lunes, 8 de febrero de 2010

Santas rocas, Batman

Una de las cosas más perturbadoras detrás de las recomendaciones enfáticas que recibimos ya desde Capilla del Monte al museo Rocsen de Nono era que nadie parecía saber explicar muy bien en qué consistía. La respuesta standard era repetir la palabra con la que el mismo museo se autodefine ("polifacético"), con el agregado de un "está bárbaro, vayan y vean".
Lo cierto es que pequeños museítos había por todas partes, y que la idea de uno no dedicado a una temática estrictamente local (ni siquiera dedicado a una temática, ni siquiera definible) sonaba sospechosa. Por mi parte, imaginaba algo parecido a un par de museos interactivos de mi adolescencia, esos en los que nada en sí tiene demasiado valor histórico o artístico que digamos sino que más bien juegan a ser ferias de curiosidades de cierta calidad, rejuntes de construcciones raras (la sala de castillo patas arriba en el Children's Museum of Indianapolis, por ejemplo), artefactos curiosos que uno tiene permiso de manipular (todos los dedicados a explicar efectos visuales de ese museo de Recoleta de cuyo nombre no consigo acordarme) y otros cachivaches divertidos por el estilo.


Bien, no podía equivocarme más.

Fachada


Ahí, en el mismísimo Medio de la Nada, a cinco kilómetros del pueblo más cercano (que, por cierto, dista mucho de ser un gran centro urbano), tras una imponente fachada de aires griegos desde la que observa una curiosa selección de monumentos, lo que había era un tremendo museo gigantesco que, para hacerle justicia, habría que decir que es una suma de varios museos juntos. Tal vez, de todos los museos posibles. Rocsen ("roca sagrada" en un topónimo céltico francés, si le creemos al folleto explicativo) es un museo de antropología, un museo de arqueología (americana sobre todo, pero no exclusivamente), un museo de libros antiguos, un museo de mecánica, un museo de instrumentos musicales, un museo de reconstrucciones históricas, y la lista podría seguir. Lo genial del caso es que en todas las áreas es, sin dudas, un museo bien provisto.

Este legionario me cae medio atravesado


A la vez, uno de los méritos del Rocsen es su capacidad de extrañar objetos en alguna medida cercanos para convertirlos en piezas de museo y, por tanto, en objetos de reflexión conciente. Conviviendo con un cráneo de legionario romano, una momia norteña, un incunable italiano de las obras de Petrarca y unos grabados de Watteau mi hermana y yo descubrimos, no sin algo de sorpresa, un grabador Geloso como el que tenemos en casa (al que pertenecen estas cintas), un adorno de cristal como el que tiene mi abuela, y otros tantos objetos pertenecientes al pasado personal o familiar. Devenidos pieza de museo.

Objetos reconocibles varios


En todo caso, sí, si llegan a pasar por Traslasierra, una vueltita por Nono y los cinco kilómetros hasta el Rocsen, definitivamente valen la pena.


Metafotografía




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