Es la primera vez en muchos años que voy al cine a ver una película doblada. La última fue Los Increíbles, y mi excusa entonces, nada menor, era que tenía un pase 2x1 y tanto yo como la amiga que se prendió estábamos algo cortas de metálico. Y aparte siempre es ligeramente menos grave con las películas animadas, adonde al menos uno no siente tan fuerte la disociación entre la cara que ve y la voz que escucha.
Esta vuelta, la excusa para ir al cine a ver una película que no se estrenó subtitulada en absoluto fue que era la única posibilidad de verla en 3d. Y Coraline parecía merecer no perderse ese pequeño gran detalle.
Sobre la película en sí: tal como me lo habían anticipado y como se podía imaginar, argumentalmente no es (y vaya que queda para esta película la frase) nada del otro mundo. Por todas partes leí que la relacionaron con El Viaje de Chihiro, pero a mi entender hay una cadena mucho más obvia de parentescos que no incluye a esa hermosa película de Miyasaki, a la que no, no le pisa los talones, pese a todo. Hay una diferencia argumental que a mi entender la convierte en algo completamente distinto: Chihiro no tiene que reconciliar su imaginación con su realidad, sino simplemente arreglar el embrollo que se arma por la irresponsabilidad, altanería e inmadurez de sus padres. La realidad no luce mejor cuando sale del otro mundo: no se domestica la visión infantil para que comprenda a sus mayores y quede claro que "hay que portarse bien". Los padres que sólo pueden pensar en tener y en gastar dinero siguen pareciendo tanto o más estúpidos a la salida del otro mundo, nada de lo que pasa es culpa de la nena. Uno no puede evitar darle al menos un poco la razón a Yubaba que había convertido a los viejos en cerdos.
La trama de
Coraline es una reformulación de otra idea anterior de Gaiman, pensada especialmente para cine. Una película en muchos sentidos mejor, y que recibió menos atención de la que se merecía:
MirrorMask, de 2005. Las dos presentan el mismo conflicto niña-peleada-con-su-realidad / escape hacia la imaginación con pelea con los padres / lucha por salvar su realidad en su propio mundo de fantasía que se vuelve contra ella, regido por un alter-ego maligno de la madre / reconciliación con la realidad, ligeramente mejorada. Hasta se repiten los elementos circenses, el personaje del acróbata, el mundo que se deshace y en cierta manera la relevancia de los gatos.
A su vez, MirrorMask fue hecha a pedido de la productora Jim Henson como una Laberinto pero con un quinto del presupuesto (no exagero, el único dato que aproximo por falla de memoria es la fracción, puede que haya sido un décimo) y recurso a la animación digital. Y si se fijan, de vuelta, la estructura es muy parecida: chica descontenta con su familia que se refugia en la imaginación / imaginación que se vuelve mundo hostil y pone en peligro a su familia (acá, el bebé) / reconciliación con el mundo real. Si seguimos para atrás está Lewis Carroll, claro. Lo de seguir a un animalito por un túnel y lo de ver la otra realidad a través del espejo son citas, vamos.
Lo que presenta entonces Coraline a nivel narrativo es una trama sin sorpresas. Todo es como uno supone que tiene que ser en el momento en el que tiene que serlo. Y punto. Si fuese un dibujito animado lo pasarían los sábados a las cuatro de la tarde en Cartoon Network un mes al año.
La gracia de Coraline, lo que en cierta medida todos los adultos que pagamos por verla fuimos a ver, es la belleza de un largometraje hecho en stop-motion por gente que sabe hacerlo bien. Es que ver algo hecho con esa técnica siempre da un poco una sensación de estar en un espectáculo de ilusionismo: uno se pregunta cómo habrán hecho esto o aquello que quedó tan bonito y tan bien. Y lo cierto es que sí, es un film visualmente muy bonito, tal vez más logrado que El extraño mundo de Jack y que Corpse Bride. Y sí, paga los seis mangos de más de ir al Cinemark de Palermo y ponerse los anteojitos de mosca.