Hundido
Por ser la menor, el trabajo de trazar los tableros siempre le tocaba a ella. Podía patalear, protestar, lo que fuera, pero el derecho del primogénito a no hacer los diagramas de la batalla naval era inapelable. Si pretendía que su hermano jugara con ella, tenía que acceder a ser la que dibujaba por los dos. Así que Marina sacó de su mochila verde la carpeta de matemática, buscó su reglita de 15cm en la cartuchera, se sentó cruzada de piernas en el suelo y remarcó con birome azul los cuatro recuadros de diez por diez, dos para ella, y dos para su hermano. La hoja que peor quedó fue de ella. La otra, la arrancó y se la entregó a Ezequiel con su cuaderno de comunicaciones. Él la aceptó, y se sentó con la espalda apoyada contra el otro lado del pasillo frío.
En alguna parte, alguien tenía prendida la TV, y se adivinaban en el volumen bajo los alaridos de un conductor de programa de concursos. Por el amplio ventanal del final del pasillo casi no entraba luz ya, y las lámparas de tubo enfriaban lo poco que quedaba del último girón del verano en los baldosones de granito. Marina sacó el buzo verde del colegio de la mochila, se lo puso, y después levantó y juntó las rodillas para apoyar la carpeta y bloquearle la visión de su tablero a su hermano. Arrancó por ubicar el barco de cuatro casilleros, después ubicó los tres de dos, luego los dos de tres y por último desparramó los pequeños de un espacio.
— Arrancás vos —concedió Ezequiel.
— D5
— Agua. G4.
— Averiado. B8.
La TV lejana traía ahora el eco de un reggaetón que se perdía casi sin bajos, el fantasma de una alegría de estudio, lejana. Desde el otro lado del pasillo se escuchaban los estertores de una señora mayor que no parecía poder parar de toser.
— ¿Be o De?
— Be.
— Agua. G3
— Agua. G3.
— Agua.
La tía Esther salió de la habitación 404, y procuró esbozar una sonrisa para pasar entre los hermanos.
— Me voy a buscar un café, ¿quieren algo?
— Un café con leche y algo dulce, ¿puede ser?
— Dale. ¿Vos Ezequiel?
— No, gracias, tía, yo estoy bien.
— ¿Seguro?
— Andá tranquila.
Y el paso de la tía Esther se perdió primero por el pasillo de la izquierda, luego escaleras abajo.
— ¿A quién le tocaba?
— A vos, Eze.
— OK, F4.
— Buh, hundido.
— Chicos, bajen la voz, por favor —pidió la cabeza cansada de su madre desde la puerta de la habitación—. O vénganse a jugar acá adentro y cerramos la puerta.
— Hablamos más bajo. Igual la tele del viejo sordo de la 409 está más fuerte que nosotros, ma.
— ¡Ezequiel!
— Mirá si va a escuchar…
— Igual, no es modo de…
— Escuché que sonó el teléfono, ¿hubo alguna novedad de papá?
— Todavía no, hay que esperar.
— Tratá de descansar algo.
Ella apretó los labios y volvió a entrar en la habitación. La oyeron prender la televisión, bien baja, y cambiar interminablemente los canales. Marina estiró la pierna derecha para darle una patadita a su hermano del otro lado del pasillo.
— D7.
— ¡Qué puntería! Hundido. A5
— Agua. F4
— ¡Averiado! Te despertaste, Marina —ella sonrió—. B6
— Agua. G4
— Averiado…
— Ah, es uno de los grandes.
— C7
— Agua. H4
Escucharon el silencio repentino en la habitación 404 que indicaba que su madre había apagado el televisor. Marina imaginó el gesto ofuscado de apretar con demasiada fuerza el control remoto mientras su hermano respondía:
— Agua. D8.
— Agua. Poca puntería eh. E4.
— Hundido. E9
— Averiado.
— ¿Viste qué poca puntería?
— I9
— Hundido.
— Te cerré el culo.
— Está por verse. D9.
— Averiado. F6
— Averiado. ¿Vos me estás viendo el tablero?
— Te juro que no.
— Dale, Marina, que te conozco.
— ¿Cuándo querés que lo mire si lo estás tapando con las patas y no me levanté?
— Las piernas.
— Lo mismo.
La campanita del ascensor al abrirse. Y la tía Esther, haciendo equilibrio con cuatro vasos térmicos descartables.
— Te traje uno igual, Eze, la noche puede ser larga.
— Gracias tía — respondió él mientras se levantaba a ayudarla, con cuidado de dejar su diagrama de cara contra el piso. Marina tapó rápidamente el suyo para aceptar su café, y la barra de Nugatón que su tía había sacado de un bolsillo de su campera deportiva.
— Gracias tía. ¿Seguimos, Eze?
La tía Esther volvió a perderse adentro de la 404. Cerró la puerta, y escucharon el rumor casi indiscernible de voces, el reporte que la tía había podido obtener abajo.
— Bueno, E3
— Agua. ¿Te olvidaste del averiado?
— Uh, sí, ¿no lo puedo cambiar?
— No, ya te dije que agua. E6
— Hundido. E9
— Averiado. D9
— Agua. ¿F9?
— Hundido. B6
— Agua. E6.
— ¿E o Be?
— E de Ésta.
— Averiado —tomó un largo sorbo de su café caliente, y mordisqueó su chocolate antes de agregar— ¿G7?
— Averiado —Ezequiel hizo gesto de quemarse con el café, y lo revolvió como pudo con la ínfima palita de plástico que su tía había traído para mezclar el azúcar— D6
— Agua. G8
— Averiado. E6
— Averiado. G9
— Averiado.
— ¡Uy, el grande!
— Y sí, es el más fácil de ubicar, salame. E7
— Agua.
— Putamadre —y se rascó con gesto nervioso los pocos pelos largos que hacía bien poco que le crecían en el mentón.
— G10
— Qué sorpresa, hundido. E5
Nuevamente la campanita del ascensor
— Hundido.
— ¡Ja!
La que pasó esta vez no era una de sus tías, sino una enfermera bajita, entrada en carnes y en años, con un guardapolvo celeste pálido y rostro cansado. Golpeó en la 404 antes de entrar.
— H3
— Hundido —llegó a decir Ezequiel, antes de que lo silenciara el frío del llanto repentino de su madre, y la tía Esther que salía a la puerta de la habitación, a mirarlos y negar lentamente con la cabeza, cubriéndose la boca y la nariz con la mano.
Él se puso de pie enseguida, su hermana tardó en pararse y dejar caer la birome azul y el tablero del partido prácticamente ganado al suelo. Se abrazaron en silencio, acompañados por los sollozos de su madre y su tía, y el eco lejano de una propaganda de quitamanchas.