Relato desordenado de no-turismo
Entré a un bar. La mañana era particularmente fría, una de esas mañanas de otoño de las nuevas, que no merecen ese nombre. Como dice la hija de una compañera de trabajo, a la que su madre cita todo el tiempo, ya no tenemos cuatro estaciones, tenemos como seis. O como para aumentar el desconcierto de alguna nena que comparta mi confusión a los tres años cuando me querían explicar que las estaciones no eran categorías de clima sino de fecha, que "hoy es invierno y ayer fue primavera" no es una construcción posible, por mucho que un buen porcentaje de dibujitos de la Warner parezcan afirmar lo contrario.
El caso es que hoy entré a un bar y era invierno pese a que sea otoño y era una ciudad que no pisé nunca y el único motivo por el que me quedé en ese sucucho de olor acre y poca luz fue el pequeño par de grados de temperatura que separaban el adentro del afuera, y la esperanza de un café con medialunas, porque llevaba varias horas en pie sin nada en el estómago. A las cansadas el mozo, que debería tener veintipocos y unos ojos verdes muy bonitos que desentonaban con el entorno catastrófico, no sé bien por qué, se acercó a la mesa. Parecía sorprendido. Ehm, no, mirá, medialunas no hay. ¿Algo que se le parezca, para desayunar? No, tampoco, café solo, acá trabajamos con delivery de comidas para los negocios de la zona, ¿sabés? ¿Y se puede saber para qué dejás el bar abierto a las once de la mañana y ponés mesas? Pero eso no lo dije. Me reí discretamente, me puse mi mejor cara de no-soy-de-por-acá, buenos días entonces, y a la calle.
Cuando había salido, más temprano, de mi casa, había ido acumulando una mezcla de terror y de esperanzas de perderme. Hace mucho, mucho tiempo que no me pierdo en serio. Me importaba llegar a horario, por supuesto. Lamentablemente no perdí del todo todavía el sentido de la responsabilidad. Pero uno se cansa de ir siempre por las mismas calles, a los mismos lados, de saber exactamente donde se está y qué colectivo hay que tomarse para volver a casa. Uno se cansa de los puntos de referencia. Y estar a la deriva en otra ciudad parecía lo más cercano a una oportunidad para perderse. Pues no pasó. Por muchas vueltas que di las calles están numeradas, como páginas de un trabajo sin abrochar. Por mucho que se las revuelva el orden está y se recupera más o menos en seguida. Caí por completo en la cuenta de eso cuando salí del barsucho y supe exactamente hacia dónde se suponía que debía volverme.
Me resigné entonces a pedir recomendaciones por la calle, y terminé en un lugar muy bonito, con un café fantástico y un nombre espantoso ("Impositiva", pero a quién se le ocurre). Adentro no hacía tanto frío y había poco espacio para las sillas. Pero el sol entraba tibio (inviernosamente) por las ventanas, en un ángulo al que no estoy acostumbrada (rodeada como vivo de edificios altos), y por un rato fue la paz. El celular apagado, las calles ajenas, un buen libro, y finalmente (pese a mi secreto fracaso en la tarea de perderme), el recuerdo de por qué es que me gusta viajar, y de por qué hace rato que mis vagabundeos por Baires no sirven ya para desconectar mi cabeza de mí misma.
El caso es que hoy entré a un bar y era invierno pese a que sea otoño y era una ciudad que no pisé nunca y el único motivo por el que me quedé en ese sucucho de olor acre y poca luz fue el pequeño par de grados de temperatura que separaban el adentro del afuera, y la esperanza de un café con medialunas, porque llevaba varias horas en pie sin nada en el estómago. A las cansadas el mozo, que debería tener veintipocos y unos ojos verdes muy bonitos que desentonaban con el entorno catastrófico, no sé bien por qué, se acercó a la mesa. Parecía sorprendido. Ehm, no, mirá, medialunas no hay. ¿Algo que se le parezca, para desayunar? No, tampoco, café solo, acá trabajamos con delivery de comidas para los negocios de la zona, ¿sabés? ¿Y se puede saber para qué dejás el bar abierto a las once de la mañana y ponés mesas? Pero eso no lo dije. Me reí discretamente, me puse mi mejor cara de no-soy-de-por-acá, buenos días entonces, y a la calle.
Cuando había salido, más temprano, de mi casa, había ido acumulando una mezcla de terror y de esperanzas de perderme. Hace mucho, mucho tiempo que no me pierdo en serio. Me importaba llegar a horario, por supuesto. Lamentablemente no perdí del todo todavía el sentido de la responsabilidad. Pero uno se cansa de ir siempre por las mismas calles, a los mismos lados, de saber exactamente donde se está y qué colectivo hay que tomarse para volver a casa. Uno se cansa de los puntos de referencia. Y estar a la deriva en otra ciudad parecía lo más cercano a una oportunidad para perderse. Pues no pasó. Por muchas vueltas que di las calles están numeradas, como páginas de un trabajo sin abrochar. Por mucho que se las revuelva el orden está y se recupera más o menos en seguida. Caí por completo en la cuenta de eso cuando salí del barsucho y supe exactamente hacia dónde se suponía que debía volverme.
Me resigné entonces a pedir recomendaciones por la calle, y terminé en un lugar muy bonito, con un café fantástico y un nombre espantoso ("Impositiva", pero a quién se le ocurre). Adentro no hacía tanto frío y había poco espacio para las sillas. Pero el sol entraba tibio (inviernosamente) por las ventanas, en un ángulo al que no estoy acostumbrada (rodeada como vivo de edificios altos), y por un rato fue la paz. El celular apagado, las calles ajenas, un buen libro, y finalmente (pese a mi secreto fracaso en la tarea de perderme), el recuerdo de por qué es que me gusta viajar, y de por qué hace rato que mis vagabundeos por Baires no sirven ya para desconectar mi cabeza de mí misma.
3 comentarios:
Linda descripción, me hizo gracia, jijiji (puse acentos viste?). Anónimo
Es que te entiendo perfectamente..
En mi ciudad es imposbile qu me quiera perder aunquel o intente o ande con los ojos vendados...
Hoy volví de Baires, me fuí por dos dias.. y se lo que se siente andar por una ciudad y no saber a donde ir, o a que lugar ir para tomar un buen café o comer una buena pizza.
Antes de subirme al cole, deambule pr Buenos Aires, me fuí de una punta a la otra caminando y luego a Retiro a tomarme el bus.
me sorprednió que no me haya perdido.. estaba aterrada.. pensaba: ¿Y si no llego a horario?¿Y si me pierdo y nose que cole tomar o no hay subte por ahi?¿Que haré?. Pero caminé y caminé.. Y con mi mapita escondido entre mis manos, para que nadie se de cuenta de que era turista, pispeaba de vez en cuando en que calle doble y que direccíón tomar.
En fin.. se a lo que te refieres.. Estar en otro lugar nos despeja, por mas que esa ciudad/puelo viva a las apuradas.
Que estes bien!! Muchos saludos!!
Que tengas un muy buen fin de semana!!
(ups... largo el comment.. ji ji)
Guada!!! Me encantó el relato: describe sensaciones tan cotidianas como mágicas. Lo disfruté. Guille.
Publicar un comentario