En pedazos
Si hay una imagen capaz de evocar la sensación que me produce el proceso de redacción de una monografía, esa es la de un juguete que tuve en mi infancia noventosa: la Despelota.
El planteo de una pre-hipótesis, entonces, vendría a ser equivalente al momento de adquirirla: armadita, una bolita de colores, perfecta y sólida bajo la irrealidad del plástico que la protegió en todo su camino hasta las manos de quien se atreve con ella. Hermosa y coherente en su aparente simpleza, más sólida y más cerrada que un rompecabezas cualunque y menos amenazante que un cubo mágico.
Entonces, un buen día, uno se compra la hipótesis-despelota, se la lleva a su casa y la desempaca. Y la coherencia se deshace en gajos de colores. Es la perplejidad desesperante del proceso previo a la redacción: ¿qué se supone que haga con todo eso? ¿No se me habrá caído algo abajo de la cama, no? O también, ¿no sobran piezas acá? Uno mira, mira, manipula las piezas que de golpe se convierten en seis enemigos, parece que a la bolita bonita de la juguetería uno no la va a ver nunca más, y hasta surge la fantasía de tirar todos esos pedazos de porquería a la basura, pero a falta de mejores juguetes uno sigue, insiste, piensa, mira y remira, prueba algunas piecitas juntas que se desarman entre los dedos sin durar más de dos segundos puestas.
Así, por ejemplo, la correspondencia Beckett-Schneider es un hermoso gajito verde, que se balancea al lado de los comentarios blancos de Billie Whitelaw, cruzados descuidadamente con la alegría negra de la directora JoAnne Akalaitis porque el viejo se había muerto y eso le mejoraba las chances de volver a conseguir permiso para representar una de sus obras. Y al lado, un par de artículos variopintos, el rango que va desde una hermenéutica bien enrojecida a comentarios azulados por falta de aire en el cerebro.
Y entonces uno sabe que comienza a tratar de armarla, pero vaya a saber cuándo se podrá estar en condiciones de volver a ver la bolita entera, y seguro que no va a quedar con la misma disposición de colores que tenía en el embalaje, pero no importa, ¡mientras se sostenga! Pero se resiste, se resiste.
Y encima uno sabe bien también que el día que la termine, con un poco de suerte, va a rodar y a parecer sólida de vuelta. Hasta que alguien la deje caer al piso.
O hasta que el movimiento normal del olvido al que uno la mande la desarme, y dos o tres años después uno se quede mirando, perplejo, los cinco pedacitos de pelota en el fondo de una caja y se pregunte cómo se sostuvo eso alguna vez, y adónde cuernos habrá ido a parar el gajo amarillo que no aparece por ninguna parte.
4 comentarios:
Que loca esta pelota donde la puedo comprar?
buen blog.
Que yo sepa no se hace más, pero he visto alguna en la feria de cachivaches y antigüedades de Parque Centenario.
yo tengo una de madera, sin colores
¿En serio? Eso sí que no lo vi nunca
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