sábado, 9 de mayo de 2009

El chip de Spike


Como un vampiro que no puede morder. Un Roman de Troie en edición de páginas enfrentadas, verso francés antiguo y traducción en prosa moderna, en un stand adentro de la Sociedad Rural, a un precio razonable si se lo piensa en euros, no entre gentes como yo, de los que cobramos nuestro puchero en pesos argentinos. Nadie miraba. Pero no, no podría llevarme un libro sin pagarlo, aún sabiendo que hay argumentos morales de cierta validez para sustentar mi derecho a hacerlo.
 
Me tuve que contentar con llevarme de ese stand dos tomitos de la misma berretísima colección Librio, Le Spleen de Paris de Baudelaire y Les Illuminations de Rimbaud. Total para mi nivel de francés actual no tiene mucho sentido que me ponga en exquisita con la calidad de la edición, y de acá a que esté en condiciones de lamentar estas probablemente ya voy a tener la fortuna de J.K. Rowling. O, lo que es también probable, mis largas tardes de rebusque haciéndome amiga de las polillas y los ácaros de las librerías de usados me habrán deparado hallazgos que lo suplan*.




Mis visitas a la Feria del Libro siempre se encuadraron en uno de dos recorridos típicos: 

1- Ir con alguien. En ese caso, dependió siempre mucho de con quién y de qué clase de relación con los libros compartiéramos: las actividades variaron entre funcionar sin muchas ganas de guía y recomendar libros, o con compañías más librescamente afines andar de acá para allá compartiendo hallazgos o pequeñas lecturas en voz alta en los pasillos. En todo caso, el rasgo común fue el desorden, el andar de acá para allá revolviendo mesas con resultados diversos y con tiempos distintos (a veces mayores, a veces más cortos) que los míos.

2- Ir sola. Lo cierto es que la cosa de los stands sobreiluminados, los parlantes encimándose, y la sobreabundancia de sponsors, libros de autoayuda y viejas gordas sobreadornadas y creídas de su superioridad siempre me cayeron pesados, y que siempre traté de acotar la visita a lo estrictamente necesario: ver dos o tres puestos determinados, buscar este o aquel libro, pasar rápido por los stands de ofertas, irme. Una visita mía sola jamás duró más de una hora.




Esta vuelta había decidido tomarme la tardecita y noche para mí. Así que como estaba de buen humor se me dio por ir sola y tomármelo con calma. El resultado: cómo extrañé mi cámara de fotos, che. Seguramente el encabezado del post habría sido una foto de uno de los lemas menos felices que vi, "bestsellers for book lovers", en una pared externa del stand de Kel (librería que siempre se caracterizó por sus excelentes frases profundas), y por acá habría habido otra foto mía en un reducto que simulaba una tienda árabe, sentada en unos almohadones muy cómodos y leyendo en un Corán bilingüe (eso de tener la paginación al revés complica realmente la existencia) el pasaje en el que se cuenta la concepción de María y se refuta el cristianismo.



Y sí, es que la Feria es eso, una feria, todo pasa por tomarla como tal y disfrutar de lo circense del caso. De paso, volverse con algún par de libros baratos (o afanados, si usted es un delincuente sin escrúpulos) en bolsitas lindas, siempre inversamente proporcionales al tamaño del tomo.


* Hace cosa de tres semanas me compré un Hernani de Victor Hugo en francés, editado por su editor original alrededor de 1889, a 10 manguitos en una librería de Corrientes digna de Umberto Eco.

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