lunes, 1 de septiembre de 2008

Casa de los Lirios

Ya posteé una foto mía, casi igual de mal sacada, de este edificio alguna vez. El texto es una selección, con modificaciones menores, de algo más largo (y bastante más privado de lo que ya es) que escribí apenas para mí en abril de este año. Los sucesos narrados son de muchos años atrás.
Por una vez voy a permitirme ser un poco críptica, y postear este eco, este leit-motiv que tal vez sólo tenga sentido para mí. Pero cuánto sentido.

(EDIT: parece ser que los dueños de la foto se avivaron del afano y lo aprovecharon, ¿no?

La dejo porque tiene su extraña cuota, críptica también, de sentido la propaganda turística en este contexto)



Hace menos de una semana que me enteré de que el edificio de Rivadavia llegando a Rincón que desde hace unos ocho años me vuelve loca se llama Casa de los Lirios. Lo supe porque una foto mía muy mal sacada de ese edificio fue recientemente subida a Google Earth, y alguno que la vio comentó el dato. Se trata de un edificio estilo art deco, que se terminó en 1905. Planta baja con locales, tres pisos y la cabeza gigante de un viejo fantástico de cabellos muy largos que sirven de baranda en la terraza, y que coronan la estructura surcada de plantas de yeso y de metal hasta el hartazgo. Una verdadera belleza.

La primera vez que vi ese edificio estaba sola. Era la época en la que todavía consideraba con alguna seriedad dedicarme a la investigación en bioquímica (aunque ya dudaba, claro), y mi profesora de lengua de entonces me había mandado hacer un informe que incluía pasar por una dependencia del CONICET a hacer algunas preguntas. En plena búsqueda de dicho lugar, encarada con datos muy vagos y mal anotados, cruzando mucho de vereda a vereda, vi de golpe en la vereda de enfrente, como una aparición, levantarse ante mí la Casa de los Lirios. Me quedé completamente estupefacta, parada en el medio de la vereda, mirándola. No sabría decir cuánto tiempo estuve ahí, extática, deplorando mi falta de cámara fotográfica. Traté de memorizar la dirección antes de seguir con mi recorrido. Pero ya se sabe que de mi memoria no se puede esperar tanto. Apenas fijé que el edificio quedaba entre Congreso y Once, en alguna parte, y que era casi imposible verlo si se miraba para la planta baja.

Pasé infinidad de veces por la puerta buscándolo, sin volverlo a encontrar. Me llevó varios años verlo de nuevo. Fue el viejo melenudo el que me encontró a mí, me llamó, me dijo acá estoy, una noche en la que necesitaba un buen motivo para parar de llorar como una desaforada.

Aquella noche en la que, por última vez, M. me dijo que no, y yo me juré nunca volver a avanzar a un hombre. Habíamos salido del café Tortoni, él un tanto incómodo, yo completamente destruida, y ante la cuestión de cómo volver a mi casa (no consigo recordar por qué él no fue a la suya, aunque probablemente fuera para no dejarme sola en ese estado) decidimos caminar, al menos por un rato. En realidad, lo decidí yo, que necesitaba algo de aire para calmarme.

Cuando llegamos a la puerta del edificio en cuestión, algo en las hojas retorcidas de la puerta de calle me susurró al oído: heme aquí, todavía estoy si querés verme. Tomé a M., que no entendía nada, de la mano y lo hice cruzar Rivadavia por el medio, para quedarme mirando por segunda vez al viejo mezclar sus cabellos con el aire de otro tiempo agotado hace mucho.

Por mucho, mucho tiempo la Casa de los Lirios, ubicada ya definitivamente en mis mapas mentales, me narró esa historia de fracaso amoroso rotundo.Algo de todo eso ha de quedarle, sospecho. Por lo pronto el viejo parece todavía tener algo que decirle a mi desilusión.

El viejo de yeso sigue silbando su tonada inaudible desde arriba de la Casa de los Lirios, sigue mirando hacia vaya uno a saber dónde como hace un siglo, como hace un año, cuando saqué la foto espantosa que ahora cualquiera ve en Google Earth, como hace cinco, aquella noche triste, y sigue intentando decirme algo que no entiendo, algo que se me antoja de fundamental importancia, algún secreto de habitaciones viejas con techos altos que soy incapaz de escuchar.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

En una noche tan particular que extraña aparición la de esa hermosa mole de cemento, quizás te sirvió para desviar la atención y otorgarle algún otro significado, quizás solo momentáneamente.

María Virginia Gallo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
María Virginia Gallo dijo...

Encontré la entrada.
Es un una construcción enigmática, coincido, creí haberla visto varias veces desde el colectivo, el 132. Y no la volví a ver más hasta esa vez que leíste, del paro de subtes.
Será cuestión de resignificar lo que sentis y que te remite a lo que alguna vez sentistes.