Hoy no puedo afinar la guitarra
Primero fue la luz, esa leche oscura de la mañana, el colectivo vacío a contramano de la multitud, los dedos fríos dentro de los guantes sin otros dedos cálidos para sostener, los minutos contados, llegaste tarde, nadie te lo dice, claro pero llegaste tarde, y una mano anónima lo escribe en el registro con patitas de bicho azul, porque para esas cosas nunca falta quien dé una mano, anónima, claro.
Después volver a casa, línea nueva de colectivo, andá a saber por qué pero esta que llega más rápido se las ingenia para tomar un trayecto en el que es imposible que el sol no pegue bien en el fondo de la retina aunque se cierren los ojos, aunque se busque ese cansancio que duele en la garganta, y hay que esperar hasta la cama, también fría, también vacía.
Para dormir con minutos contados.
Y llegaste tarde, y nadie te lo dice.
Al final, la última vuelta a casa, la tarde que se desgrana en un pozo de píxeles, colecciones de casidesconocidos y de amigos perdidos, apenas unos pocos de los que cuentan, promociones para ganar vasos térmicos, pequeñas malas noticias esperables, otra imagen en la que no estaré, el día de mañana que se hace grito en las pestañas.