La Historia del Arte, de Gombrich y la Biblia (lecturas para el grupo de estudio en el que estoy) son libros que vengo leyendo hace rato. Y tendré para un tiempo más, todavía.
Esta semana cayó 1 Reyes del Antiguo Testamento en nuestra aproximación laica/literaria a la Biblia. Es un texto muy irregular, con algunos puntos particularmente altos: mis favoritos, la brevísima historia de la doncella Abisag y el rey David con la que empieza, y este fragmento muy sugerente que copio a continuación, una anécdota en la historia de Elías que es de lo mejorcito que leí hasta ahora en las Escrituras:
Entonces se le dijo: "sal fuera y permanece en el monte, esperando a Yavé; pues Yavé va a pasar."
Vino primero un huracán tan violento que hendía los cerros y quebraba las rocas delante de Yavé. Pero Yavé no estaba en el huracán.
Después hubo un terremoto, pero Yavé no estaba en el terremoto.
Después brilló un rayo, pero Yavé no estaba en el rayo.
Y después del rayo se sintió un murmullo de una suave brisa.
Elías al oírlo se tapó la cara con su manto, salió de la cueva y se paró a su entrada.
[1 R. 19, 11-13]
Para los que nunca tuvieron mucha paciencia con los primeros libros de la Biblia, es bastante el problema que se han tomado los redactores con lo que es y lo que hay (detallado hasta el cansancio) como para hacer una enumeración de lo ausente. Menos aún, de Dios ausente. Y de dejar sin decir la presencia divina al final, para sugerirla simplemente en la humilde acción del profeta de cubrirse el rostro, ni hablemos.
También, a esta altura, Yavé el vengativo, el que destroza enemigos y castiga con maldiciones de varias generaciones hace un oxímoron de efecto muy fuerte en la brisa suave que elige para presentarse, luego de la enumeración de cataclismos climáticos que la precede.
Me encantaría saber cómo sonaba esto en el original, pero me lo imagino con una cadencia de verso bastante musical.
Con Historia del Arte, nos toca la segunda parte del siglo XIX la semana próxima. Empecé hoy con el capítulo de Gombrich que corresponde (motivo de que esté en mi mesa de la semana), pero todavía no tengo mucho para comentar sobre eso.
La Gran Matanza de Gatos de Darnton también es una lectura con una finalidad precisa: se supone que prepare una exposición sobre un par de capítulos de ese libro para un seminario interno de la cátedra en la que estoy. Es un trabajo interesante (un intento de trazar una historia cultural de la Francia del XVIII, con un enfoque metodológico muy particular), lo suficiente como para hacerme colgar otras lecturas más urgentes en capítulos que no tengo ninguna obligación de leer. En la semana, o el fin de semana que viene, haré un comentario más extenso, cuando me siente a armar mi exposición y ordene mi lectura con tiempo y calma.
El librito liliputiense es Cosas de Mujeres, de Fogwill. Lo compré en una máquina de cigarrillos redestinada que solía estar en la planta baja del Centro Cultural de la Cooperación. La idea era: uno ponía una monedita de peso, tiraba de una palanquita a elección y caía un librito adentro de una cajita. La cajita tiene el exacto tamaño de la de una de puchos de 20, y el libro adentro es apenas más chico. Yo por entonces (en el marco del último Congreso de Letras) compré nada más este y Las buenas costumbres de Viñas, porque si bien los libritos eran tentadoramente baratos las monedas de un mango no llueven del techo. Ayer comprobé con pena que la máquina no está más, y me quedé con el bolsillo del jean lleno de monedas de uno y de decepción.
Esta semana Cosas de Mujeres fue a parar a uno de los bolsillos de mi campera, en donde entra con total comodidad, y estuvo amenizando colas de supermercado, de banco y viajes por un buen par de días. Nunca había leído nada de Fogwill, y hay que decir que me quedaron ganas de reincidir: los dos cuentos, "Memoria de paso" y "La larga risa de todos estos años" son a su modo maquinarias verbales perfectas desde la primera a la última palabra, de esos de los que se encuentran pocos.
El primero es una reescritura del Orlando de Virginia Woolf. Ágil y entretenido como no termina de serlo la novela (que a mi gusto por momentos se empantana un poco en una complejidad narrativa innecesaria), Fogwill se permite ya que estamos meterse con cuestiones escabrosas como el hecho de que con tiempo suficiente una persona culta es capaz de pasar por toda clase no sólo de experiencias sino de ideas, alguien que vive lo suficiente tiene oportunidad de ser un poco nazi o algo equivalente alguna que otra vez.
Hacerle justicia al segundo relato con un comentario implica arruinarle la experiencia rara de primera lectura a alguien. Así que me lo guardo.
Y en cuanto a Las Primas, de Aurora Venturini, no termino de saber por qué lo saqué ahora del estante de abajo. Se supone que sería más prudente estar leyendo Robinson Crusoe para el seminario de Vedda, pero por alguna razón interna que no distingo bien no consigo empezar a leer esa historia de naufragio.
La novela de Venturini, que salió premiada a principio de año en un concurso de novela de Página/12, la compré en su momento en Mar del Plata, pensando en un posible rato de aburrimiento veraniego que finalmente, gracias a un vecino bonito, no llegó nunca.
Leí hace mucho una reseña un tanto extraña de este libro hecha por un amigo, Juan Manuel, que estaba destinada originalmente para el fallido proyecto
Contratapas, y que podría haberme ahorrado trabajo ahora. Pero nunca se publicó, no sé muy bien por qué. Ahora, tantos meses después, caigo en la cuenta de por qué él se había visto en una situación de escritura rara al tratar de reseñar esta novela: es que es una obra que deja al lector un tanto perplejo.
Lo primero que se me ocurre decir, una pavada del tamaño de Groenlandia, es que se lee muy rápido (me llevó dos días, jueves y viernes, prestándole poco rato y baja concentración). Puedo decir también algo, cansada y con mis lectores (si es que están) aburridos por un post innecesariamente largo, sobre el recurso estilístico central, la narradora con dislalia: Aunque por momentos falla, sobre todo en las supuestas idas al diccionario (¿es que se supone que una chica, por muy dislálica que sea, egresada de Bellas Artes, tiene que buscar términos de pintura en el diccionario? ¿Es que tiene un diccionario mágico en el que buscar palabras para lo que no sabe cómo decir?), está bastante bien y forma un elemento absolutamente necesario en la trama, que para un elemento constructivo así no es poco. Y el relato, la historia de una familia de deformes y deficientes, tiene su atroz encanto. Un encanto un tanto obvio, un tanto nutrido en el golpe bajo constante, que en el resultado final hace preguntarse cómo es que esta novela (que es buena, ciertamente, pero dista de ser excelente) llegó a primer premio por unanimidad.
Bueno, haría falta saber qué habrán sido las otras.
Y este último se viene perfilando como el próximo delay para
Robinson. Lo compré ayer, luego de que una conversación muy agradable con
un lector apasionado de Bolaño me diera ganas de volver a leer algo de este chileno. Lo que como cualquiera sabe implica una inversión de dinero bastante grande, los libros de Anagrama no se venden a los mismos precios que las bonitas ediciones de Colihue. Pero la tentación fue grande, así que si vuelvo a un vengo de leer la semana que viene probablemente esté esta colección de cuentos.
Baste por hoy con esto, que ya el post es más largo que lo tolerable.