contra el muro exterior. Ishtar gritó como una mujer en sus dolores, la señora de dulce voz de los dioses gime:
"Los días antiguos se han trocado, ¡ay!, en arcilla, porque hablé maldad en la Asamblea de los Dioses. ¿Cómo pude hablar maldad en la Asamblea de los Dioses, ordenar batalla para la destrucción de mi gente, cuando yo misma di a luz a mi pueblo? ¡Como el desove de los peces llena el mar!"
Los dioses Anunnaki lloran con ella.
—Epopeya de Gilgamesh, t11