Meet the Flintstones
Y estos son los despojos de la era cassette. Los originales son antiguos (y alguna vez ajenos, yo era de las condenadas al truchaje a doble cassettera o, en tiempos más modernos, desde cd), y la enorme cantidad de tdks y afines es más bien moderna. Algunos de esos son apenas anteriores a mi paso a la era del mp3.
El grabadorcito lo compré en 2002, para que un amigo me grabara las clases de Panesi cuando no podía ir. Que era lo normal, yo cursaba el profesorado de portugués en ese horario. Lo usé poquito desde entonces. Creo que, de hecho, tengo todavía alguna vieja clase fósil de Delfina Muschietti por ahí.
Entrar en ese cajón implica, además de una lucha cuerpo a cuerpo con un ejército de ácaros y otras ínfimas alimañas, y de paso reencontrarse con algunos gustos antiguos. Era la época en la que no tener plata para comprar música significaba necesariamente depender de convencer a mi hermana de que quería adquirir (o bajar, el último tiempo, en un momento en el que un download llevaba como una semana) lo que yo tenía ganas de escuchar, o en su defecto conseguir préstamos y grabaciones de amigos. Estrategias que no siempre funcionaban, con lo cual las posibilidades de ampliar la colección musical eran ínfimas, y ni hablar de salirse de lo estrictamente mainstream.
Mientras escucho una selección de temas chica, las 18 horas y pico que ocupan mis canciones favoritas de entre las que tengo en el disco duro (la última vez que abrí la lista general eran unas increíbles 260 horas), vuelvo a preguntarme otra vez por qué no tiro todas esas cintas. Miro. Le saco una foto al cajoncito para el blog. Vuelvo a mirar. Ni siquiera tengo en donde escucharlos, ese walkman anda pésimo, se traba, engancha, patina. Y la cassettera de mi equipo de música murió hace mucho. Queda un pasacassette chico, mono, con un sonido deplorable, que creo que está en el departamento de mi hermana, para dar clases de inglés. Que alguna vez guardé para llevar música a otras partes, pero la verdad que se escucha bastante peor que mi mp3 conectado a los parlantes viejos de mi PC.
Vuelvo a mirar.
Ordenaditos, calladitos, cargados de polvo, menguando lentamente cada vez que algún amigo de mi vieja con pasacassette en el auto se lleva algo.
Cierro el cajón.
El grabadorcito lo compré en 2002, para que un amigo me grabara las clases de Panesi cuando no podía ir. Que era lo normal, yo cursaba el profesorado de portugués en ese horario. Lo usé poquito desde entonces. Creo que, de hecho, tengo todavía alguna vieja clase fósil de Delfina Muschietti por ahí.
Entrar en ese cajón implica, además de una lucha cuerpo a cuerpo con un ejército de ácaros y otras ínfimas alimañas, y de paso reencontrarse con algunos gustos antiguos. Era la época en la que no tener plata para comprar música significaba necesariamente depender de convencer a mi hermana de que quería adquirir (o bajar, el último tiempo, en un momento en el que un download llevaba como una semana) lo que yo tenía ganas de escuchar, o en su defecto conseguir préstamos y grabaciones de amigos. Estrategias que no siempre funcionaban, con lo cual las posibilidades de ampliar la colección musical eran ínfimas, y ni hablar de salirse de lo estrictamente mainstream.
Mientras escucho una selección de temas chica, las 18 horas y pico que ocupan mis canciones favoritas de entre las que tengo en el disco duro (la última vez que abrí la lista general eran unas increíbles 260 horas), vuelvo a preguntarme otra vez por qué no tiro todas esas cintas. Miro. Le saco una foto al cajoncito para el blog. Vuelvo a mirar. Ni siquiera tengo en donde escucharlos, ese walkman anda pésimo, se traba, engancha, patina. Y la cassettera de mi equipo de música murió hace mucho. Queda un pasacassette chico, mono, con un sonido deplorable, que creo que está en el departamento de mi hermana, para dar clases de inglés. Que alguna vez guardé para llevar música a otras partes, pero la verdad que se escucha bastante peor que mi mp3 conectado a los parlantes viejos de mi PC.
Vuelvo a mirar.
Ordenaditos, calladitos, cargados de polvo, menguando lentamente cada vez que algún amigo de mi vieja con pasacassette en el auto se lleva algo.
Cierro el cajón.
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