viernes, 31 de julio de 2009

Limbo






Hoy entregué la última monografía de mi carrera.








Hace varios días que la tenía terminada.








Sigo de vacaciones en el trabajo hasta el lunes.










Este mes tendré muy poco tiempo libre para tocar, leer, escribir, existir.







Cuando necesito ordenar mi cabeza, ordeno mi biblioteca.








No sólo por falta de espacio agregué cuatro estantes y cinco cajas para fotocopias.








Y definitivamente no por necesidad cambié casi por completo los criterios de organización de mis libros.







El futuro incierto se come el presente; creo que esa podría ser una definición posible de la esperanza.







O del limbo.

domingo, 19 de julio de 2009

Hay un tipo en el hoyo en el fondo de la mar

(Aguántenme un segundo post para Miyazaki)


Me costó un poco bajar Ponyo en el Acantilado. Primero, porque no me decidía a verla acá existiendo la posibilidad de por una vez ver una de estas películas en cine. Después, porque mi motivo fuerte para verla en la computadora era que los doblajes castellanos me ponen un poco nerviosa (sí, no es tan terriblemente grave con películas animadas, pero no deja de quedar parte del trabajo original en el camino) y la enorme mayoría de las versiones que encontraba para bajar estaban con audio en español. En japonés, había que bajar unos archivos monstruosos y cargarle los subtítulos aparte. Pero el solo hecho de pensar en ir a ver una película doblada a un cine lleno de nenes de vacaciones me terminó decidiendo.


Esas cuestiones aparte, quedé con ganas de hacer un comentario parcial sobre la película. Para los que no saben de qué se trata, es una suerte de versión muy pero muy libre de la historia de la Sirenita. Con héroes de cinco tiernos añitos, trasladada a una población portuaria, y con el gusto recurrente de Miyazaki por mezclar dioses japoneses para darle sabor al relato. Les juro que funciona, y muy bien.

El personaje que se come la película es el "malo", como suele pasar: por lejos, el personaje más interesante es Fujimoto, el padre de la pececita. Lo cierto es que nadie nos explica demasiado sobre él. La información está dispersa de a migajas y todo parece estar pensado para que uno saque sus propias conclusiones: si nos guiamos por algún comentario suelto de la pequeña Ponyo, se supone que Fujimoto sea alguna suerte de brujo del océano. Por lo que vemos, está más cerca de ser una mezcla de científico loco y de alquimista, que modificó a propósito su adn para dejar de ser humano. Cosa que no parece haber logrado con demasiado éxito que digamos, si nos guiamos por el hecho de que necesita beber una suerte de poción para tener poderes que su inmensa prole tiene de natural, y por el hecho de que necesita una burbuja para respirar.

Señor de una enorme casa-burbuja subterránea llena de libros y de artefactos extraños, junta en un pozo de su sótano un elixir desde el siglo XIX (otra vez, datos sueltos: las vasijas que pueblan la bodega tienen "fechas de cosecha" entre 1871 y 1950; la puerta de la bóveda está fechada también, así que la construcción data de 1907), que lo rejuvenece notoriamente cuando lo bebe. ¿Su plan? Exterminar a la especie humana antes de que termine de arruinar el mar e instaurar una "era del océano", tan pronto como llene el pozo. Lo que evidentemente da para muy largo, si en un siglo no llegó ni a la mitad.

Es de sospechar que Fujimoto le debe mucho al capitán Nemo: un hombre evidentemente muy educado, con una cierta habilidad científico-técnica y que se desplaza en un vehículo que recuerda mucho a la descripción del Nautilus. Pero él es un Nemo llevado al extremo, a quien ningún humano acompaña en su aislamiento. Todo su trato es con su Amada, una diosa del mar, y con sus muchas hijas, una multitud de pececitas que viven bajo su cuidado. Cuando se ve obligado a tratar con seres humanos se muestra torpe y ridículo. El colmo, su primera visita a la casa de Sosuke. Si la película creaba un cierto clima de tensión con el desplazamiento de un personaje potencialmente muy peligroso hacia el ámbito familiar, toda posibilidad de tomarlo en serio desaparece apenas lo vemos aparecer así:

(Es todavía peor en movimiento, con el tanque rociador tipo matacucarachas que tira el agua de a poquito)

