lunes, 12 de noviembre de 2012

Todas las voces

Hoy, en el colectivo, buscando algo en un cuaderno que uso para cosas completamente misceláneas hace un par de años, di con este relato. No tengo ningún recuerdo en absoluto de haberlo escrito. Ninguno. Es probable que esté incompleto y que formara parte de una idea mayor, pero no tengo modo de saberlo, y hay algo ominoso en su condición fragmentaria que me disuade de intentar integrarlo a otra cosa.  No hay marca alguna que indique cuándo lo hice, podría ser de cualquier momento entre 2009 y ayer. En la página anterior, hay unos apuntes de un grupo de estudio anterior a la mera existencia del grupo que dio origen a Luthor. En la posterior, notas del ENEL 7. Ya eso mismo es raro.


La luz entraba sucia por la ventana cerrada. Podría haberse preguntado si alguna vez la habrían abierto, pero ya no perdía el tiempo en ese tipo de nimiedades. Porque no le quedaba mucho. Así que prefería ver la manera en que los rayos grises que la lluvia le dejaba esta vez jugaban con los hielos de su vaso, y discutir mentalmente con los ausentes. Porque era el último que quedaba y alguien tenía que encargarse.

El primero había sido Rodolfo, y la primera voz en partirse para no romper el quinteto había sido la de Silvio. Después se había ido Jerónimo, y sin que nadie se lo pidiera Gaspar, que no en vano era su primo, se había duplicado para no dejar huérfanos los comentarios un tanto ingenuos del perdido. Cuando le tocó a Silvio, los dos restantes se limitaron toda una tarde a mirar la mesa en silencio y a tragar cantidades inusuales de whisky barato. Pero ya para la reunión siguiente Gaspar se quedó con la seriedad de Rodolfo y él, por vez primera, con la aguda capacidad observadora de Silvio.

Y cuando por fin se fue Gaspar, no le quedó otra que hacerse cargo de todas las voces huérfanas. Con mejor o peor suerte, de acuerdo con el día. 

1 comentario:

Juan Solo dijo...

¡Qué lindo escribís, Lupe! Fue una suerte que el fragmento hiciera fuerza, te ganara y lograra ser publicado en toda su ominosidad. Lo merecía. (Lo merecíamos.)