Ah, sí, cómo adoro escribir a horas insólitas, con apenas el arrullo del cooler cachuzo de mi máquina, que palma en cualquier momento.
Finalmente, luego de mucho insistir y buscar alguien que no me mirara con cara torcida, fui a ver Beowulf. Hace mucho, muchísimo que no iba al cine, pero la verdad es que la curiosidad que me producía este intento raro me pudo.
Es entonces el momento de inaugurar nueva sección, el tag “vengo de ver” que estreno con este post. Y para imitar la parsimonia alimenticia de Grendel, vamos por partes. No pienso ser exhaustiva, nada más pretendo relevar elementos que me llamaron la atención.
Técnica.
Personalmente tenía mis serias dudas respecto de la idea de hacer enteramente en animación algo que podía haber sido una película. Y sigo teniendo mis reservas: por muy bien hecho que esté, un dibujo no tiene el peso de la imagen real, y eso le resta efecto a momentos que al natural resultarían mejores.
Pero hay que reconocer que la elección de la animación tiene sus ventajas, y que éstas han sido usadas hasta el tope: las tomas larguísimas e imposibles, que arrancan en el piso y terminan en las patas de un halcón que lleva un ratón por los cielos hacia la dirección en la que se encuentra la cueva de Grendel, o un punto de vista que baja desde una panorámica a la altura de las nubes hasta el suelo nevado para que los cascos de un caballo le pasen por encima, por ejemplo. O la posibilidad de envejecer una década y media a los actores de forma mucho más convincente que la que cualquier maquillaje podría haber logrado, con el cuidado de incluso agrandarles más los poros o de arrugarles el cuello.
Y no deja de ser cierto que de haberse usado una filmación tradicional habría sido necesario usar mucho de animación computarizada de todos modos.
Actuación.
Podría haber sido un poco más fluida en el comienzo. El banquete inicial está sobreactuado en las voces, a mi gusto. En realidad es algo que pasa con todos los planos, la primera escena es un tanto desprolija.
Guión.
La idea central es brillante. No quiero adelantar mucho, pero se las han ingeniado perfecto para quedar bien con Dios y el Diablo. Uno puede haber leído el Beowulf o no, y de todas maneras va a disfrutar la película. Va a ver películas distintas, eso es clarísimo, pero se va a sostener. Yo, a sabiendas de que Neil Gaiman había metido mano en ese guión, iba con la idea de que tan malo no podía ser. Pero sabiendo que la madre de Grendel era Angelina Jolie, bueno, tenía mis dudas.
Pues han conseguido hilar las cosas de manera que sea una historia que tenga algo que decirle a un público pochoclero, que espera ansioso un poco de sentimentalismo amoroso y de carga sexual (ausentes del todo en el poema épico), y de todos modos no traicionar al cantar más de lo necesario. Sólo un elemento del antiguo Beowulf fue modificado, central para el relato que hicieron, no demasiado para el que hizo el bardo (o los bardos, copistas y etcéteras) sajón, la identidad del reino que le tocó en suerte al héroe para gobernar. Todo lo demás está hecho para que engarce perfecto con el verso antiguo, que podría haberse cantado como quedó en el mundo ficcional que se construyó. Y esto se consigue con la inclusión de un elemento pequeño pero fundamental: la consideración de que el héroe que se enfrenta al monstruo va solo a la batalla, y por ende es su palabra la primera garantía de verdad del relato épico. El gesto de poner en escena una representación teatral, en la vejez de Beowulf, en la que un recitador narra sus hazañas con las palabras del viejo cantar es sencillamente genial.
Como ya dije, se sostiene de las dos formas, pero yo recomendaría haber leído el poema antes, porque el juego con los viejos versos no se repone completo de otro modo, y es realmente un elemento que suma a las posibilidades de disfrutar la película.
En resumen, se vale una entrada de cine, si se tienen ganas de distenderse un rato. Y de comer un poco de pochoclo. Y de ver dibujos muy convincentes de hombres y mujeres atractivos.