sábado, 2 de junio de 2007

El olor de las fieras, agazapado tras unos papeles viejos

No hace falta ser lector de Proust y de las teorías evolucionistas más locas para que los perfumes y la memoria se liguen. Aunque parezca imposible acordarse (o que te acuerden) del franchute cuando haga falta, muy bien, casillero dos, firma al final del formulario. Quien se haya dado una vuelta por acá se dará cuenta de que las teorizaciones sesudas basadas en los ecos de los ecos de los ecos de los humanos que escribieron y pensaron y amaron antes que yo, en escritos de entrecasa como los que acá me entretienen, me tienen bien sin cuidado. Los nombraré cuando me vengan al caso, cuando me sienta con ganas de citar, no cuando convenga.
No me habría hecho falta conocer lo que otros digan sobre olores, para sentir la necesidad imperiosa de abrir un frasquito de perfume en gel, darle una olisqueadita de tanto en tanto, y hacer volver una noche en una parada de bondi con frío y polera perfumadita hasta la nariz, el peso irrisorio del violincito en su estuche a la espalda, la sensación de que nunca había sido tan feliz como entonces, pero.
Es un frasco muy chiquito, me lo compré casi específicamente para eso cuando supe que el perfume se dejaba de hacer, y ni se me ocurriría usarlo. Primero, por la misma razón por la que compré el frasco para la cartera de la dama, gel con sistema roll-on, 10 ml de nada: lo mismo que a mí me trae buenas memorias puede no traerlas tan buenas para gente que veo todo el tiempo, y que pasó de robármelo cuando lo usaba a odiarlo, con el tiempo. Porque los perfumes cargan con ellos las dichas y culpas de quienes los llevan puestos.
Aparte, como he dicho, el perfume no se fabrica más, y no creo que me pudiese resignar tan fácil a terminarme la última botellita a la que probablemente tenga acceso.
Así que simplemente lo encuentro, lo huelo, y lo guardo por cualquier parte (alguna vez tendré que decir algo sobre mi necesidad práctica pero obsesiva de tener siempre las cosas más o menos en el mismo lugar), por ejemplo en uno de los innúmeros cajones de mi cuarto, porque es chiquito y así después, casi inmediatamente después, me olvido del asunto y puedo volver a encontrarlo cuando no se lo llama, abrir la tapita de plástico dorado que corona de la forma más berreta la opalina que contiene el gel blancuzco, levemente irisado, y entonces acordarme de noches de invierno, de aquel período en el que tenía "por favor no me pellizquen" de nickname por todas partes, del minuto antes de que todo volviese a demostrar ser hermosamente cíclico, espiral en la que nada pasa dos veces pero aún así siempre volvemos al reflejo, y es bueno mirarse en el espejo de tanto en tanto.
Cuando empecé esta entrada sobre el frasco de perfume pensé en sacarle una foto. Quedan tan bonitas las fotos en los blogs. Pero después descarté la idea: lo que importa no es el frasco, que no puede ser más antipático, lo que sí importa es el olor. Pero olores y texturas son las cosas que este medio nos niega. No puedo escanear el perfume. Como no puedo escanear el olor particular de algunos libros. Tengo uno que compré hace diez años en Barnes & Noble, una sucursalde Indianápolis que tenía un café que desmentía la mala fama de los cafés norteamericanos: perfumado, espeso, llegaba a llenar la librería, inmensa con ganas, de un tufillo delicioso a café. Uno podía agarrar los libros, llevárselos al café y hojearlos con calma, práctica que a mí me resultaba totalmente nueva, El Ateneo de Santa Fé no existía, ni el Distal de Florida, ni tantos otros que fueron copiando la idea después. Pues bien, mi colección de Sherlock Holmes comprada en esa librería todavía, diez años después, sigue teniendo el olorcito ese raro que tienen las ediciones americanas y algunas inglesas, no sé si por el tipo de papel o de tinta, mezclado con un dejo de olor a café. El mismo olor de la librería aquella.
Y después hay quien dice que no hay diferencia entre leer de la máquina con un monitor decente y de un libro.
En todo caso, el post va sin imagen. Si conocieron alguna vez un perfume de Avon que se llamó Dreamlife y que duró, como quien dice y para seguir con las analogías olorosas, menos que pedo en botella, recuérdenlo ->aquí<-

4 comentarios:

mal aprendidos dijo...

En cierto momento me hiciste acordar a una descripción que hace Sartre me parece que en La Nausea. Muy lindo el texto. Ah! Llegué hasta acá porque me gusto una critica tuya que leí por ahí (ya no se donde) pero bue si queres pasate por mi blog y critica tranquila
Saludos

Lupe dijo...

Gracias :). Ya me daré una vuelta por allá.

Anónimo dijo...

leíste "miss tacuarembó", la novela de dani umpi? digo porque se la pasa hablando de perfumes.

Lupe dijo...

No, no lo conozco. Veré de considerarlo si se cruza en mi camino en alguna librería.