domingo, 15 de febrero de 2009

Gift shop

En un ataque de irresponsabilidad y de hartazgo académico me hice el rato para terminar de leer Las Teorías Salvajes de Pola Oloixarac. A esta altura hacer una reseña sería un tanto inútil, hay ya unas cuantas dando vueltas por ahí. Así que baste con un comentario, simplemente porque lo tengo en la punta de la lengua y todavía guarda esa efímera nitidez de los sueños en el momento de despertarse.
En sí la novela es el relato de una expedición exploratoria al Buenos Aires snob, cuyos Virgilios son tres personajes que comparten (tal vez como rasgo central) el sentirse intelectualmente superiores al resto de la humanidad: una parejita de bloggers más feos que la desesperación, que se conocieron y tuvieron su primer romántico (?) encuentro durante una salida al Malba, y una puanera que sueña con temible, aguerrida ingenuidad tener éxito en la ardua tarea de defender una teoría pantanosa en la que ya se hundieron varios. Colgados de ellos como algas en una red salen en la pesca:
-Un diario de una chica setentista (muerta, no podía ser de otro modo) lo suficientemente idiota para esconder por seguridad el nombre de Mao tras un obvio y cacófono Moo, mientras da datos precisos de correspondencias reales para nombres de guerra, y localizaciones y horarios de operativos. 
-Un chico down calentón (que por supuesto se comporta igual que cualquier hombre calentón).
-Una caricatura de intelectual de izquierda con más pelo que ideas.
-La postal de una cátedra fósil de Puán que se vendería si hubiera gift shop de Filo.
(de hecho, creo que si hubiera gift shop de Filo sería un buen lugar para vender las Teorías)
-Geeks, C.S.P. un hack a Google Earth.
-Un antropólogo devenido cavallero assí feroz de presencia como espantoso de vista, y sus discípulos desertores
-Una parejita de snobs bonitos.
-Escenas de sexo grupal, claro. 
Todo se desarrolla en una prosa muy ágil y entretenida, con un tejido concientemente abigarrado de referencias culturales que funcionan como notas de color (mi favorito, el pececito Yorick), o como señales de tránsito o de humo para ubicar al universitario del siglo XXI y perder al resto de los mortales. Como rasgo de estilo marcado (a modo de tamborcito que toca la tonada de lo salvaje) hay una recurrencia de las analogías con el reino animal y vegetal, muy divertida y pertinente en la voz de la narradora, una muchacha que busca regularidades y proporción áurea en el ser humano, como buena estudiante de humanidades.
En total es una novela muy lograda, la confirmación tal vez de que la estética local vigente (la llamada a falta de mejor término "nueva narrativa", la de los chicos de los setenta, que tal vez podría denominarse cómodamente como hiperrealismo del exceso), aquí y ahora, sólo puede tener resultados óptimos en la caricatura y en una forma particularmente corrosiva de humor. 

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