Postal desde Mosquitoland
El aire cálido, benigno, no llegaba a jugar con las hojas del libro que me había llevado. Sé que estaba tratando de escaparme de algo, que había intentado dejar algún fardo pesado en esa poco amistosa cerca que rodea el corazón de mi archiconocido parque Centenario, y que la estrategia parecía haber funcionado bien. Pasaron apenas unas pocas horas, y ya el olvido está haciendo lo suyo, ya me deja escribir esta entrada pobre con esos retazos de mala calidad que dejan los sueños complicados.
En todo caso había llegado a eso de las seis y cuarto de la tarde al lago de este parque que según los libros de historia fue diseñado para recordar desde arriba un escudo nacional. Si hemos de guiarnos por los mapas o por la mancha marrón que se ve en Google Earth (la que acompaña este post, tomada del programa hace un par de meses, es muy evidentemente vieja, para cualquiera que conozca el lugar), algo de eso hay todavía, en la forma rarísima del lago y en la distribución de las once callejuelas y pasos peatonales que entran sin motivo aparente una cincuentena de metros hacia el centro del óvalo.
Por supuesto, eso se pierde adentro, entre árboles que se recortan en el cielo claro, o ante el espectáculo de los patos, que se ponen de un humor muy particular con la primavera. Pero de todas maneras queda ese resto de cosa planeada, los juncos delimitados por adoquines, los edificios que se asoman desde atrás, el paraíso artificial que para cuando baja un poco el sol se llena de mosquitos.
No mucho después de sacar esa foto, algo más tranquila y con una lista enorme de cosas a buscar en mi Biblia (el libro era El Gran Código, de Frye, y es mala idea leerlo sin una biblioteca a mano), volví a pasar por la cerca, volví a cargar mi bolsa de lauchas, y caminé las cinco cuadras necesarias para llegar a casa.
3 comentarios:
Hola Atenea
Yo soy medio tonta, o algo así, porque recién ahora me doy cuenta del todo que ya sé quién sos! Me siento bastante ridícula la verdad :-)
Muy linda la foto del parque, yo intenté leer (o no) en Parque Chacabuco y terminé cediendo ante los vampiritos. Dicen que se vienen con todo este verano...
Saludos y suerte con la "monografía del amor"
:-)
mi infancia la pasé en ese parque, pero no había lago en esa época, lindo blog, salu2
El lago siempre estuvo, es parte del diseño original del parque, tal vez casi lo único que queda de él. Lo que pasa es que por muchos, muchísimos años estuvo seco, y los niños lo usábamos de pista de patinaje, bicicleta o carreras. Salvo cuando llovía mucho, cuando se llenaba casi del todo y no precisamente con agua de rosas. Hasta hace poco, incluso, había alguien que alquilaba cochecitos a pedal y a motor en el lugar. Sospecho que ese personaje habrá puteado a Telerman con ganas.
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