miércoles, 9 de mayo de 2007

Abajo del polvo y adentro de morrales viejos

Los cuadernos con escritos viejos dan esa impresión un tanto incómoda de estar leyendo a otra persona. No depende de qué tan viejos son, a veces algo que se escribió hace mucho tiempo resulta más cercano que otro texto más nuevo, de un par de meses. Cuando se olvida un escrito nuevo da la incómoda impresión de haber perdido un pedazo de memoria, lo que equivale a haber dejado de vivir algo. Un texto al que se le olvidó por completo el proceso de escritura, como una foto de un lugar olvidado, o el despertar con las emociones de un sueño pegadas en todo el cuerpo, pero sin ninguna de sus imágenes, son todos recordatorios de lo frágil que es este instante. Probablemente mañana ya no lo hayamos vivido nunca.
Es distinto lo que pasa con los textos muy viejos que sí se recuerdan. Actualmente reescribo sobre la trama y personajes base de algo que hice hace cosa de diez años, que a esta edad son una eternidad. Y lo extraño es que recuerdo muy bien el proceso de escritura de entonces (llevé cuidadosas notas, pero cuando las hojeé noté que no hacían falta, que las tenía en la cabeza), los problemas con los que me enfrenté, los que creí enfrentar y los que no vi nunca. Releyendo las páginas viejas, las imágenes, los fragmentos de sueño son propios, pero las palabras son ajenas. Infinitamente ajenas.


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