domingo, 2 de marzo de 2008

El mes de marzo se balanceaba sobre la tela de una araña

No me puedo acordar de cuál de las Brontë se contaba que tenía por costumbre escribir en la cocina, mientras tenía el cordero en el fuego. Está visto que es una capacidad que yo no tengo. Tal vez tenga que ver que una cosa es tener una cocina grande, de esas que tienen una mesa y todo, y llevarse un cuaderno para trabajar en el rato muerto que pasa mientras las cosas hierven, y otra bien distinta estar preparando un trabajo en la computadora a dos ambientes de distancia de las hornallas y tratar de hacer eso mismo. El resultado está a la vista: el agua es para que el arroz quemado del fondo de la sartén esté, mañana, limpiable.


Primero de marzo, entonces. Se terminan las vacaciones, que dejaron:

- mi segundo cambio de trabajo (paso a hacerme cargo de grupos de adolescentes de secundaria) (ayer fue mi último día en el instituto en el que trabajé por dos largos años; quise hacer un post sobre eso y no encontré las palabras)

- dos monografías en veremos,

- un trabajo terminado en fecha, no tan prolijo como yo habría querido,

- una enorme cantidad de libros comprados para ser leídos quién sabe cuándo,

- una enorme cantidad de fotocopias para ser leídas lo antes posible, que es quién sabe cuándo,

- una cantidad irrisoria de páginas reescritas del final de mi novela y, last but not least,

- una sartén de arroz integral a la cebolla quemado.


Pensándolo bien, no está tan mal. Y parte del arroz hasta estaba comestible.

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