El viaje es tranquilo, el día despejado y los cabellos jóvenes relucen con los parches de sol que entran por las ventanillas, mecidos por el bailoteo de cabezas que se mueven al compás de la música en la radio. Hay que consultar mapas e indicaciones para creer que efectivamente hay que doblar ahí, en ese camino poco transitado apenas señalado por un cartel que indica con letras el nombre inequívoco de la dirección, y con óxido que el Estado claramente no suele preocuparse por ese rincón más de, cuando mucho, una vez cada treinta o cuarenta años. Eso no resta alegría a los viajeros: es verano. Hay sol. La naturaleza parece a la vez inmensa y amigable, un útero verde gigante en el que olvidarse de todo. ¿Qué podría salir mal?
El espectador, guiado por títulos inequívocos como The Evil Dead (Diabólico), Friday the 13th (Viernes 13), The haunting of Hill House (La maldición de Hill House), Hell House (La casa infernal), y The Shining (El Resplandor), y por, según sea el caso, posters o tapas que también dejan muy poco lugar para la confusión, no tiene prácticamente margen de error alguno.
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