Proyecto Recoleta Witch
Ayer fui a la biblioteca del Instituto Camões con un amigo, a consultar la disponibilidad de ciertos materiales antes de que cerrase por vacaciones hasta vaya-uno-a-saber-cuándo. Para los que no sepan qué es eso (el link es bueno para guardar dirección y teléfono, pero hay que reconocer que es poco útil para saber qué hay tras el autobombo pomposo típico de los portugas), se trata de una dependencia de la embajada de Portugal que tiene una biblioteca muy bonita, muy bien provista y, lo más importante, totalmente gratuita. Está adentro del Lenguas Vivas J. R. Fernández, y para más en la parte vieja del edificio, del lado del que vale la pena perderse. Aparte de ese detalle estético-edilicio, es una biblioteca altamente recomendable, para todos los que sepan o se animen a leer en portugués, porque tienen de todo y los libros (a veces también los cds y dvds, de acuerdo al humor del leitor o encargado de turno), con un trámite de asociación muy breve, se pueden llevar a casita.
Cerrando el segmento informativo, vuelvo a lo anecdótico. Decía entonces que ayer anduve con un amigo por Retiro para visitar la biblioteca del Camões. Esa zona siempre me produjo una (tal vez natural) incomodidad, con sus edificios pretenciosos, sus bares a precios sólo aptos para neoyorquinos y su Patio Bullrich con sus molduras de machos cabríos y estrellas de cinco puntas capaces de poner nerviosa a cualquiera de mis abuelas, y sus precios que lo explican todo: para comprarse algo ahí adentro, más vale dejar el alma en la puerta. O en cualquier otro lado. Y atrás de las vías, más allá, uno sabe que está el perfecto reverso de la trama, la vida humana en su forma más precaria, y eso provoca una tensión en el aire que no se resuelve, que enrarece el aire.
Entonces, en un contexto concreto hasta lo irreal, aparecen imágenes como esta (de la cuadra del edificio “rulero”), y la sensación de no estar entendiendo se exacerba:
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