Fujimoto parece ser la clave para ingresar a la parte oscura de la película. Con excepción de cuatro escenas clave (él es fundamental en tres de ellas), todo está narrado desde el punto de vista de los niños. Incluso en lo visual, con las imágenes inusualmente redondeadas (no creo que haya una sola línea recta en toda la película, donde hasta las puertas parecen hechas de mazapán), lo que Ponyo en el Acantilado presenta es una narración enfocada desde la infancia. En ese mundo el que desentona es el padre amargado de Ponyo. Él es el que llama la atención sobre la irremediable mugre de la costa, y cuando la huida de Ponyo se complica el único que se da cuenta de la gravedad de la situación, del punto en el que lo narrado como suceso cotidiano trasciende la esfera de la vida privada para meterse con el equilibrio de los mundos. De hecho, su desesperación por una inundación en una ciudad costera pone en duda su capacidad de llevar a la práctica sus delirios de destrucción masiva. Allí también es nuevamente un tanto como Nemo: peligroso, vengativo y triste, con una visión muy particular sobre la realidad, es incapaz pese a sí mismo de perder una cuota de identificación con el sufrimiento humano, cuando le pasa lo suficientemente cerca en una forma que no justifique inmediatamente su odio.




Después de todo, para variar, me quedaron ganitas de ver esos dibujos en la gran pantalla. Tal vez cuando finalmente la estrenen arrastre a mi hermana o a alguna amiga a una función de trasnoche, con la esperanza de esquivar al menos la camada infantil con decibeles más altos.

lunes, 13 de julio de 2009

Fuente de Barrenton - Broceliande






Ahora que sé que esto sigue ahí quiero ir a tirar agua en la piedra del costado, che. Wace decía que no funcionaba, ¿hará falta llevar jarra de plata, tal vez?

domingo, 12 de julio de 2009

Donde la hierba aúlla sus endechas de nodriza loca

Hay una escena en la vieja y hermosa Nausicaä del Valle del Viento que, más allá de la obvia declaración ecologista de principios (que en films posteriores iba a ir velándose de a poquito) funciona muy bien para pensar el cine de Hayao Miyazaki en general. La princesita muestra a su maestro su pequeño delito personal: en un sótano al que se accede por una puerta secreta, ella fue cultivando con paciencia un pequeño vivero alumbrado por lámparas artificiales. Las plantas, cuyas esporas todos consideran altamente tóxicas, son perfectamente inocuas ahí adentro. Un pequeño paraíso de naturaleza cruel suavizada por las manos humanas.


Algo de esto hay en todos los paisajes y ambientes de Miyazaki: una belleza suave, mullida, que muestra el lado simplemente triste de lo problemático. La guerra no deja de ser guerra, pero está estilizada de modo tal que puede mostrarse un río de sangre sin caer en el morbo; el trabajo es duro y mal remunerado y no se lo esconde bajo estereotipos de libro de escuela; la persecución es injusta, y a la vez es parte constitutiva de instituciones con las que casi nadie se mete. No hay más concesiones a la edad madurativa de los espectadores que las necesarias para que la censura deje pasar chicos a las salas, no hay intentos de simplificar lo difícil para volverlo tolerable como en una película de Disney. Hay, de hecho, una anécdota legendaria al respecto: Cuando se encontraron con Mononoke Hime, los de Disney-Miramax, que son los distribuidores de las películas de estudio Ghibli en Occidente, creyeron necesario hacer un par de recortes, porque la trama era muy compleja y ellos la creían poco apropiada para los niños americanos. El productor de Ghibli, cuando se enteró, les mandó como respuesta un sable samurai y un mensaje de dos palabras (la tradición habla de dos kanjis): "Sin recortes".
Es que en estas películas, en la belleza detallada de los rostros de las viejas, en los paisajes románticos, el espanto aparece y no deja de ser espanto, pero en forma de pesadilla ordenada en la que sigue habiendo espacio para cierto grado de contemplación.
Por mi parte, si pudiera elegir la estética de mi tortuoso mundo onírico elegiría sin dudarlo la mano ágil de Miyazaki para ilustrarlo.

jueves, 9 de julio de 2009

Reclamo




Esta tarde, trabajo sobre Chrétien de Troyes mediante, me vino a la memoria este sketch de Les Luthiers.