Y quién se hace cargo de los platos sucios.
(En respuesta a esta entrada en el blog de Cecilia Pavón)
Hace tres meses que estoy buscando un libro y no lo encuentro.
No es un libro puntual, sólo tiene que tener tres características: lo tiene que haber escrito una argentina de menos de 40 años, tiene que ser narrativa, y no tiene que ser realista (en el sentido de modalidad representativa, no de corriente estética).
No voy a explicar los motivos de la búsqueda (sería largo y ombliguista), y esto no es un estudio formal, sino un vagabundeo interminable por librerías, que termina siempre, para alivio de mi bolsillo no financiado, en esperanzas rotas.
Noto que todo lo que encuentro publicado por chicas de menos de 40 en Argentina parece ser poesía, y que discurre casi exclusivamente sobre los eventos más elementales de la vida cotidiana (la casa, la cocina, la familia, las charlas con amigas, las relaciones de pareja). En narrativa, vengo encontrando un nombre femenino cada veinte masculinos (en poesía es mitad y mitad). Ese nombre femenino la mitad de las veces corresponde a alguien que pasa sobradamente los sesenta. La otra mitad, es narrativa que roza la poesía de cerca. Y habla sobre la casa, la cocina, la familia, las charlas con amigas, la pareja.
Miro una tapa de Cosmopolitan, Para Tí y Susana en el kiosko de diarios. La casa, la cocina, la familia, las charlas con amigas, la pareja.
(A Joanne Rowling, cuando no la conocía nadie, la publicaron como J.K. Rowling porque era mujer. De hecho, se tuvo que inventar una segunda inicial ad hoc, porque no tiene segundo nombre. Una inicial sola quedaba fea, ¿y quién iba a comprar las fantasías de una mujer?)
(Silvina Ocampo era bastante mejor cuentista que Bioy Casares. Pero a ella nadie la lee. Su marido tiene una calle a su nombre en Recoleta)
A veces me da la sensación de que los criterios el mercado editorial no está demasiado lejos de las nefastas revistas femeninas. O es eso, o una mayoría abrumadora de las muchachas que escriben (no creo, no quiero creer) compran ese discurso. Sé agradable, no levantes la voz. Si la levantás, es porque estás premenstrual, o sos una loca, y merecés que se rían de vos, así que mejor que no haya dudas de que estás histérica. Por sobre todas las cosas no se te ocurra tener imaginación. La imaginación es cosa de hombres. La mujer que investiga su imaginación es un monstruo peligroso. La que no vuela es más manejable.
No desmerezco el trabajo de esos nombres femeninos (algunas son escritoras de calidad, en las mismas proporciones escasas en las que se encuentran escritores masculinos de calidad) en los estantes que no cumplían con lo que determiné en una búsqueda, en sí, de voces femeninas que pudieran dialogar un poco conmigo en un momento en el que me siento un poco ahogada bajo el peso de los cuerpos de muchos hombres viejos o muertos. De hecho, calculo que eventualmente voy a encontrar lo que busco, y las chances de que esté bueno serán iguales a las de que cualquier libro elegido al azar valga la pena. Pero se me da por preguntarme por el origen de ese hiato.
Descreo de los argumentos biologicistas, naciste mujer, estás programada para servir, y para emocionarte de puertas adentro. Siempre de puertas adentro.
Salir de la casa no es la ironía y la distancia.
Y, hablando de monedas culturales, parece que, además, los viajes imaginarios están bastante depreciados.
Sólo se puede soñar con dragones para distraer la cabeza en Hollywood. Guilty pleasures.
En mundos en los que las chicas son todas hermosas.
Como en una tapa de Cosmo.