Donde la hierba aúlla sus endechas de nodriza loca
Hay una escena en la vieja y hermosa Nausicaä del Valle del Viento que, más allá de la obvia declaración ecologista de principios (que en films posteriores iba a ir velándose de a poquito) funciona muy bien para pensar el cine de Hayao Miyazaki en general. La princesita muestra a su maestro su pequeño delito personal: en un sótano al que se accede por una puerta secreta, ella fue cultivando con paciencia un pequeño vivero alumbrado por lámparas artificiales. Las plantas, cuyas esporas todos consideran altamente tóxicas, son perfectamente inocuas ahí adentro. Un pequeño paraíso de naturaleza cruel suavizada por las manos humanas.
Algo de esto hay en todos los paisajes y ambientes de Miyazaki: una belleza suave, mullida, que muestra el lado simplemente triste de lo problemático. La guerra no deja de ser guerra, pero está estilizada de modo tal que puede mostrarse un río de sangre sin caer en el morbo; el trabajo es duro y mal remunerado y no se lo esconde bajo estereotipos de libro de escuela; la persecución es injusta, y a la vez es parte constitutiva de instituciones con las que casi nadie se mete. No hay más concesiones a la edad madurativa de los espectadores que las necesarias para que la censura deje pasar chicos a las salas, no hay intentos de simplificar lo difícil para volverlo tolerable como en una película de Disney. Hay, de hecho, una anécdota legendaria al respecto: Cuando se encontraron con Mononoke Hime, los de Disney-Miramax, que son los distribuidores de las películas de estudio Ghibli en Occidente, creyeron necesario hacer un par de recortes, porque la trama era muy compleja y ellos la creían poco apropiada para los niños americanos. El productor de Ghibli, cuando se enteró, les mandó como respuesta un sable samurai y un mensaje de dos palabras (la tradición habla de dos kanjis): "Sin recortes".
Es que en estas películas, en la belleza detallada de los rostros de las viejas, en los paisajes románticos, el espanto aparece y no deja de ser espanto, pero en forma de pesadilla ordenada en la que sigue habiendo espacio para cierto grado de contemplación.
Por mi parte, si pudiera elegir la estética de mi tortuoso mundo onírico elegiría sin dudarlo la mano ágil de Miyazaki para ilustrarlo.
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